Luego de que el presidente Donald Trump rechazara la descripción poco halagüeña que el periodista Bob Woodward hizo de su persona y su gobierno en el libro Fear, publicado el martes, The New York Times dio "el infrecuente paso de publicar una columna de opinión anónima", según presentó el periódico el polémico texto que aquí se presenta completo.
En su introducción, el Times dijo que conoce la identidad del autor, "un funcionario superior del gobierno de Trump", pero la reserva a su pedido, pues revelarla podría "poner en peligro su empleo". Puso el ensayo a disposición de sus lectores por considerar que se trata de "un punto de vista importante".
Trump desestimó rápidamente el valor de la columna y renovó sus ataques contra el periódico de Nueva York y la prensa en general. "El fracasado New York Times tiene una columna de opinión anónima… ¿Pueden creerlo? Anónima, es decir cobarde. Eso quiere decir que estamos haciendo un buen trabajo", dijo el presidente de los Estados Unidos, y publicó en su cuenta de Twitter el video que lo muestra en esa respuesta. "Algún día, cuando yo ya no sea presidente, lo cual —con suerte— sucederá en seis años y medio, The New York Times, y CNN, y todos estos medios farsantes habrán cerrado", agregó. Luego, en otro tuit, escribió en mayúsculas una sola palabra: "¿Traición?".
TREASON?
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) September 5, 2018
Luego, en la misma plataforma, Trump manifestó dudas sobre el autor de la nota y demandó que la publicación denunciara a la fuente, aunque ya había dicho que mantendría su reserva: "Este así llamado 'alto funcionario del gobierno', ¿existe realmente, o es el Fracasado New York Times con otra fuente fraudulenta? Si esa persona anónima cobarde existe de verdad, el Times debe, por razones de Seguridad Nacional, ¡entregarla al gobierno ya!", tuiteó el mandatario.
En una expresión de rechazo, la Secretaría de Prensa de la Casa Blanca señaló que ninguno de los electores del presidente votaron por "una fuente cobarde y anónima del fracasado New York Times". Y agregó que el gobierno se siente decepcionado pero no sorprendido de que el periódico haya elegido "publicar esta columna de opinión patética, temeraria y egoísta". Antes de la firma de la secretaria, Sarah Sanders, el comunicado instó al autor de la columna a renunciar.
La respuesta de Trump en un acto político este miércoles
A continuación, el texto completo que publicó The New York Times:
El presidente Trump enfrenta una prueba para su presidencia, como ninguna otra que haya enfrentado un líder moderno de los Estados Unidos.
No es sólo que se avecina el consejo especial. O que el país se encuentra dividido vehementemente sobre el liderazgo de Trump. O siquiera que su partido bien podría perder la Cámara de Representantes ante una oposición empecinada en su caída.
El dilema —qué el no termina de entender— es que muchos de los oficiales superiores de su propio gobierno trabajan diligentemente, desde adentro, para frustrar partes de su agenda de temas y sus peores inclinaciones.
Yo tendría que saberlo. Soy uno de ellos.
Para ser claro: la nuestra no es la "resistencia" popular entre la izquierda. Queremos que el gobierno tenga éxito y pensamos que muchas de sus políticas ya han hecho que los Estados Unidos sean más seguros y más prósperos.
Pero creemos que nuestro deber principal es con este país, y que el presidente continúa actuando de una manera perjudicial para la salud de la república.
Por eso muchos funcionarios que él nombró nos hemos hecho la promesa de que haremos lo que esté en nuestras manos para preservar nuestras instituciones democráticas y a la vez frustrar los impulsos más errados de Trump hasta que deje el gobierno.
La raíz del problema es la amoralidad del presidente. Cualquiera que trabaja con él sabe que no está anclado a principio fundamental alguno que se pueda discernir para orientar su toma de decisiones.
Aunque fue elegido por el Partido Republicano, el presidente muestra escasa afinidad con los ideales que durante largo tiempo patrocinaron los conservadores: mentes libres, mercados libres y personas libres. A lo sumo, ha invocado estos ideales en ocasiones programadas. En el peor de los casos, los ha atacado abiertamente.
De manera adicional a su difusión masiva de la idea de que la prensa es "el enemigo del pueblo", los impulsos del presidente Trump son, por lo general, anti comerciales y anti democráticos.
Que no se me entienda mal. Hay elementos destacables que la cobertura casi incesantemente negativa del gobierno no alcanza a comprender: una desregulación efectiva, una reforma impositiva histórica, unas fuerzas armadas más fuertes, y más.
Pero estos éxitos se han logrado a pesar de —y no gracias a— el estilo de liderazgo del presidente, que es impetuoso, conflictivo, mezquino e inefectivo.
De la Casa Blanca a los departamentos y agencias del poder ejecutivo, los funcionarios superiores reconocerán en privado su desconfianza cotidiana de los dichos y los actos del comandante en jefe. La mayoría trabaja para que su tarea quede preservada de sus caprichos.
Las reuniones con él giran bruscamente hacia cualquier tema y descarrilan; se traba en broncas repetitivas y su impulsividad conduce a decisiones mal concebidas, mal informadas y en ocasiones temerarias, que luego hay que deshacer.
"Literalmente no hay modo de decir si podría cambiar de opinión de un momento a otro", se quejó ante mí, hace poco, un alto funcionario, exasperado por una reunión en el Salón Oval en el cual el presidente opinó lo opuesto a una decisión sobre una política de importancia que había tomado una semana antes.
La conducta errática sería más preocupante si no fuera por los héroes no reconocidos en la Casa Blanca y a su alrededor. Los medios han descrito a algunos de sus colaboradores como villanos. Pero en privado, se han esforzado mucho para mantener las malas decisiones dentro del Ala Oeste, aunque evidentemente no siempre tienen éxito.
Puede ser consuelo de tontos en esta época caótica, pero los ciudadanos deberían saber que hay adultos en la sala. Reconocemos completamente lo que sucede. Y tratamos de hacer lo correcto aun si Donald Trump no.
El resultado es una presidencia de doble vía.
Por ejemplo, la política exterior. En público y privado, el presidente Trump muestra una predilección por los autócratas y los dictadores, como el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, y exhibe escasa valoración genuina por los lazos que nos unen a las naciones aliadas con las que tenemos cosas en común.
Observadores astutos han notado, sin embargo, que el resto del gobierno funciona en otro carril, uno en el cual a los países como Rusia se los denuncia por interferir y se los castiga de manera adecuada, y a los aliados del mundo se los ve como pares en lugar de ridiculizarlos como rivales.
Sobre Rusia, por ejemplo, el presidente se resistió a expulsar a varios de los espías de Putin en castigo por el envenenamiento de un ex espía ruso en Gran Bretaña. Durante semanas se quejó de que altos funcionarios del gobierno lo querían enrollar para que aumentara la confrontación con Rusia, y manifestó su frustración porque los Estados Unidos seguían imponiendo sanciones al país por su conducta malévola. Pero su equipo de seguridad nacional fue sensato: había que tomar esas medidas, responsabilizar a Moscú.
Esta no es la obra del así llamado "Estado profundo". Es la obra del Estado habitual.
Dada la inestabilidad que muchos observaron de primera mano, dentro del gabinete se escucharon al comienzo murmullos que invocaban la 25ª Enmienda, que podría dar comienzo a un proceso complejo para destituir al presidente. Pero nadie quiso precipitar una crisis constitucional. Así que haremos que que podamos para conducir el gobierno en la dirección correcta hasta que — de una u otra manera— llegue a su fin.
La preocupación mayor no es qué ha hecho Trump a la presidencia sino más bien qué le hemos permitido hacer como nación. Nos hemos hundido con él y hemos permitido que nuestro discurso quedase privado de urbanidad.
El senador John McCain lo expresó como nadie en su carta de despedida. Todos los ciudadanos deberían prestar atención a sus palabras y sacudirse las cadenas de la trampa del sectarismo, con el fin superior de unirnos a partir de nuestros valores compartidos y nuestro amor por este gran país.
Acaso no tenemos ya al senador McCain. Pero siempre tendremos su ejemplo: un faro que nos guía a restaurar el honor de la vida pública y nuestro diálogo nacional. Trump puede temerle a hombres así de honorables, pero nosotros deberíamos reverenciarlos.
Dentro del gobierno hay una resistencia callada, de personas que eligen poner al país por delante. Pero los ciudadanos comunes harán la verdadera diferencia al alzarse por encima de la política, más allá de las barreras partidarias, y decidirse a superar las etiquetas a favor de una sola: ciudadanos de los Estados Unidos.