El escritor que vino del espionaje: las memorias de John Le Carré

A los 84 años, en septiembre sale a la venta la primera parte de su autobiografía: “Volar en círculos”

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"Por qué esta imagen me ha acechado durante tanto tiempo es algo que quizá el lector pueda juzgar con más capacidad que yo", escribió John Le Carré en el prefacio a su nuevo libro, Volar en círculos (The Pigeon Tunnel).

El autor de novelas como las cinco que protagoniza el agente George Smiley, El jardinero fiel o El topo, publicado en 40 países y en 36 idiomas, quedó marcado por una historia de su adolescencia. Tan marcado que el nombre que lleva la autobiografía que se publica en septiembre como lanzamiento mundial (por Planeta en castellano; en los Estados Unidos y otros países de habla inglesa, por Penguin) fue título de trabajo de casi todos sus libros en algún punto de su escritura.

"Mi padre decidió llevarme a una de sus parrandas de apuestas en Monte Carlo. Cerca del viejo casino quedaba el club deportivo, y en su base había una franja de césped y un campo de tiro que daba al mar. Debajo del césped corrían pequeños túneles paralelos que emergían en fila al borde del mar. Dentro de él había palomas vivas que habían salido del cascarón y quedado atrapadas en el techo del casino. Su tarea era aletear a lo largo del túnel, en la oscuridad total, hasta que emergían en el cielo sobre el Mediterráneo como objetivos para los caballeros deportistas que acababan de almorzar bien y estaban de pie o acostados a la espera de sus escopetas. Aquellas palomas a las que les erraban o que resultaban heridas en un ala hacían entonces lo que hacen las palomas. Regresaban al lugar de su nacimiento en el techo del casino, donde las esperaban las mismas trampas".

El texto abre en Berna, Suiza, donde David John Moore Cornwell (el verdadero nombre del autor británico que firma como John le Carré) estudió, a pesar de las "bancarrotas espectaculares" de su padre. Y donde dio sus "primeros pasos infantiles para la inteligencia británica, llevando lo que no sabía a alguien a quien no conocía". Ahora, a los 84, lo asombra ver cómo las cosas que le sucedieron a lo largo de la vida "fueron la consecuencia de esa decisión impulsiva de la adolescencia de salir de Inglaterra por la ruta más rápida disponible".

No le iba mal en la escuela, al contrario. No obstante, un día dijo simplemente: "Padre, puedes hacerme lo que quieras, no voy a regresar". Al mirar atrás, Le Carré desarrolló una explicación: "Y muy probablemente le echaba la culpa de mis males a la escuela —y a Inglaterra con ella— cuando mi motivación verdadera era alejarme de mi padre a toda costa, algo que difícilmente le podía decir a él. Desde entonces, por supuesto, observé cómo mis propios hijos hacían lo mismo, aunque con más elegancia y mucho menos aspaviento".

 

Realidad y ficción

Esta memoria, subtitulada Historias de mi vida, recorre una vez más los laberintos de los servicios secretos de inteligencia británicos, el MI5 y el MI6, pero esta vez como anecdotario de la vida de un agente —Le Carré— durante la Guerra Fría. Y también, como en su obra de ficción, suma los temas que ocupan la actualidad tras la caída del Muro de Berlín: terrorismo, lavado de dinero, tráfico de armas.

Eso se explica porque parte del éxito de este autor es la fuerza de su contemporaneidad: la invasión israelí de Beirut, la Nochevieja de 1982 con Yasser Arafat, el genocidio de Ruanda, Rusia después de la disolución de la Unión Soviética, el tráfico de armas y hasta una trama que anticipa los Panamá Papers —la de un traidor como los nuestros— o su encuentro con el físico y disidente soviético Andrei Sajarov. Su nuevo libro revisita esos escenarios de seis décadas, y sus historias públicas y secretas, desde un punto de vista diferente: los recuerdos, los apuntes sueltos, los recortes de noticias. "Aquí y allá, donde creí que la historia lo ameritaba, he tomado fragmentos de conversaciones o descripciones de artículos de periódicos que escribí en su momento, porque su frescura me gustó y porque con el tiempo la memoria no traía la misma nitidez", aclaró.

La expectativa que ha generado Le Carré es grande: ha comentado sus novelas y sus adaptaciones cinematográficas, pero nunca pensó en unas memorias. Se lo pidieron varias veces; alegó que estaba muy ocupado escribiendo ficción. Las comienza a publicar —Volar en círculos es el primer volumen— a los 84 años.

Es, también, una ventana por la cual mirar la construcción de una obra: los originales reales de sus personajes circulan por estas páginas. "Del mundo secreto que conocí alguna vez, he intentando crear un escenario para los mundos más amplios que habitamos", explicó. "Primero viene la imaginación, luego la búsqueda de la realidad. Luego se regresa a la imaginación, y al escritorio ante el cual me siento ahora".

Del mundo secreto que conocí alguna vez, he intentando crear un escenario para los mundos más amplios que habitamos

Reconoció que los lectores tienen derecho a dudar: "¿Qué es verdad y qué es la memoria para un escritor creativo en lo que podríamos llamar con delicadeza el atardecer de su vida?" Si para un abogado, comparó, la verdad son los hechos al natural, para el novelista es el material en bruto, "no su amo sino su instrumento".

Aunque —opinó— la memoria pura no existe, defendió la honestidad de su libro: "En ningún lugar he falsificado a conciencia un hecho o una historia. He disimulado cuando fue necesario, sí. Falsificado, enfáticamente no. Y donde mi memoria es frágil, me he ocupado de señalarlo. Un relato de mi vida reciente ofrece versiones concisas de una o dos de las historias, así que naturalmente me da gusto reclamar que son mías, contarlas con mi propia voz e investirlas lo mejor que puedo con mis sentimientos.

 

La gran transformación

Berna parece ser el origen mítico del personaje de Le Carré, esa persona que ahora es protagónico de una trama. Si no hubiera estudiado allí, "¿me hubieran reclutado en la adolescencia como el muchacho de los mandados de la inteligencia británica, haciendo lo que en el negocio se dice un poco de esto y aquello?", se preguntó.

La Segunda Guerra Mundial había terminado apenas cuatro años antes; su generación, que en la escuela primaria se había vuelto experta en buscar espías alemanes, desarrolló un fervor nacional sin límites. "Por eso no sorprende que cuando me llegó el Gran Llamado, en la persona de una dama muy aseñorada de treinta y tantos años de nombre Wendy, de la sección de visas de la Embajada Británica en Berna, el estudiante inglés de diecisiete años que abarcaba más de lo que podía en una universidad extranjera se haya puesto en alerta y dicho: 'A sus órdenes, señora!'.

Así comenzó a descubrir que lo atraían los hombres y las mujeres con poder, y sobre todo sentía curiosidad por conocer sus móviles. La discreción de espía no le impedía tomar notas a la noche, a solas en su habitación, en una libreta gastada.

Y así también comenzó a descubrir que lo atraía no sólo leer —en el libro citó a W. Somerset Maugham, Rudyard Kipling y H] Rider Haggard, entre otros— sino también escribir. Un atracción que perdura hasta el presente:

"Me encanta escribir sobre la marcha, en cuadernos mientras camino, en trenes y en cafeterías, y luego correr a la casa para hacer una selección de mi botín. Cuando estoy en Hampstead hay un banco que me gusta especialmente en el parque Heath, encajado bajo un árbol que se despliega, separado de sus compañeros, y es ahí donde me gusta garrapatear. Jamás he escrito sino a mano. Acaso con arrogancia, prefiero mantenerme en la tradición centenaria de escritura no mecanizada. El artista gráfico caduco en mí de verdad disfruta de dibujar las palabras".

También le gusta la privacidad de escribir, razón por la cual no se lo ha visto mucho en ferias literarias, y a veces desea no haber dado nunca una entrevista. "En primer lugar, uno se inventa a sí mismo, y luego tiene que creerse su invención", escribió. "Ese proceso no es compatible con el autoconocimiento".

 

La maldición del éxito

El texto tiene el mismo estilo elegante de sus novelas: ama escribir, dio como explicación. "Amo hacer lo que hago en este momento, garrapateando como un hombre que se esconde en un escritorio diminuto temprano en una mañana de mayo oscurecida por las nubes, con la lluvia de la montaña que inunda las ventanas y sin excusas para caminar a la estación de trenes bajo un paraguas porque la edición internacional de The New York Times no llega hasta la hora del almuerzo".

Detalles sobre sus investigaciones —como qué sucede cuando se sincera ante los entrevistados a los que busca para dar base a sus relatos— las mujeres y el cine son otros de los temas que se desarrollan en Volar en círculos. Y uno muy especial es el antes y el después de su obra más famosa.

El espía que vino del frío, la tercera novela de Le Carré, fue un éxito mundial que inauguró su fama hoy legendaria. Su adaptación cinematográfica —con Richard Burton— no tuvo la suerte del libro, o de otras adaptaciones como El topo, ni la popularidad de El jardinero fiel o la serie británica El infiltrado.

Contra lo esperable, mientras la obra ganaba traducciones y subía en las listas de los más vendidos, el escritor sintió algo inesperado: ira. "Supe que entonces y para siempre me iban a etiquetar como el espía que se volvió escritor más que un escritor que, como cantidades de su clase, había pasado un tiempo en el mundo secreto y escrito sobre él", reveló en uno de los escasos textos personales que publicó antes de Volar en círculos, el prólogo a la edición que conmemoró el 50 aniversario de El espía que vino del frío.

Supe que entonces y para siempre me iban a etiquetar como el espía que se volvió escritor más que un escritor que, como cantidades de su clase, había pasado un tiempo en el mundo secreto y escrito sobre él

La publicación de la novela no encontró objeciones de sus superiores: "El libro era ficción pura de comienzo a fin, sin base en la experiencia personal". No había violación del secreto. Sin embargo, en el mundo recibió otras interpretaciones. La prensa mundial dijo unánime —escribió— "que el libro no era meramente auténtico sino una especie de mensaje revelador del Otro Lado".

Esa fama también le resultó ambigua: le molesta por abuso y por ausencia. "En los viajes de investigación estoy protegido parcialmente por tener un nombre diferente en la vida real", ilustró. "Puedo registrarme en hoteles sin preguntarme con ansiedad si van a reconocerme; entonces, cuando no sucede, preguntándome con ansiedad por qué no".

Le cobró desagrado a las entrevistas. Cada una de las que le hicieron en medio siglo "parece diseñada para descubrir una verdad que no existe". Así que al fin tomó la tarea en sus manos.

(AP)
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