El 31 de diciembre de 2024 murió una de sus figuras más influyentes del mundo científico: Sir James Fraser Stoddart, químico orgánico escocés galardonado con el Premio Nobel de Química en 2016. Conocido por su trabajo pionero en máquinas moleculares, Stoddart dedicó su vida a explorar los límites de la química a nanoescala. Su fallecimiento, confirmado por Northwestern University y otras instituciones, ocurrió mientras visitaba Australia. El legado marcado por la innovación e impacto global con sus investigaciones, fueron tratadas en un artículo del medio estadounidense The Washington Post.
Nacido el 24 de mayo de 1942 en Edimburgo (Escocia), James Fraser Stoddart creció en un ambiente rural que moldearía su personalidad y curiosidad científica. Hijo único de una familia humilde, su infancia estuvo marcada por la austeridad: su hogar careció de electricidad hasta que cumplió 18 años, lo cual lo obligó a adaptarse a las adversidades de la vida cotidiana. Estas experiencias tempranas que él mismo describió como su “Universidad de la Vida”, influyeron profundamente en su manera de abordar los desafíos.
Desde pequeño, Stoddart mostró una inclinación hacia la ingeniería y la construcción. Juguetes como los conjuntos de Meccano lo inspiraron a imaginar y crear, una pasión que años después se traduciría en una vocación científica al construir máquinas moleculares desde cero.
Carrera marcada por la excelencia y el liderazgo
La Universidad de Edimburgo fue el primer escenario donde Fraser Stoddart comenzó a demostrar su genio. Allí obtuvo su licenciatura en química en 1964 y un doctorado en 1966, sentando las bases de una trayectoria académica que lo llevaría a algunas de las universidades más prestigiosas del mundo.
Después de completar estudios postdoctorales en Canadá, inició una destacada carrera docente en la Universidad de Sheffield (Reino Unido). Más tarde dirigió el Departamento de Química en la Universidad de Birmingham durante los años 90, antes de trasladarse hacia Estados Unidos, donde impartió clases en UCLA y Northwestern University. En esta última institución, lideró el Centro de Sistemas Químicos Integrados, consolidándose como una autoridad en su campo.
La contribución más destacada de Fraser Stoddart al mundo de la química fue su trabajo pionero en el diseño y desarrollo de máquinas moleculares, estructuras a escala nanométrica capaces de realizar movimientos controlados. A través de su investigación redefinió los límites de la química orgánica, y también abrió puertas hacia aplicaciones revolucionarias en campos como la medicina, la energía y el medioambiente.
Inicios de una revolución molecular
En la década de 1970, Stoddart comenzó a explorar el uso de enlaces moleculares para crear estructuras biológicas funcionales. El objetivo del químico británico era construir dispositivos que al recibir energía —ya fuera lumínica o química—, pudieran moverse de forma predecible y realizar tareas específicas. Este concepto dio lugar a lo que describió como un descubrimiento prometedor. “Estábamos sentados a la entrada de una mina de oro”, explicó.
Ya en los años 80, mientras trabajaba para la Universidad de Sheffield, lideró equipos que lograron avances significativos en el control del movimiento molecular, como giros y pivotes, allanando el camino para el desarrollo de nuevas aplicaciones en la química mecánica.
Para el 1991, en la Universidad de Birmingham, Stoddart sintetizó una de sus creaciones más célebres: el rotaxano. Esta estructura molecular consistía en un anillo que se deslizaba a lo largo de un eje con forma de mancuerna, representaba un hito para la ciencia. El rotaxano era un logro técnico y una plataforma para construir componentes moleculares capaces de funcionar como chips informáticos o músculos artificiales.
Reconocimiento global con el Premio Nobel
El trabajo de Stoddart alcanzó su máxima proyección en 2016, cuando compartió el Premio Nobel de Química con Sauvage y Feringa. El Comité Nobel destacó sus investigaciones como un adelanto que marcaba el inicio de una nueva era en la nanotecnología, comparándolas con los primeros motores eléctricos de los años 1830, cuya relevancia tecnológica sería evidente décadas después.
Las estructuras que desarrolló poseen un vasto potencial pero como el mismo Stoddart reconoció, aún queda mucho por hacer. En medicina podrían facilitar tratamientos contra el cáncer y otros sistemas de liberación de medicamentos. Además, en la lucha contra el cambio climático, ofrecen posibilidades para capturar carbono y mejorar la eficiencia energética.
Estos avances todavía enfrentan desafíos, como el control de los subproductos derivados de las reacciones bioquímicas que impulsan su funcionamiento. Para Stoddart, estas barreras no eran un impedimento, sino una oportunidad para continuar explorando los límites de lo posible en la química molecular.
A lo largo de su carrera, Fraser Stoddart recibió múltiples distinciones, incluyendo la Medalla Davy de la Royal Society y el Premio Mundial Albert Einstein de Ciencia. Sumado a que en 2006, fue nombrado caballero por la Reina Isabel II, un honor que recordaba con humor por el nivel de preparación que la monarca había demostrado sobre su trayectoria.