En el verano boreal de 1831, un fenómeno extraño y aterrador impactó a diversas regiones del hemisferio norte: el sol adquirió un tono azul verdoso, las temperaturas cayeron inesperadamente y las cosechas comenzaron a fallar, desatando hambrunas devastadoras en lugares tan distantes como India y Japón.
Durante casi dos siglos, los científicos sospecharon que estos eventos estaban vinculados a una gran erupción volcánica, pero la identidad del volcán responsable permaneció envuelta en misterio. Finalmente, una investigación reciente ha resuelto este enigma al identificar al volcán Zavaritskii, ubicado en la remota isla de Simushir, en las disputadas Kuriles, como el origen de esta crisis climática global.
El estudio, liderado por el doctor Will Hutchison, de la Universidad de St. Andrews, ha sido publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences y representa un avance en la comprensión de los impactos climáticos de los volcanes. Según las investigaciones, la erupción de Zavaritskii fue lo suficientemente poderosa como para inyectar cerca de 13 teragramos de azufre en la estratósfera, un evento comparable a la erupción de 1991 del Monte Pinatubo en Filipinas, que también causó un enfriamiento global temporal.
Esta columna de aerosoles volcánicos bloqueó la luz solar, reduciendo las temperaturas en aproximadamente 1 °C durante dos años, lo que exacerbó las condiciones de la llamada “Pequeña Edad de Hielo”, un periodo de enfriamiento global que se extendió por varios siglos.
El proceso que permitió identificar a Zavaritskii como el culpable de esta crisis climática fue complejo y demandó el uso de tecnologías avanzadas. Los investigadores analizaron núcleos de hielo extraídos de Groenlandia y la Antártida, los cuales actúan como archivos históricos del clima terrestre.
En estos núcleos, encontraron una capa de sulfato correspondiente al año 1831, que había sido depositada tras la erupción. Junto a este sulfato, hallaron diminutos fragmentos de ceniza volcánica, de aproximadamente una décima parte del grosor de un cabello humano, que contenían pistas químicas cruciales. A través de análisis detallados, los científicos identificaron que estas cenizas tenían un contenido de potasio inusualmente bajo, una característica que descartó la posibilidad de que provinieran de volcanes en Islandia, Alaska o Filipinas.
El siguiente paso fue comparar la composición química de las cenizas con registros de volcanes de regiones específicas. Dado que Japón tiene uno de los registros más detallados de actividad volcánica, los investigadores consideraron inicialmente esta región, pero pronto la descartaron al no encontrar erupción en 1831. Esto los llevó a explorar las Kuriles, un archipiélago volcánico poco habitado y, en algunos casos, completamente inexplorado.
En colaboración con colegas japoneses y rusos, Hutchison logró acceder a muestras de ceniza recolectadas en Zavaritskii durante una expedición en los años 90. Las muestras revelaron una coincidencia química perfecta con los fragmentos hallados en los núcleos de hielo, confirmando a este volcán como el responsable de los cambios climáticos de ese entonces.
El impacto humano y social de esta erupción fue devastador. En Europa, Felix Mendelssohn, el reconocido compositor, escribió sobre las intensas lluvias y nevadas que marcaron su viaje por los Alpes durante el verano de 1831.
En India, la disminución de las lluvias monzónicas derivó en cosechas fallidas, lo que provocó una hambruna en la región de Madras que cobró la vida de aproximadamente 150.000 personas entre 1832 y 1833. En Japón, las bajas temperaturas y los desastres agrícolas causaron una hambruna aún mayor, que se prolongó por varios años y dejó un saldo de al menos 300.000 muertos.
Como señaló en la revista Science, Clive Oppenheimer, vulcanólogo de la Universidad de Cambridge, el monitoreo de volcanes es aún muy limitado, especialmente en regiones remotas como las Kuriles. “Es completamente plausible que la próxima gran erupción climática provenga de un volcán que no conocemos”, afirmó.
Además, Hutchison destacó que el conocimiento sobre erupciones históricas es esencial para prever y mitigar los efectos de eventos futuros que podrían replicar los impactos sociales y climáticos de 1831.