A simple vista, una caminata por la playa puede revelar restos que son familiares como conchas, algas o maderas flotantes. Pero a veces, entre las olas y la arena, emergen objetos que parecen pertenecer más a un catálogo de curiosidades que al paisaje marino.
Estos hallazgos inusuales, transportados por corrientes oceánicas y tormentas, reflejan la extraña relación de la humanidad con el océano y los riesgos y consecuencias de los desechos industriales y comerciales en el mar.
Cada año, aproximadamente el 80% de los bienes de consumo se transportan por vía marítima, y el riesgo de que algunos de estos productos terminen en el agua es muy importante Como señaló a Popular Science, Andrew DeVogelaere, ecólogo del Monterey Bay National Marine Sanctuary, el vínculo con el mar es innegable, incluso en algo tan cotidiano como hacer compras, porque los bienes transportados por barco tienen muchas posibilidades de convertirse en desechos marinos si sufren un accidente en el trayecto.
Uno de los ejemplos más conocidos de estos incidentes ocurrió en 1992, cuando un contenedor en el Pacífico Norte perdió cerca de 28,000 juguetes de baño, patitos de goma, tortugas, castores y ranas, que cayeron al océano y comenzaron un viaje inusitado. Como también, años más tarde se encontraron jeringas en playas, lo que resultó un inesperado descubrimiento.
Estos “Friendly Floatees”, como se los apodó, recorrieron costas tan distantes como las de Australia, Indonesia, Hawái e incluso el Reino Unido. Oceanógrafos como Curtis Ebbesmeyer y James Ingraham rastrearon los trayectos de estos juguetes a medida que aparecían en distintas costas y utilizaron su presencia para estudiar las corrientes oceánicas.
Este derrame accidental se convirtió en una oportunidad inesperada para la ciencia, porque ayudó a trazar rutas de circulación marina en el planeta y comprender mejor el movimiento de los objetos en el agua. Otro caso destacado fue el derrame de más de 60,000 zapatillas, en 1990, cuyos desplazamientos también fueron registrados para investigaciones similares. El océano se convierte, a través de estos residuos, en un canal para que los científicos examinen el curso y las variaciones de sus corrientes.
La variedad de objetos que terminan en las costas es extensa. En 1997, una tormenta frente a la costa suroeste de Inglaterra hizo que un cargamento de millones de piezas de juegos de mesa cayera al océano. A lo largo de los años, estos bloques de plástico fueron arrastrados a las playas de Europa y el Reino Unido, especialmente aquellos con formas temáticas relacionadas con el océano, como aletas, tanques de buceo, pulpos y algas.
En otro caso particular, durante más de 35 años, las playas de la costa de Bretaña, en Francia, fueron el destino de teléfonos de línea de color naranja con la forma del personaje Garfield, el famoso gato de las historietas. Este fenómeno desconcertó a los habitantes, hasta que en 2019 se descubrió el origen de los teléfonos: un contenedor perdido y encallado en una cueva de difícil acceso, el cual aún no se ha podido limpiar completamente. La naturaleza de estos hallazgos ha generado desconcierto, ya que el flujo de estos teléfonos continuó durante décadas y puso en evidencia los desafíos de la limpieza de residuos plásticos en lugares inaccesibles.
Algunas veces, los residuos marítimos pueden implicar peligros directos para las personas. En 2014, un contenedor perdido en aguas francesas liberó millones de cigarrillos en las playas del suroeste de Inglaterra. Las labores de limpieza de las autoridades británicas lograron retirar más de 11 millones de cigarrillos en una sola área de costa. Solo dos años después ocurrió otro incidente similar, que afectó nuevamente a las costas británicas. Aunque estos cigarrillos ya no eran aptos para el consumo, las autoridades optaron por incinerarlos para generar electricidad. Este tipo de hallazgos muestra los riesgos ambientales y de salud que conlleva la contaminación en las playas y los desafíos logísticos que implica su remoción.
Otro caso de riesgo directo ocurrió recientemente, en 2023, cuando un objeto metálico de forma cilíndrica apareció en una playa de Australia, al norte de Perth. Las autoridades locales, al desconocer inicialmente la naturaleza del objeto, pidieron precaución a la población, hasta que finalmente fue identificado como parte de un cohete satelital indio.
Ese mismo año, una esfera metálica apareció en una playa de Japón cerca de Hamamatsu, y aunque se temió que pudiera ser una mina, expertos en explosivos confirmaron que no representaba un peligro.
En ambos casos, estos objetos se convirtieron en un foco de atención en redes sociales, donde los residentes expresaron su sorpresa y teorías sobre su procedencia. Incidentes similares ocurrieron en otras partes del mundo, como en 2019, cuando la policía de Londres respondió a un reporte de un objeto sospechoso en el río Támesis que resultó ser una esfera decorativa de Navidad.
Las playas de Nueva Zelanda también han sido el escenario de hallazgos desconcertantes. En 2016, un misterioso objeto cubierto de percebes apareció en Muriwai Beach, cerca de Auckland, atrayendo la atención de cientos de personas. Apodado el “Monstruo de Muriwai” por los residentes, se especuló sobre su origen, desde una antigua canoa maorí hasta una nave extraterrestre. Sin embargo, la Sociedad de Ciencias Marinas de Nueva Zelanda identificó el objeto como un gran trozo de madera flotante recubierto de percebes. En otro episodio, en 2017, niños de la isla alemana de Langeoog se encontraron con miles de huevos de plástico, un evento que parecía una celebración anticipada de la Pascua. Se supo después que estos juguetes provenían de un carguero danés que había perdido su carga debido al mal tiempo.
Uno de los descubrimientos más llamativos en Nueva Zelanda fue el derrame de sacos de leche en polvo en las playas de Tauranga, que se dispersaron en la arena en enero de 2012. Esto fue consecuencia de un accidente del carguero Rena, de bandera liberiana, que en 2011 chocó contra un arrecife cercano, causando la pérdida de 350 toneladas de petróleo y alrededor de 300 contenedores. Para los residentes, la visión de los sacos de leche en la playa representaba un recordatorio de los impactos directos y devastadores de los accidentes marítimos.
En agosto de 2017, los caminantes matutinos de las playas entre Winterton-on-Sea y Sea Palling, en la costa de Norfolk, Inglaterra, se encontraron con una escena inusual: vastas secciones de tuberías gigantes, con una longitud de hasta 478,5 metros y un diámetro de 2,4 metros, habían sido arrastradas hasta la orilla.
Estas tuberías, de un tamaño sorprendente, llegaron tras desprenderse de unos remolcadores noruegos que las transportaban hacia Argelia. El incidente ocurrió después de que un barco de carga islandés tuviera un accidente, dejando a las tuberías sin amarre en el mar.