La iguana marina de Galápagos, una especie endémica de este archipiélago ecuatoriano, es un claro ejemplo de cómo los organismos pueden desarrollar características únicas para adaptarse a entornos extremos. Estas iguanas se separaron de sus antepasados hace aproximadamente 5,7 millones de años, que comenzó así un proceso evolutivo que las llevó a convertirse en los únicos lagartos en el planeta que pueden nadar y alimentarse bajo el agua.
Se cree que sus ancestros llegaron desde el continente sudamericano arrastrado por las corrientes en balsas naturales de vegetación, lo cual les permitió asentarse en las recién formadas islas volcánicas de Galápagos. Desde entonces, estas iguanas fueron adaptándose a las duras condiciones del archipiélago, desarrollando rasgos y conductas que les han permitido sobrevivir hasta el día de hoy.
La adaptación al entorno marino fue clave para la supervivencia de la iguana marina. En las Galápagos, donde los recursos terrestres eran limitados, estas iguanas se aventuraron a aprovechar los alimentos disponibles en el océano. Con el tiempo, desarrollaron una serie de características físicas que les permiten desplazarse con facilidad bajo el agua.
Su cola aplanada funciona como un timón, que facilita su propulsión en el océano, y su cuerpo se adaptó para moverse con agilidad en el entorno acuático. Además, las garras afiladas de sus patas son ideales para aferrarse a las rocas mientras se alimentan, resistiendo las corrientes marinas que podrían arrastrarlas. Este entorno les ofreció una fuente de alimento abundante y exclusiva: las algas marinas, que constituyen la base de su dieta.
Aunque las iguanas marinas poseen habilidades acuáticas excepcionales, deben enfrentar las bajas temperaturas del agua en las que buscan su alimento. Siendo de sangre fría, carecen de un sistema de regulación térmica como el de los mamíferos, por lo que dependen del calor externo para elevar su temperatura corporal.
Su coloración oscura es una adaptación que les permite absorber mayor cantidad de luz solar y alcanzar hasta 36 grados Celsius antes de sumergirse en el agua. Esto es vital, ya que durante cada inmersión pierden hasta 10 grados de temperatura y, tras buscar alimento, necesitan volver a las rocas para calentarse nuevamente al sol. Estos periodos de descanso al sol son indispensables para que puedan continuar con su actividad alimenticia en un ambiente donde el agua fría es constante.
Otra adaptación fundamental que desarrolló la iguana marina es su capacidad para eliminar la sal que ingiere al alimentarse de algas marinas. A lo largo de su evolución, generaron unas glándulas situadas cerca de sus fosas nasales, que funcionan como un sistema de filtración de la sal en la sangre. Una vez que estas glándulas extraen el exceso de sal, el animal la expulsa mediante un peculiar “estornudo”. Este comportamiento se observa con frecuencia en estos casos y es común verlas con una especie de “peluca” de sal alrededor de sus fosas nasales. Este mecanismo evita que los altos niveles afecten su organismo y es crucial para su adaptación al ambiente marina.
Además de estas adaptaciones, la iguana marina posee una característica única en el mundo animal: la capacidad de reducir su tamaño corporal en respuesta a la escasez de alimentos. Durante el fenómeno de El Niño, que calienta las aguas del océano y reduce la disponibilidad de algas, las iguanas experimentan una contracción en su tamaño.
Esta adaptación les permite sobrevivir con menos alimento al reducir su masa corporal, lo que implica un menor gasto energético. Los científicos han observado que, en estos periodos, las iguanas pueden llegar incluso a consumir parte de su tejido óseo, lo que resulta en una reducción de su esqueleto. Una vez que la situación se normaliza y las algas vuelven a crecer en cantidad, estos reptiles recuperan su tamaño original.
En cuanto a su ciclo de vida, las iguanas marinas siguen un proceso de reproducción ovíparo, lo que significa que las hembras depositan huevos en la arena para incubar a sus crías. Durante el periodo de apareamiento, los machos emiten un olor característico que resulta atractivo para las hembras, quienes escogen a sus compañeros en parte basándose en esta señal olfativa.
Además, los machos adquieren colores más brillantes durante esta fase, una estrategia que les permite destacar frente a posibles competidores y aumentar sus posibilidades de ser elegidos. Otra característica distintiva de esta especie es el dimorfismo sexual: mientras que algunos machos pueden alcanzar 1,3 metros de longitud, las hembras son considerablemente más pequeñas, con una longitud promedio de 60 centímetros. Este tamaño diferenciado entre los sexos facilita la identificación de machos y hembras en el entorno.
Aunque estas iguanas han demostrado una notable capacidad de adaptación a su entorno, enfrentan actualmente diversas amenazas que ponen en riesgo su supervivencia. La introducción de especies invasoras, como ratas y gatos, representa un peligro significativo para sus huevos y crías. Además, la pérdida de hábitat y los efectos del cambio climático también afectan a estas iguanas.