La ballena azul es el animal más grande que ha existido en la Tierra, y su dieta, basada en el consumo de krill, un tipo de pescado, resulta crucial para su enorme tamaño y para el equilibrio de los ecosistemas oceánicos. Estos cetáceos encuentran en este alimento la energía que necesitan para alcanzar hasta 180 toneladas de peso y más de 30 metros de longitud.
Durante la temporada principal de alimentación, el consumo de por cada ballena azul puede alcanzar toneladas diarias, en zonas con aguas frías y ricas en nutrientes, como el océano Antártico y las cercanías de la isla de Georgia del Sur.
Este cetáceo pertenece al grupo de las ballenas barbadas y cuenta con un sistema de alimentación adaptado a su dieta especializada. A diferencia de otros animales, las ballenas azules no poseen dientes; en su lugar, sus mandíbulas están equipadas con barbas, estructuras córneas que filtran el alimento del agua. Al hallar un banco de krill, la ballena abre su enorme boca y captura un volumen considerable de agua junto con su alimento. Después de tragar, expulsa el agua mientras las presas permanecen atrapadas en las barbas, logrando así consumir las grandes cantidades que su tamaño demanda.
Un estudio reciente de la Universidad de Stanford, publicado en Nature y dirigido por el investigador Matthew Savoca, reveló que las ballenas azules ingieren mucho más krill de lo que se había estimado. El equipo científico colocó etiquetas de ventosa en estos cetáceos para observar en detalle sus hábitos alimenticios y las profundidades de sus inmersiones. Este estudio demostró que una ballena azul puede ingerir alrededor de 16 toneladas de krill al día en zonas del Océano Austral, donde las densidades de este alimento alcanzan su punto máximo y permiten cubrir los altos requerimientos energéticos de estos animales.
Esta ingesta esencial en el metabolismo de las ballenas, impacta también en el ecosistema. Las heces de estos animales contienen nutrientes, como el hierro, que funcionan como fertilizantes naturales en las aguas oceánicas, impulsando el crecimiento del fitoplancton, fuente primaria en la cadena alimenticia marina y recurso esencial para estos pescados. Este ciclo mantiene un delicado equilibrio en los océanos: el fitoplancton alimenta al krill, y el este, a su vez, sostiene a las ballenas y a otros depredadores marinos.
Durante el siglo XX, la caza de ballenas provocó una disminución drástica en las poblaciones de ballena azul, lo cual afectó indirectamente a la disponibilidad de estos pescados en algunos ecosistemas. Según World Wildlife Fund (WWF), en 1926 las aguas del océano Antártico albergaban aproximadamente 125,000 ballenas azules. Décadas después, las poblaciones se habían reducido a cerca de 3,000 individuos en 2018. La falta de ballenas interrumpió el ciclo natural de nutrientes en las aguas, que afecta el desarrollo del fitoplancton y, en consecuencia, la abundancia de krill, lo que impactó en numerosas especies marinas que dependen de este alimento.
El cambio climático y la pesca comercial del krill representan factores adicionales de presión sobre este crustáceo. La biogeoquímica marina Emma Cavan, del Imperial College de Londres, señala a National Geographic, que el aumento de la temperatura y la acidificación de los océanos afecta al fitoplancton y al propio krill. A su vez, la industria pesquera ha aumentado la extracción de estos para la acuicultura y para la producción de aceites con alto contenido nutricional, lo que podría suponer una amenaza para el equilibrio ecológico y para las ballenas, que dependen directamente de este recurso.
En el Atlántico Sur, el avistamiento de ballenas jorobadas, otra especie de cetáceo barbado, muestra una tendencia de recuperación. Los informes de WWF reflejan un aumento de aproximadamente 450 ballenas jorobadas en el siglo XX a unas 25,000 en la actualidad, lo cual representa una señal de esperanza para los esfuerzos de conservación de cetáceos en general. De acuerdo con Matthew Savoca, al incrementarse las poblaciones de ballenas en el Océano Austral, se podría reactivar el ciclo de nutrientes y beneficiar a otros elementos de la cadena alimenticia, como el fitoplancton y el krill, fortaleciendo así el equilibrio de los ecosistemas marinos.