En la ciencia, los límites entre la vida y la muerte siempre se han considerado claros y definidos. Sin embargo, una nueva y asombrosa área de investigación está desafiando estas ideas tradicionales, al mostrar que algunas células de organismos muertos pueden adoptar nuevas funciones y seguir funcionando después de la muerte.
Este fenómeno, conocido como el “tercer estado”, plantea preguntas sobre los procesos biológicos que ocurren una vez que un organismo ha fallecido, y está abriendo un campo completamente nuevo en la biología. La posibilidad de que ciertas células se reorganicen y desempeñen nuevas funciones, ha capturado la atención de científicos de todo el mundo, quienes estudian este proceso en busca de nuevas aplicaciones médicas y una mayor comprensión de la vida misma.
Uno de los estudios más relevantes sobre el tercer estado fue dirigido por Peter Noble de la Universidad de Washington y Alex Pozhitkov del Centro Médico City of Hope. Estos investigadores, en su artículo publicado en The Conversation, detallaron cómo ciertas células, al recibir los nutrientes y estímulos adecuados, pueden reorganizarse en nuevas estructuras multicelulares.
Los estudios se centraron en dos ejemplos particulares: los xenobots, organismos multicelulares derivados de células de ranas, y los anthrobots, formados a partir de células humanas. Estos estudios, revisados en la revista Physiology, revelan un panorama biológico completamente nuevo en el que células de organismos muertos pueden realizar funciones que no desempeñaban mientras el organismo estaba vivo.
En el caso de los xenobots, los científicos lograron que las células de piel de embriones de rana muertos se reorganizaran en formas multicelulares capaces de moverse por sí mismas. Estas nuevas formas desarrollaron comportamientos que van más allá de lo esperado para su función original. Los xenobots, por ejemplo, utilizan cilios para desplazarse en el entorno, algo que en las ranas solo sirve para mover moco, pero que en estos nuevos organismos les permite navegar libremente.
Las capacidades regenerativas de los anthrobots podrían ofrecer nuevas formas de tratamiento médico. Estos hallazgos muestran cómo los sistemas celulares poseen una plasticidad inherente, lo que sugiere que la evolución celular no está estrictamente predeterminada y puede cambiar en respuesta a nuevos estímulos después de la muerte.
Varios factores determinan si las células de un organismo muerto pueden entrar en este tercer estado. Las condiciones ambientales, el tiempo transcurrido desde la muerte, la actividad metabólica y la capacidad de preservación juegan roles clave. Por ejemplo, en humanos, los leucocitos pueden sobrevivir hasta 86 horas después del fallecimiento, mientras que en ratones, las células musculares esqueléticas pueden regenerarse hasta 14 días después de la muerte del organismo. Este comportamiento varía según la especie, el tipo de célula y las condiciones de preservación. Técnicas como la criopreservación permiten que ciertos tejidos, como la médula ósea, funcionen de manera similar a los tejidos vivos de donantes.
Uno de los aspectos más interesantes de esta investigación es el descubrimiento de que las células, al entrar en este tercer estado, pueden activar genes relacionados con el estrés y el sistema inmune. Estos genes parecen compensar la pérdida de homeostasis que ocurre después de la muerte del organismo. Investigaciones en ratones y peces cebra han mostrado que ciertos genes involucrados en la inmunidad y regulación epigenética se activan después de la muerte, lo que sugiere que este fenómeno podría ser común a diversas especies.
Para explicar cómo estas células pueden seguir funcionando después de la muerte, los investigadores han propuesto varias hipótesis. Una de las más aceptadas sugiere que ciertos canales y bombas en las membranas celulares actúan como complejos circuitos eléctricos. Estos generan señales eléctricas que permiten la comunicación celular y la ejecución de funciones específicas, como el crecimiento y el movimiento, lo que da forma a las nuevas estructuras multicelulares. Este proceso recuerda las historias de ciencia ficción sobre la reanimación de cuerpos muertos mediante electricidad, aunque en este caso los mecanismos son biológicos y no ficticios.
Además de los canales eléctricos, el acceso a fuentes de energía y la capacidad de las células para metabolizar esos recursos es fundamental para que éstas sobrevivan en el tercer estado. Las células con menores requerimientos energéticos son más propensas a sobrevivir, mientras que las células metabólicamente más activas tienden a morir más rápidamente tras el fallecimiento del organismo.
El estudio del tercer estado tiene implicaciones prometedoras en el campo de la medicina. Uno de los ejemplos más emocionantes es la posibilidad de usar anthrobots para liberar medicamentos dentro del cuerpo sin activar una respuesta inmune. Estos bots biológicos, creados a partir de tejidos vivos del propio paciente, podrían ser programados para disolver la placa arterial en pacientes con aterosclerosis o eliminar el exceso de moco en personas con fibrosis quística. Además, al tener una vida útil limitada de entre cuatro y seis semanas, los anthrobots se degradan de forma natural, lo que evita el riesgo de que células invasivas crezcan descontroladamente.