En el inicio de la pandemia, allá por marzo de 2020, los signos de cansancio podían adjudicarse al estrés ante lo desconocido, al tedio de los días que se repetían todos iguales o al agotamiento de estar todos en casa todo el tiempo. Pero a dos años de la irrupción del COVID-19, más de uno verá en la imagen que le devuelve el espejo algún kilo de más, arrugas que no estaban allí, ojeras que no se van con una buena noche de sueño, y bastantes más canas que la última vez que se detuvo a observar su cabello.
La crisis sanitaria global que desató el SARS-CoV-2 habría acelerado el envejecimiento en algunas personas, según reveló un artículo publicado en la revista Nature.
“A medida que continúa la pandemia de COVID-19, podemos sentir que estamos envejeciendo más rápido que antes. Eso no es tan extraño como suena. El envejecimiento acelerado puede deberse a varios factores, algunos de los cuales han sido destacados por la pandemia -señalaron los autores en la publicación de la prestigiosa revista-. La exposición a enfermedades infecciosas, el estrés crónico y la soledad pueden afectar el proceso de envejecimiento, exacerbando las condiciones de salud y acortando la vida”.
Similares resultados surgen de una reciente encuesta: un tercio de los participantes de un relevamiento realizado este mes por Ipsos dijo que su salud mental y física había empeorado, y las mujeres se vieron particularmente afectadas. Además, la misma proporción refirió haber aumentado de peso desde el comienzo de la pandemia.
Sin embargo, pese a que hasta hace no mucho tiempo los científicos pensaban que el envejecimiento no se podía modificar y ocurría al mismo ritmo para todos, a medida que se acumulan los estudios sobre cómo el paso del tiempo afecta al cuerpo humano, detectaron que algunas personas son notablemente resistentes a estos y otros factores estresantes.
Hoy se sabe que no sólo los genes pueden afectar el proceso de envejecimiento, sino que “un creciente cuerpo de investigación publicado en las últimas dos décadas sugiere que el envejecimiento también puede verse influido por cambios de comportamiento, como la restricción calórica y las intervenciones farmacológicas. Estos factores externos pueden alterar tanto la esperanza de vida (cuánto tiempo vive alguien) como la duración de la salud (cuánto tiempo permanece saludable)”, aseguró la reciente investigación publicada en Nature.
A continuación, una serie de hábitos que es posible modificar para contrarrestar los efectos de los últimos dos años.
1- Comer más verduras
La exposición al SARS-CoV-2 puede provocar una inflamación crónica y un envejecimiento biológico acelerado, según explicó Luigi Ferrucci, geriatra y epidemiólogo del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento de los EEUU. El experto le dijo a Nature que las personas mayores, especialmente aquellas con condiciones médicas subyacentes, son particularmente propensas a experimentar respuestas inflamatorias incontroladas llamadas tormentas de citoquinas.
En ese sentido, además de hacer todo lo que ya se sabe para evitar contraer el coronavirus, existen formas de disminuir la inflamación en el cuerpo. Y una de ellas es a través de la alimentación.
“Es valioso incluir por lo menos tres o cuatro porciones de verduras al día porque van a proveer principalmente antioxidantes super necesarios para evitar la oxidación celular que es lo que envejece las células”, recomendó a Infobae la licenciada en Nutrición María Cecilia Ponce (MN 3362), para quien “las verduras proveen fibras, sustratos para que las bacterias de nuestra microbiota intestinal puedan fermentar y generar ácidos grasos de cadena corta, que son componentes antiinflamatorios fundamentales para todo nuestro sistema”.
La especialista en nutrigenómica agregó que “además, las verduras contienen vitaminas, minerales y oligoelementos, que son fundamentales para la buena metabolización del resto de los nutrientes y de la salud celular”.
2- Protegerse del “envejecimiento digital”
Hasta los 25 años, el abundante suministro de antioxidantes en el cuerpo protege las células de la piel de la inflamación, protegiéndola del daño. Es por eso que nuestra piel no “envejece” antes de esa fecha. Después de los 20, los cambios microscópicos destruyen nuestro colágeno y elastina (las proteínas responsables de mantener nuestra piel tersa y flexible).
Fumar, la contaminación, una dieta alta en azúcar y pasar demasiado tiempo frente a una pantalla también pueden exacerbar este proceso, envejeciendo prematuramente la piel.
Si bien es evidente que el sol emite mayor cantidad de luz azul-violeta que los dispositivos electrónicos, las estadísticas muestran que la gente pasa nueve horas diarias frente a algún tipo de pantalla y que la distancia del ojo a estas fuentes es muy reducida”. Así, aunque los efectos dependen de las condiciones de exposición -la intensidad, la duración y la periodicidad-, las características son similares a las causadas por la radiación UVA y UVB.
Y aunque en comparación con los peligros bien comprendidos de la luz ultravioleta (el envejecimiento de la piel y el cáncer), la ciencia no tiene claros los efectos en la piel que tienen las fuentes de luz azul en interiores, no es poca la bibliografía que asegura que puede provocar hiperpigmentación y envejecimiento prematuro.
De allí que la médica dermatóloga Lilian Demarchi sea una ferviente promotora del hábito de usar protector solar todo el año, incluso los días nublados y aunque no vayamos a salir de casa. “Es importante el uso de protector solar todo el año para evitar la acumulación del daño -aconsejó la especialista a este medio-. El daño es acumulativo a lo largo de todo el año, de allí que la clave es cuidarse todos los días e incorporar el uso de protector solar como rutina los 365 días del año. Debe ser parte de nuestra rutina de cuidado facial diaria”.
3- Ejercitar, siempre
El aumento de peso es la consecuencia más visible de la falta de actividad física durante la pandemia. Si de inflamación sistémica se habla, la solución es “sencilla”, según los que saben: además de ayudar a perder peso, se demostró que el ejercicio físico reduce la inflamación al alentar al cuerpo a excretar toxinas dañinas.
Claudia Lescano es profesora de Educación Física y licenciada en Alto Rendimiento Deportivo, y consultada por Infobae explicó que “entrenar tiene un efecto directo en la reducción de la inflamación crónica de bajo grado, que es lo que afecta al organismo. Un grado alto de inflamación corporal está asociado a enfermedades cardiológicas y neurológicas entre otras”.
“Si bien la inflamación es un proceso normal en el cuerpo, cuando eso se mantiene en el tiempo se vuelve perjudicial -ahondó la especialista-. Lo que hace el ejercicio es generar un tipo de citoquinas que se llaman mioquinas, a través de la contracción muscular, las cuales se sabe que actúan sobre cada uno de nuestros órganos con una función antiinflamatoria”.
Así, “el ejercicio colabora en la generación de citoquinas antiinflamatorias y lo que hace es actuar sobre la inflamación crónica”.
4- Volver al trabajo presencial o moverse más
“Trabajar desde casa significaba que las personas estaban sentadas en sillas de comedor sin apoyo para los brazos mirando computadoras portátiles durante horas todos los días. Eso siempre va a resultar problemático. Y la socialización juega un papel. Cuando las personas son menos felices, sienten más dolor físico”. Cameron Tudor es el director clínico de West London Physiotherapy, en Kensington y la buena noticia es que “el declive físico o esquelético es reversible”.
“Simplemente muévete más -recomendó-. Te sentirás dolorido cuando empieces de nuevo. Eso es normal después de meses de sedentarismo, pero lo importante y protector es volver a estar en forma”.
Un reciente estudio a cargo de expertos de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido mostró que la actividad física regular provoca una reducción del 46% las muertes asociadas con el sedentarismo. “Mantenerse físicamente activo o volverse más activo a partir de la mediana edad se asocia con un menor riesgo de muerte, independientemente de los niveles de actividad pasados o el estado de salud actual”, concluyeron los autores.
5- No dejar de socializar
Una investigación realizada por la Universidad de Nueva York descubrió que el aislamiento social y la soledad aumentan el riesgo de desarrollar demencia en un 50%, enfermedades cardíacas en un 29% y un 32% más de riesgo de sufrir un derrame cerebral.
La doctora Federica Amati es científica en salud pública e investigadora asociada del Imperial College de Londres, y destacó que “la soledad también contribuye al deterioro neurocognitivo”. “La pandemia ha aislado a los ancianos y vulnerables. Todavía se están realizando investigaciones sobre cuántos años de vida se han perdido, pero esas personas informaron un gran aumento de la enfermedad. El contacto físico es muy importante para las personas. La cantidad de interacción social que tienen las personas en un día predice con mucha precisión su tendencia a la ansiedad o la depresión -sostuvo la experta-. En un nivel químico, la cantidad de estrés, el aislamiento forzado y el miedo a las enfermedades realmente afecta nuestra biología general y, en última instancia, nos hace más propensos a las enfermedades”.
Para ella, pasarán “al menos 10 años” antes de que se pueda mirar hacia atrás a lo que la pandemia le hizo a la salud de las personas y si eso es reversible.
Un estudio publicado en octubre pasado en la revista médica The Lancet ya había analizado la prevalencia mundial de la depresión y los trastornos de ansiedad en 204 países y territorios en 2020 debido a la pandemia de COVID. Y encontró que la salud mental disminuyó drásticamente en ese año, con un estimado de 53 millones de casos adicionales de trastornos depresivos mayores y 76 millones de casos adicionales de trastornos de ansiedad observados en todo el mundo.
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