Después de haber pasado la infección por coronavirus, ya sea a nivel asintomático, con pocos síntomas o en forma grave, existe un temor persistente en todos los pacientes: el COVID prolongado o Long COVID.
A nivel mundial, se estima que más de un 10% de los pacientes que cursaron COVID-19 atravesaron una experiencia de COVID prolongado o persistente, algo que va camino a convertirse en una de las consultas médicas más frecuentes en un futuro no muy lejano. En este síndrome persisten los síntomas luego de cuatro semanas de ocurrida la infección, e incluso la prolongación puede superar las 12 semanas.
Se caracteriza por síntomas como fatiga extrema, dificultad respiratoria, confusión mental, trastorno del sueño, fiebre, problemas gastrointestinales, ansiedad, depresión, dolor de cabeza, palpitaciones y taquicardias, pérdida del olfato y del gusto, entre otros trastornos en distintos órganos. Ya se han descripto 200 síntomas o signos relacionados con el cuadro posterior a la fase aguda de la infección, que se suele llamar COVID prolongado o post COVID.
Especialistas de todo el mundo advierten que una gran cantidad de adultos y jóvenes que sufrieron COVID, aun cuando no presentaban enfermedades preexistentes, podrían enfrentarse en los próximos años a serios problemas de salud. Una temática que incluye a quienes no cursaron la enfermedad con síntomas.
Otras enfermedades infecciosas que han causado epidemias o pandemias, como la gripe, la poliomielitis o la fiebre del Ébola, también han dejado secuelas en los afectados, y hay expertos que consideran que se debería aprender de las lecciones que dejaron esas emergencias de salud pública del pasado.
“En general, las secuelas físicas de las infecciones se hacen visibles a la sociedad. Por lo cual es tomado como problema de salud pública. El impacto en la salud mental pasa más desapercibido, casi al punto de ser invisibilizados. Todavía no están claras las secuelas a largo plazo del virus, pero claramente estos años de la pandemia han generado muchos problemas de salud mental, que repercutirán en el mediano y largo plazo. Hay que preparar los sistemas de salud para los años posteriores a la pandemia por el coronavirus”, dijo a Infobae Ariel Goldman, presidente de la Asociación de Economía de la Salud Argentina.
“La historia reciente nos muestra que muchas enfermedades, especialmente las virales, pueden dejar secuelas a largo plazo muy discapacitantes y lo peor es que los médicos estamos muy entrenados para tratar las emergencias o las enfermedades agudas y menos capacitados para lidiar con “el día despues” de los daños que pueden dejar las enfermedades crónicas”, advirtió el médico cardiólogo Mario Boskis, de la Sociedad Argentina de Cardiología.
En diálogo con Infobae, el experto agregó: “Muchos recuperados del COVID-19 nos consultan por sÍntomas persistentes, como fatiga, falta de aire, dolores articulares o trastornos cognitivos. El discurso más frecuente es que sienten que no son la misma persona que eran antes de la infección. El desafío ahora es encontrar una relación causal entre el virus y los síntomas. Su ausencia en los tests disgnósticos nos lleva a pensar en una reacción inflamatoria, desencadenada por el virus que persiste por meses”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha decidido por fin a definir esta patología y reconocer así la existencia de una dolencia, lo que supone un apoyo fundamental para todos aquellos pacientes que han tenido que escuchar demasiadas veces que todo estaba en sus cabezas, o que solo hacía falta tener paciencia.
Es una acción tan necesaria que la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) ya contaba con su propia descripción y ahora están inmersos en la creación de guías y protocolos para su abordaje. “La importancia que tiene una definición es que le da un peso específico y una entidad propia a la enfermedad”, explica Lorenzo Armenteros, portavoz de la SEMG, que busca crear un gran registro de pacientes que permita dimensionar la enfermedad. De esta forma se podrán definir los cluster, pacientes agrupados en base a diferentes características como edad, género o comorbilidades, y así estudiar la incidencia en cada grupo específico.
Los llamados síndromes post-infecciosos son viejos conocidos en medicina. Surgen a raíz de un proceso generalmente vírico (como una simple gripe) y se caracterizan por un cuadro de cansancio a veces acompañado de cefaleas. Pero el COVID persistente es algo muy distinto. Ni siquiera surgió algo parecido tras la enfermedad por otros coronavirus como el SARS y el MERS, o al menos no tuvo significación estadística.
Los expertos por ahora saben, según las primeras estadísticas, que el COVID persistente parece más frecuente en hombres. Lo mismo sucede con la enfermedad grave, para la que tanto el ingreso hospitalario como las secuelas se dan con más frecuencia en hombres con patologías crónicas. En lo que sí se asimilan ambas es en la baja prevalencia en niños (entre un 1% y un 4% para la COVID persistente).
Otro futuro gran problema puede ser el envejecimiento precoz, existen estudios que lo auguran para aquellos que hayan tenido coronavirus. Como en cualquier enfermedad crónica existen aspectos que no podremos conocer hasta que pasen los años, pero aún existen muchas preguntas que debemos intentar responder en el presente.
¿Quiénes tienen más riesgo de padecerlo?
Los científicos se han lanzado a intentar averiguar qué pacientes corren mayor riesgo de desarrollar un COVID prolongado y cuáles serían los factores desencadenantes de tal situación. Una investigación que acaba de publicarse en el medio especializado Cell indica que especialistas del Instituto de Biología de Sistemas de Seattle parecen haber localizado respuestas parciales.
Las personas que tienen fragmentos circulantes del coronavirus, anticuerpos específicos dirigidos contra sus propios tejidos u órganos y un resurgimiento del virus de Epstein-Barr parecen estar en mayor riesgo, según señalaron los especialistas en su documento. Los científicos van en camino a comprender y predecir mejor el COVID prolongado, con el que los pacientes aún enfrentan una amplia gama de problemas de salud meses después de la recuperación. El equipo de más de 50 investigadores encontró algunos marcadores que podían identificarse temprano y parecerían correlacionarse con síntomas duraderos, independientemente de si la infección inicial fue grave.
Los investigadores siguieron a 309 pacientes con COVID desde el diagnóstico inicial hasta la convalecencia, dos o tres meses después, y los compararon con sujetos de control sanos. Analizaron muestras de sangre e hisopos nasales, integrando los datos con los registros de salud de los pacientes y los síntomas autoinformados.
Después de tres meses, más de la mitad de los pacientes informaron fatiga y una cuarta parte informó tos persistente. Otros sufrieron síntomas gastrointestinales. Los resultados del estudio fueron complejos, con diferentes perfiles asociados con distintos síntomas. En general, los científicos señalaron que uno de los cuatro factores es el nivel de ARN del coronavirus en la sangre al principio de la infección, un indicador de la carga viral. Otro es la presencia de ciertos autoanticuerpos, anticuerpos que atacan por error los tejidos del cuerpo como lo hacen en condiciones como el lupus y la artritis reumatoide. Un tercer factor es la reactivación del virus de Epstein-Barr, un virus que infecta a la mayoría de las personas, a menudo cuando son jóvenes, y luego se vuelve latente.
El factor final es tener diabetes tipo 2, aunque los investigadores indicaron que en estudios que involucran a un mayor número de pacientes, podría resultar que la diabetes sea solo una de varias afecciones médicas que aumentan el riesgo de un COVID prolongado. Los autores señalaron que sus hallazgos determinan posibles estrategias de tratamiento que incluyen “medicamentos antivirales, ya que tienen un efecto sobre la carga viral, y la terapia de reemplazo de cortisol, para pacientes con deficiencia”.
El complejo estudio tuvo varios componentes e involucró a docenas de investigadores en varias universidades y centros, incluido el Instituto de Biología de Sistemas, la Universidad de Washington y el Centro Médico Sueco en Seattle, donde el autor médico principal del estudio, Jason Goldman, es un especialista en enfermedades infecciosas.
Infografías: Marcelo Regalado
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