Las manifestaciones cardiopulmonares a corto plazo del síndrome respiratorio agudo severo coronavirus 2 (SARS-CoV-2) están bien definidas. Sin embargo, las implicaciones de las secuelas cardiopulmonares, que persisten más allá de la enfermedad aguda, sobre la función física son en gran parte desconocidas.
Forma parte de un variado conjunto de síntomas que perduran en el tiempo luego del alta epidemiológica y que los especialistas dieron en llamar síndrome post COVID, COVID prolongado o long COVID.
Al parecer, nueva evidencia sugiere que las mujeres con COVID prolongado experimentan irregularidades en la frecuencia cardíaca en respuesta al esfuerzo físico, y esto tiene el potencial de limitar no solo la tolerancia al ejercicio sino también la actividad física de vida libre.
Según una nueva investigación publicada en la revista Experimental Physiology de The Physiological Society, en perspectiva de la mayor prevalencia de discapacidad física relacionada con la edad entre las mujeres, en comparación con los hombres, estos hallazgos destacan la necesidad de programas de rehabilitación específicos para manejar las consecuencias de los problemas cardíacos y pulmonares persistentes en mujeres con síntomas persistentes relacionados con COVID-19.
Los doctores Stephen J. Carter y Marissa N. Baranauskas, fisiólogos de la Universidad de Indiana en Bloomington, a cargo del estudio informaron diferencias significativas en las respuestas de la frecuencia cardíaca y la recuperación de una prueba de caminata de seis minutos en mujeres varios meses después de un SARS-CoV de leve a moderado en comparación con lo que ocurría en grupos de control de personas no infectadas.
Los grupos de control y experimentales se emparejaron por edad e índice de masa corporal, lo que proporcionó una mayor certeza de que los presentes hallazgos se atribuyeron al síndrome de COVID prolongado en lugar de diferencias subyacentes relacionadas con el envejecimiento o la obesidad.
Específicamente, la frecuencia cardíaca se redujo durante el esfuerzo físico, y la recuperación (es decir, la disminución de la frecuencia cardíaca hasta la línea de base) se retrasó después del esfuerzo entre los participantes del SARS-CoV-2 a pesar de una distancia recorrida y calificaciones de esfuerzo similar.
“Tales alteraciones tienen el potencial de limitar no solo la tolerancia al ejercicio, sino también la participación en la actividad física de vida libre en las mujeres durante la recuperación posaguda del COVID-19″, sostuvieron los investigadores en la publicación de sus resultados.
Según el trabajo, “las mujeres que informaron dificultad para respirar o dolores articulares o musculares, en el momento de la prueba lograron una proporción menor de la distancia de prueba de caminata prevista de seis minutos en comparación con los controles, así como con los participantes del SARS-CoV-2 que no experimentaban activamente tales síntomas”.
Además, las respuestas de frecuencia cardíaca más anormales se asociaron con un mayor número de días con dificultad para respirar al inicio de la enfermedad y una menor capacidad para el intercambio de gases en los pulmones.
Aunque el sexo masculino se asocia con una mayor gravedad y mortalidad de los síntomas de COVID-19, informes recientes sugieren que las mujeres pueden ser más susceptibles a ciertas limitaciones relacionadas con los pulmones meses después de la recuperación.
Antes de este estudio, los datos de admisiones hospitalarias de Mayo Clinic ya indicaban que las mujeres superan en número a los hombres 3:1 en la búsqueda de tratamiento para los síntomas persistentes después de un diagnóstico positivo de COVID-19.
Sin embargo, aún no se ha estudiado la influencia de estas anomalías persistentes en el funcionamiento físico de las personas que se recuperan de COVID-19 leve a moderado.
Los investigadores resaltaron que las mujeres que tenían antecedentes de enfermedad pulmonar grave, como EPOC o enfisema), enfermedad cardíaca (ACV o ataque cardíaco) o que informaron haber fumado o consumido productos de tabaco en los últimos seis meses fueron excluidas de la participación.
Dada la naturaleza retrospectiva de este trabajo, no se puede determinar la posibilidad de anomalías pulmonares o cardíacas no diagnosticadas que existían antes de una infección por SARS-CoV-2. Además, es posible que los individuos incluidos en el grupo de control hayan tenido una infección asintomática por SARS-CoV-2.
Dado que la menopausia se asocia con una mayor prevalencia de anomalías pulmonares restrictivas, es importante señalar que la proporción de mujeres que superaron la edad promedio de la menopausia (51 años) fue similar tanto para el SARS-CoV-2 (79%) como el grupo de control (81%).
Sobre los hallazgos del estudio, el doctor Carter sostuvo: “Dada la mayor prevalencia de la discapacidad física relacionada con la edad en las mujeres, en comparación con los hombres, nuestros hallazgos muestran que un programa de rehabilitación específico podría ser especialmente útil para las mujeres y otros grupos afectados por los síntomas persistentes de COVID-19, lo que promueve la recuperación y minimiza la susceptibilidad al deterioro de la condición física”.
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