Más de la mitad de los 239 millones de personas diagnosticadas por COVID-19 en todo el mundo podría experimentar síntomas post-COVID, también llamado COVID largo o COVID persistente, hasta seis meses después de recuperarse. Así lo estimó un estudio científico realizado por investigadores de la Universidad del Estado de Pensilvania en los Estados Unidos y de la Universidad Católica Australiana, en Australia.
Tras hacer una revisión de trabajos ya publicados en el mundo, el equipo de investigación hizo un llamado de atención para los gobiernos, las organizaciones de atención médica y los profesionales de la salud pública: deben prepararse para el gran número de sobrevivientes de COVID-19 que necesitarán atención para una variedad de síntomas psicológicos y físicos después de haber transitado la etapa aguda de la infección por el coronavirus.
Durante la enfermedad, muchos pacientes con COVID-19 experimentan síntomas como cansancio, dificultad para respirar, dolor en el pecho, dolor en las articulaciones y pérdida del gusto o del olfato. Pero la infección puede dejar secuelas después de la recuperación de la fase aguda tanto en los adultos como en los niños, que no estaban vacunados contra el COVID-19.
Para comprender mejor los efectos del virus sobre la salud a corto y largo plazo, los investigadores examinaron estudios mundiales en los que participaron pacientes no vacunados que se recuperaron del COVID-19. Según los resultados, los adultos, así como los niños, pueden experimentar varios problemas de salud adversos durante seis meses o más después de recuperarse del COVID-19. El estudio fue publicado en la revista JAMA Network Open, de la Asociación Médica Estadounidense.
Los investigadores realizaron una revisión sistemática de 57 informes que incluían datos de 250.351 adultos y niños no vacunados que fueron diagnosticados con COVID-19 desde diciembre de 2019 hasta marzo de 2021. Entre las personas estudiadas, el 79% fueron hospitalizados, y la mayoría de los pacientes (79%) vivían en países de altos ingresos. La edad media de los pacientes era de 54 años, y la mayoría de los individuos (56%) eran hombres.
Los investigadores analizaron el estado de salud de los pacientes después del COVID durante tres intervalos: un mes (a corto plazo), de dos a cinco meses (a medio plazo) y seis o más meses (a largo plazo). Según los resultados, los recuperados experimentaron una serie de problemas de salud residuales asociados al COVID-19.
Por lo general, esas complicaciones afectaron al bienestar general del paciente, a su movilidad o a sus sistemas orgánicos. En general, uno de cada dos sobrevivientes experimentó manifestaciones de COVID a largo plazo. Las tasas se mantuvieron prácticamente constantes desde un mes hasta seis o más meses después de su enfermedad inicial.
Los investigadores observaron varias tendencias entre los que tuvieron COVID-19. Más de la mitad de los pacientes que tuvieron el coronavirus informaron de pérdida de peso, fatiga, fiebre o dolor. Aproximadamente uno de cada cinco experimentó una disminución de la movilidad.
Entre los síntomas de problemas de salud mental, casi uno de cada cuatro recuperados experimentó dificultades de concentración. Casi uno de cada tres pacientes fue diagnosticado con trastornos de ansiedad generalizada. Además, seis de cada diez sobrevivientes presentaban anomalías en las imágenes del tórax y más de una cuarta parte de los pacientes tenían dificultades para respirar.
También el dolor de pecho y las palpitaciones fueron algunas de las afecciones más frecuentes. Casi uno de cada cinco pacientes experimentó pérdida de cabello o erupciones cutáneas. El dolor de estómago, la falta de apetito, la diarrea y los vómitos fueron algunas de las afecciones más frecuentes.
“Estos resultados confirman lo que muchos trabajadores de la salud y sobrevivientes del COVID-19 han estado afirmando, a saber, que los efectos adversos para la salud de la COVID-19 pueden persistir”, dijo el investigador principal Vernon Chinchilli, quien es bioestadístico y profesor de ciencias de la salud pública en la Universidad del Estado de Pensilvania, en Estados Unidos.
“Aunque estudios anteriores han examinado la prevalencia de los síntomas prolongados de la COVID entre los pacientes, este estudio examinó una población más amplia, que incluía a personas de países de ingresos altos, medios y bajos, y examinó muchos más síntomas. Por lo tanto, creemos que nuestras conclusiones son bastante sólidas teniendo en cuenta los datos disponibles”.
Consultado por Infobae, el médico clínico Andrés Espejo, del Servicio de Clínica Médica del Hospital Universitario Austral de Argentina, comentó sobre el trabajo realizado por los investigadores de Estados Unidos y Australia: “Se trata de una revisión importante, que incluye un gran número de pacientes. El artículo aporta más información acerca de las secuelas que se pueden asociar a la infección por COVID y de su prevalencia”.
El doctor Espejo señaló que “el trabajo aporta evidencia para resaltar la importancia de un seguimiento médico individualizado en cada paciente en particular para no incurrir en gastos innecesarios que pueden llevar a un colapso del sistema de salud. También es importante no dejar de lado el aspecto psicológico y emocional de los pacientes que claramente juega un rol en el Post Covid o Covid Largo”.
“La carga de mala salud en los recuperados del COVID-19 es abrumadora”, dijo el doctor Paddy Ssentongo, co-investigador principal y profesor asistente del Centro de Ingeniería Neural de Penn State. “Entre ellos se encuentran los trastornos de salud mental. La batalla contra el COVID no termina con la recuperación de la infección aguda. La vacunación es nuestro mejor aliado para evitar enfermar de COVID-19 y para reducir la posibilidad de contraer COVID a largo plazo incluso en presencia de una infección aguda”.
Los mecanismos por los que el COVID-19 provoca síntomas persistentes en los recuperados de la infección aguda no se conocen del todo. Estos síntomas podrían ser el resultado de una sobrecarga del sistema inmunitario desencadenada por el virus, de una infección persistente, de una reinfección o de un aumento de la producción de autoanticuerpos (anticuerpos dirigidos contra sus propios tejidos).
El coronavirus puede acceder, entrar y vivir en el sistema nervioso. Como resultado, los síntomas del sistema nervioso, como los trastornos del gusto o del olfato, el deterioro de la memoria y la disminución de la atención y la concentración, suelen aparecer en los recuperados. “Nuestro estudio no fue diseñado para confirmar que el COVID-19 sea la única causa de estos síntomas. Es plausible que los síntomas comunicados por los pacientes en algunos de los estudios examinados se deban a otras causas”, aclaró Ssentongo.
Según los investigadores, la intervención temprana será fundamental para mejorar la calidad de vida de muchos sobrevivientes del COVID-19. Dijeron que en los próximos años, los centros de salud y los hospitales probablemente verán una afluencia de pacientes con problemas psiquiátricos y cognitivos, como depresión, ansiedad o trastorno de estrés postraumático, que por lo demás estaban sanos antes de la infección.
El equipo de investigación señaló que estas condiciones de salud a largo plazo pueden causar un aumento de la demanda de atención médica y podrían sobrecargar los sistemas de atención de la salud, en particular en los países de bajos y medianos ingresos. Afirmaron que los hallazgos de este estudio podrían ayudar a dar forma a los planes de tratamiento para mejorar la atención a los pacientes con COVID-19 y establecer una gestión clínica integrada basada en la evidencia para los afectados.
“Dado que los sobrevivientes pueden no tener la energía o los recursos necesarios para ir de un lado a otro de sus proveedores de atención médica, las clínicas integradas serán fundamentales para gestionar de forma eficaz y eficiente a los pacientes con COVID largo”, dijo Ssentongo. “Esas clínicas podrían reducir los costes médicos y optimizar el acceso a la atención, especialmente en las poblaciones con mayores disparidades históricas en materia de atención sanitaria”, recomendó el investigador, quien formó parte del equipo junto con Nicholas Parsons, de la Universidad de Deakin, y Govinda Poudel, de la Universidad Católica de Australia, entre otros.
El lunes pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) difundió por primera vez la definición oficial de la enfermedad conocida como COVID persistente, post COVID o COVID Largo, con el objetivo de facilitar el tratamiento de los enfermos. La médica Janet Díaz, jefa de gestión clínica de la OMS explicó en una presentación en Ginebra, Suiza, que se trata de una patología que se presenta “normalmente tres meses después del inicio del COVID-19″.
“Los síntomas duran al menos dos meses y no pueden explicarse por un diagnóstico alternativo”, dijo. La definición de la nueva enfermedad fue realizada luego de una consulta a nivel mundial. Díaz consideró que esta nueva definición implica un “un importante paso adelante” para estandarizar el reconocimiento de los pacientes con esta condición.
La OMS espera que “ayude al personal médico y sanitario a reconocer a los pacientes y a comenzar con los tratamientos e intervenciones adecuados y a tener claros los caminos a tomar”, agregó. “Esperamos que los responsables políticos y los sistemas sanitarios establezcan y apliquen modelos sanitarios integrados para atender a estos pacientes”, manifestó.
SEGUIR LEYENDO: