¿Cómo afecta la fatiga pandémica en niños y adolescentes?

Una investigación de la Universidad Johns Hopkins revela síntomas como depresión, enojo, encierro y retraso madurativo como algunas de las consecuencias

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¿Cómo impacta esta crisis en la población infantil? ¿Qué dimensiones psicológicas o de desarrollo pueden verse alteradas? ¿Afecta a todos por igual o hay grupos más vulnerables? (REUTERS)
¿Cómo impacta esta crisis en la población infantil? ¿Qué dimensiones psicológicas o de desarrollo pueden verse alteradas? ¿Afecta a todos por igual o hay grupos más vulnerables? (REUTERS)

Los niños y adolescentes se han sentido impactados por la pandemia en todas las áreas de sus vidas. La crisis generada ha puesto patas arriba la situación social conocida hasta ahora. Sus efectos están presentes en el día a día. Desde el mundo adulto se presta atención a cuestiones como la economía, la salud, el empleo o el turismo, pero no se pone la mirada en cómo esta crisis afecta a las necesidades de la infancia.

¿Cómo impacta esta crisis en la población infantil? ¿Qué dimensiones psicológicas o de desarrollo pueden verse alteradas? ¿Afecta a todos por igual o hay grupos más vulnerables? ¿Se pueden amortiguar los efectos de esta crisis en la infancia? En estos tiempos los especialistas están comenzando a obtener resultados sobre sus investigaciones en torno a estas cuestiones.

Carisa Parrish, especialista del Centro Infantil de la Universidad Johns Hopkins y codirector del programa de psicología médica pediátrica la misma entidad, se ha abocado a desarrollar estudios sobre la problemática. Sus resultados están permitiendo brindar información sobre cómo los padres y tutores pueden ayudar a los niños y adolescentes a esperar los meses restantes de la pandemia y proyectando tiempos mejores.

La pandemia supone romper las relaciones sociales con iguales y con la familia ampliada, dos de los ámbitos clave para el desarrollo infantil. Si a esto se suma el estrés y la incertidumbre familiar en lo social y en lo económico, la situación de angustia y miedo de las niñas y niños incrementa. Como consecuencia, hay más incidencia de problemas de salud mental como ansiedad, depresión y síntomas relacionados con el estrés.

En muchos casos, esta situación se ha visto empeorada por la enfermedad o pérdida de seres queridos. A corto plazo, se han producido crisis de ansiedad, alteraciones del sueño, la alimentación y el ejercicio físico. La modificación de estas rutinas puede afectar al desarrollo en edades muy tempranas, pudiendo producir, incluso, cambios más duraderos. Además, niñas, niños y adolescentes han perdido otro espacio de socialización: el escolar. Este se ha desnaturalizado y se ha llenado de elementos artificiales (mascarillas, geles, distancia…).

Los niños y los adolescentes están agotados por las precauciones contra el coronavirus (REUTERS)
Los niños y los adolescentes están agotados por las precauciones contra el coronavirus (REUTERS)

Los niños y los adolescentes están agotados por las precauciones contra el coronavirus. “Los niños, especialmente los adolescentes, están mordisqueando un poco para obtener algún rédito, tratando de persuadir a sus padres de que se relajen con las precauciones del COVID-19“, dice Parrish, quien enseña mindfulness y usa técnicas cognitivas conductuales en su trabajo con niños y adolescentes.

“Los menores están frustrados, enojados, deprimidos y resentidos -continúa. No estaban destinados a pasar la vida frente a las computadoras. Ya han renunciado a muchas cosas: su primavera, su verano, los deportes, las fiestas de cumpleaños y graduación, las vacaciones y ahora, la anticipación y la diversión de pasar las vacaciones de invierno con amigos y familiares. Están cansados”.

“Con el paso del tiempo se produce cierta habituación a medidas restrictivas, en tanto que aparece la denominada fatiga pandémica -aporta Nines Ballesteros-Duperón Profesora Titular Psicobiología de la Universidad de Granada-. Se trata de una reacción de agotamiento frente a una adversidad mantenida y no resuelta. Puede llevarnos a la complacencia, la alienación y la desesperanza. Aparece de forma gradual en el tiempo y se ve afectada por emociones y por el contexto social y cultural. La población infantil y adolescente no es ajena a esta situación”.

También lo están los padres. Últimamente, el trabajo de Parrish ha incluido actuar como árbitro ocasional entre los padres que quieren mantener el rumbo con el distanciamiento físico, máscaras e higiene de manos, y los niños que lo superan. Los padres que quieren mantener a sus hijos (y al resto de la familia) a salvo de la infección por coronavirus están llegando a un punto muerto con sus hijos, que tienen el deseo normal de socializar con sus compañeros.

Getty
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“Los padres pueden apoyar a los niños explicándoles que posponer lo que quieren hacer hoy puede significar un mañana más feliz, con más posibilidades de que sus seres queridos se mantengan bien”, sugiere la especialista.

Una solución recomendada para los padres es mantenerse fuerte en las precauciones contra la pandemia, como el distanciamiento físico, el uso de una máscara, mantener las manos limpias y evitar las reuniones en interiores. “No permita que los niños desgasten su resolución y dé un buen ejemplo al ceñirse a estas precauciones -continúa Parrish-. Manténgase conectado con otros padres para obtener apoyo social con respecto a las pautas de seguridad”.

Para Carlos Martínez Martínez, profesor especialista en psicología de la intervención social y psicólogo de los equipos de tratamiento familiar del Ayuntamiento de Granada, “es correcto que los niños no estén bien”. Dejar la vida en suspenso durante meses puede parecer imposible, especialmente para niños y adolescentes. Puede ser más fácil para los adultos aceptar la dura duración de la pandemia de coronavirus mientras el mundo espera que las vacunas estén ampliamente disponibles para todos.

“Para los adultos, renunciar a un año de vida como algo normal es bastante difícil -admite Parrish. Pero para los niños, un año es una eternidad. Los mayores tienen un fuerte sentido de la justicia y la equidad, lo que impulsa su idealismo y su pasión por cómo debería ser el mundo. Pero otro lado de ese sentido se relaciona con sus propias vidas. A medida que aprenden a defenderse y pedir lo que quieren y necesitan, puede resultar indignante que tengan que renunciar a tantos aspectos importantes y placenteros de sus vidas cuando no han hecho nada para merecer eso“.

La visión “adultocentrista” de la pandemia ha impedido tener en cuenta variables fundamentales para el adecuado desarrollo de la infancia, especialmente, para la más vulnerable (REUTERS)
La visión “adultocentrista” de la pandemia ha impedido tener en cuenta variables fundamentales para el adecuado desarrollo de la infancia, especialmente, para la más vulnerable (REUTERS)

La visión “adultocentrista” de la pandemia ha impedido tener en cuenta variables fundamentales para el adecuado desarrollo de la infancia, especialmente, para la más vulnerable. No todas las infancias gozan de las mismas oportunidades ni de los mismos recursos. Por eso, las consecuencias son más devastadoras para niños y adolescentes en situación de desventaja social, de riesgo social o de circunstancias de desarrollo diferencial (trastornos de aprendizaje, del neurodesarrollo, etc.). “Es especialmente difícil para los niños ver diferencias en lo que se les permite hacer a algunos de sus compañeros, según las decisiones de sus padres -alerta Parrish-. Por ejemplo, un niño puede notar en las redes sociales que un amigo está celebrando una fiesta de pijamas con un gran grupo de amigos, a la que no se le permitiría asistir. Estas pérdidas son reales y deben validarse. Pero los padres no deberían permitir que el dolor debilite su resolución de seguir las precauciones de seguridadREUTERS

Los padres deben tener en cuenta lo que esperan de sus hijos y adolescentes en cuanto a afrontar la situación. Para Parrish, “los niños no van a ser robots y simplemente se pondrán en fila y obedecerán estas restricciones sin protestar. Está bien que no lo hagan. Por difícil que sea ver a nuestros hijos con dolor mental, debemos recordar que su seguridad es lo primero y que esos sentimientos están sentando las bases para la empatía “.

Los niños deben tener espacio para expresar su tristeza y frustración, y los padres no deben asumir que la infelicidad que expresen es un reflejo de su paternidad. Mantener la seguridad de la familia es esencial. Otro punto en que los adultos pueden acompañar a los más chicos es promoviendo la empatía. Los niños comienzan a sentirla y a expresarla a una edad temprana. Parrish dice que “los bebés y los niños pequeños notarán la angustia de los demás e incluso a veces ofrecerán consuelo a un compañero que llora. Los que viven con retrasos en el desarrollo o problemas de atención pueden desarrollar empatía más tarde que sus compañeros. Es posible, también, que algunos niños no demuestren tener perspectiva cuando se sienten estresados y atrapados en su propia confusión emocional”.

Considerar a los demás puede respaldar el compromiso de los niños y adolescentes con las precauciones de COVID-19, pero solo si comprenden cómo sus sacrificios evitan que otras personas se enfermen. Para algunos, incluso los mayores normalmente perspicaces, falta una pieza en su comprensión de la pandemia.

Un grupo de niños aplaude afuera de a un comedor comunitario durante la crisis del coronavirus en el barrio Padre Rodolfo Ricciardelli, anteriormente conocido como Villa 1-11-14, en la Ciudad de Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo
Un grupo de niños aplaude afuera de a un comedor comunitario durante la crisis del coronavirus en el barrio Padre Rodolfo Ricciardelli, anteriormente conocido como Villa 1-11-14, en la Ciudad de Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo

“Están dispuestos a correr riesgos por sí mismos, pensando que vale la pena ir a una fiesta o reunión por unos días de estar enfermos. O su sentido normal de invulnerabilidad puede llevarlos a creer que es poco probable que se infecten o enfermen -analiza Parrish-. Lo que no entienden es el hecho de que, sin saberlo, podrían transmitir el coronavirus a otra persona y poner su en peligro. Es posible que no estén pensando en parientes mayores, en un compañero de clase o en un vecino que esté pasando por un tratamiento contra el cáncer o que tenga necesidades médicas crónicas como la diabetes, y que tengan un mayor riesgo de sufrir un caso grave de COVID-19”. Habrá otras pijamada, pero solo hay un abuelo favorito puede ser un buen lema.

Repensar ciertas actitudes puede disminuir parte de la angustia que está desgastando a la juventud. Algunos de los malos sentimientos de los niños comienzan con pensamientos. “Los niños y los adolescentes pueden golpearse a sí mismos, al igual que los adultos de vez en cuando -dice Parrish-. Las cosas que nos decimos mentalmente, nunca le diríamos a un buen amigo. Nos enfocamos en que otras personas sean más inteligentes, más geniales y más atractivas. Estos pensamientos negativos automáticos son un problema particular para los niños que viven con ansiedad, depresión y problemas de atención”. Para ayudarlos en este proceso acompañarlos en preguntarse cosas como: ¿es cierto este pensamiento? ¿Es útil este pensamiento, incluso si es cierto?¿Pensar en cuán buena es otra persona te ayuda a sentir más alegría o más paz? ¿Te ayuda a tener menos peleas?”.

“Reenfocar los pensamientos puede reducir el dolor, crear un sentimiento más pacífico y reducir las confrontaciones con los padres y otros miembros de la familia -explica Parrish-. Los niños pueden aprender estas habilidades, lo que puede facilitar la espera de los últimos meses de las restricciones del coronavirus. No estamos todos en el mismo barco, pero en lo que respecta a la pandemia, todos estamos en la misma tormenta. Tenemos que ser amables, mirar hacia el futuro y recordar que los jóvenes están hechos para permanecer”.

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