Cuando la lista de los mejores vinos de Saint-Emilion, entre los más prestigiosos de Francia, se publique el jueves, el valor del viñedo de Jean-Luc Thunevin podría duplicarse. O quizás no, todo depende de los resultados de un sistema de clasificación ahora criticado por los profesionales.
"Es la recompensa, o la no recompensa, de tu trabajo", dice Thunevin, que aunque tiene una explotación desde 1991 es relativamente "nuevo" en esta región, donde algunos viticultores tienen siglos de historia a sus espaldas.
"Para mí, que no soy de este mundo, ni heredero ni de la élite, la motivación es competir, hacerlo lo mejor posible", explica rodeado de verde pocos días antes de la vendimia.
El concurso para otorgar la clasificación de los vinos de esta denominación de origen, que se celebra cada diez años, tiene el objetivo de incentivar la producción y convertir al Saint-Emilion en uno de los mejores del mundo. Algunas botellas cuestan cientos de euros.
Sin embargo, los criterios de este concurso están bajo el fuego de las críticas.
Según sus detractores, el márketing, tener un restaurante de lujo o una bodega diseñada por un arquitecto cuentan tanto como la calidad del vino en sí.
Es por eso que tres de las cuatro principales fincas de Saint-Emilion, las de Angelus, Ausone y Cheval Blanc, se retiraron recientemente de la clasificación, para sorpresa de todos.
Si algunas de las mejores añadas ya no están, la clasificación de Saint-Emilion podría quedar en entredicho. El sistema "se ha vuelto cada vez más difícil de entender", señala Jane Anson, una experta británica en vinos de Burdeos. "Ahora mismo no parece atraer a nadie", afirma.
- Diez millones por hectárea -
El sistema de clasificación se estableció en 1955 en Saint-Emilion, mucho más tarde que en otros viñedos franceses. Entonces se les exigió a los productores favorecer rendimientos menos densos para preservar el sabor distintivo del vino.
Desde entonces, las fincas pueden concursar para obtener una de estas tres clasificaciones, por orden de prestigio: Grand Cru Classé, Premier Grand Cru Classé B y la más prestigiosa de todas, Premier Grand Cru Classé A.
Tener alguna de estas clasificaciones garantiza buena reputación y permite fijar precios de venta más altos. Los precios de los terrenos también están subiendo en esta zona, donde los viñedos ya están entre los más codiciados del mundo.
Según Jean-François Galhaud, presidente del Consejo del Vino de Saint-Emilion, este sistema de clasificación que se revisa cada diez años" es "único" y lleva a los viticultores a "cuestionarse de manera permanente". "La realidad siempre está en el vaso", afirma.
Jean-Luc Thunevin, el viticultor, decidió competir y construyó un hotel y una bodega moderna, con paneles solares.
Su vino, Château Valandraud, está clasificado desde 2012 como Premier Grand cru B, lo que según él cambió la actitud de su banquero.
"Tenía muchas deudas y ahora él sabe que el dinero que me presta tiene un bien que lo respalda", asegura.
Cada una de sus nueve hectáreas tienen un valor estimado en diez millones de euros o dólares. "Y si mañana me convierto en Grand Cru A, puede que suba a 20 millones la hectárea”, asegura.
Los detractores de este sistema dicen que prima el dinero.
La denominación de origen Cheval Blanc pertenece al grupo de lujo LVMH, la rica familia Dassault tiene su propia finca, al igual que varias aseguradores y, más recientemente, millonarios chinos.
"Se ha convertido en un refugio para multimillonarios y ricos que vienen a divertirse, es dramático", dice Nicolas Despagne, cuya familia produce el vino Montagne-Saint-Emilion y lamenta que este tipo de negocios no pueden competir con los multimillonarios.
Los propietarios del vino Croque-Michotte perdieron un recurso este año contra los resultados del concurso de 2012 y finalmente renunciaron a participar en "una clasificación de empresas y no de vinos, destinada a los inversores y no a los consumidores".
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