El papa Francisco sorprendió al mundo el miércoles cuando, al término de la audiencia general en la Plaza de San Pedro, abrazó a un hombre afectado por neurofibromatosis, una enfermedad neuronal que produce tumores en la piel y deformidades en los huesos.
Aunque es uno de los problemas genéticos más comunes, la apariencia de quienes lo padecen genera todo tipo de rechazos contra ellos. Pero Francisco ha querido dar un mensaje de solidaridad y comprensión acogiendo al hombre en su regazo y tomando su cabeza entre sus manos durante varios minutos.
Esta situación remite a la historia de Joseph Merrick, el inglés nacido en el siglo XIX que por su aspecto físico fue condenado a trabajar como un "fenómeno" de circo hasta ser rescatado por un científico interesado en revertir el mal que le había provocado la sociedad.
Retratado por el cineasta David Lynch en la película de 1980 El Hombre Elefante, Merrick sufrió abusos y torturas psicológicas durante toda su juventud al punto que llegó a creer que nadie iba a ser capaz de escucharlo y comprender su drama.
Por eso, quedó sorprendido cuando escuchó que alguien quería sacarlo de la jaula para darle un hogar y presentarlo en su círculo intimo como un ser sensible y capaz de desarrollar los conocimientos necesarios para lograr la pertenencia que le habían negado.
La película además cuenta el rol de una actriz, de apellido Kendal, que supo de su existencia a través de los diarios y se movilizó para conocerlo en persona. Esa mujer fue de gran importancia en los últimos años de vida de Merrick ya que se esforzó en enseñarle a hablar, escribir y ser un experto en aspectos culturales para poder dialogar e impresionar a los hombres más poderosos de la nación.
En efecto, lo que hizo el papa Francisco el miércoles no fue sólo un gesto más de solidaridad sobre los que venía compartiendo desde su llegada al Vaticano sino que produjo un nuevo golpe de concientización respecto a los prejuicios y la discriminación cotidiana con seres humanos apartados por aspectos superficiales. Y no es de extrañar en una persona que decidió ser fiel a sus palabras: "Todos somos iguales a los ojos de Dios. Yo soy como uno de vosotros. Somos hermanos, ninguno es anónimo".