Nunca un puño levantado había tenido tanto significado. Para un padre que busca a su hijo pequeño entre un montón de escombros, puede significar que está ahí.
La señal es la indicación de que quienes se encuentran ante alguno de los edificios derrumbados por el terremoto en la Ciudad de México, deben callar porque entre los escombros se escuchó un ruido que puede ser alguien que está pidiendo auxilio.
Los padres de los niños del Colegio Enrique Rébsamen recordarán esta señal por el resto de sus vidas, algunos como su momento más feliz y otros como el más trágico.
El emblema del terremoto de 1985 fueron los bebés que sobrevivieron al derrumbe del Hospital de Pediatría del IMSS, el de 2017 lo serán precisamente los del Colegio Rébsamen, el caso que dentro de toda la desgracia se ha convertido en el más triste de esta tragedia.
A más de 24 horas de la tragedia, hay padres que ya no se reunirán con sus hijos. Ellos vieron cómo desfilaron ante sus ojos los cuerpos de 25 personas vivas y 11 ya fallecidas.
El ruido constante de picos y palas, el ir y venir de voluntarios, rescatistas del Ejército, la Marina, personajes que acuden al lugar a tomarse la foto -desde el presidente Peña Nieto hasta el Cardenal Norberto Rivera-, no ayuda a su tranquilidad.
Así fue el caso de Frida, una niña encontrada este miércoles. Aunque los padres de todos los niños pidieron discreción, su nombre se mencionó en un programa de radio.
Entre las peticiones de comida, electrolitos, herramientas y silencio, los encargados de las labores de rescate también pidieron psicólogos y pediatras en dos ocasiones y es que ver cómo una escuela se cayó en pedazos y sepultó a docenas de niños no es fácil, menos aún sabiendo que tus hijos podrían estar ahí.
De la escuela sólo queda la parte trasera, cada vez menos escombro y en una esquina uniformes y algunas otras pertenencias de los alumnos. Ante ese cuadro decenas de padres esperaron por horas alguna noticia.
"Necesitamos completo silencio porque están entrando (a los escombros) con cámaras térmicas y sensores, la persona que buscamos parece que está viva", pidió uno de los rescatistas.
En ocho horas fueron centenares de veces las que rescatistas alzaron el puño. Algunas personas rezaban, otros lloraban y unas más simplemente obedecían las instrucciones.
Detrás de la valla que separa él área siniestrada de los curiosos, voluntarios emergentes y reporteros no faltó la solidaridad de hombres y mujeres que ayudaban y alimentaban a la gente a su lado por igual.
Pero para los padres y los alumnos del colegio ya nada será igual, perdieron hijos, amigos, compañeros y uno de sus espacios más importantes de socialización: la escuela.
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