‘Rabos: El musical’: la herencia de John Waters está a salvo con la película más delirante y ‘queer’ del año

La primera cinta musical de la productora independiente A24 combina el disparate del director de ‘Borat’ con la producción sonora de los creadores de ‘El Gran Showman’. Un ejercicio de locura que hay que ver para creer

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Tráiler oficial de 'Rabos: El musical'

Dos gemelos heterosexuales (etiquetar la orientación sexual es importante en esta situación) que desconocen que forman parte del mismo árbol genealógico viven en una red de éxito como vendedores de aplicaciones para aspiradoras (cepillos y accesorios que complementan el éxito de la limpieza del electrodoméstico). En su cabeza, sus llamadas telefónicas son de tinte mafioso: son una suerte de El lobo de Wall Street, pero en una calle menos glamurosa de la ciudad. Pese a ser auténticas hachas del business, sienten que hay un vacío en sus vidas que no terminan de comprender.

Un día, ambos se percatan de que sus vidas han estado entrelazadas desde el primer minuto. Tú a Londres y yo a California se convierte en Rabos: El musical en un punto de partida nostálgico que evoluciona hacia la escatología absurda de John Waters. La película, que llega a las salas de cine españolas este viernes tras su presentación en el Festival de Toronto de 2023, es el primer proyecto sonoro de A24, la productora independiente detrás de cintas como Vidas pasadas, Sangre en los labios, Civil War, MaXXXine, La zona de interés o Todo a la vez en todas partes.

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Craig (Joshua Sharp) y Trevor (Aaron Jackson) son testarudos, fanfarrones y muy, pero que muy, hetero. No creen en la cultura de la cancelación e increpan a cada fémina que aparece en su camino. Su éxito también se traduce en el despacho, donde son alabados por sus superiores. Un día, Trevor es trasladado a la oficina de Craig, un movimiento laboral que les permite descubrir que son gemelos. Sus padres se divorciaron tras su nacimiento y cada uno vivió con un pariente el resto de su vida. Ahora, su misión es conseguir que la familia se reúna de nuevo, un objetivo que lleva a ambos a enarbolar un caótico plan para reunir a sus padres.

La historia que llevó al estrellato a Lindsay Lohan en el año 1998 se reproduce dos décadas después de la mano del director Larry Charles (Borat, El dictador, Brüno), y de los productores de El Gran Showman. El largometraje es una adaptación del musical de Broadway que Sharp y Jackson crearon para la milla de oro neoyorquina, Fucking Identical Twins. El resultado es una obra macabra en la que los cánones sociales y cinematográficos se queman en un contenedor revestido de colores chillones y purpurina. El reparto de Rabos: El musical se completa con Nathan Lane (Una jaula de grillos, Los productores, Modern Family, Beau tiene miedo), el pariente de los gemelos, Megan Mullally (Will & Grace, The Disaster Artist), la madre de Craig y Trevor, Bowen Yang (que convierte a Dios en un líder de opinión queer) y la cantante Megan Thee Stallion.

Josh Sharp, Bowen Yang y Aaron Jackson en una escena de 'Rabos: El musical'
Josh Sharp, Bowen Yang y Aaron Jackson en una escena de 'Rabos: El musical'

“Se me cayó la vagina en Grecia”

La mamarrachería es un término que se queda corto para describir los 90 minutos de delirio colectivo de Rabos: El musical. Lo suyo no sólo es un alarde de bobaliconería gratuito para buscar el compromiso cómico de la audiencia. La obra musical más irreverente de la temporada no es apta para todos los públicos: sólo apelará a aquellos que encuentren en sus letras, y en su satánico (y satírico) guion, un ejercicio de resistencia mainstream.

El universo queer es una excusa para presentar una amalgama de elementos que sobrepasan el espíritu de lo absurdo, una de las especialidades de Larry Charles. Así, el padre de los gemelos tiene de mascota a dos bichos peludos con aspecto de gremlin que ha sacado de las alcantarillas del metro y su madre perdió su vagina en un viaje a Grecia, un incidente distópico que no le haría demasiada gracia a J.K. Rowling.

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Rabos: El musical es una cinta petarda, loca e irreverente, pues sabe perfectamente cómo reírse de su propia premisa. No hay lecciones ni lecturas que valgan: Craig y Trevor son dos personajes excepcionalmente ridículos que se complementan con las rarezas de sus progenitores, un matrimonio díscolo y bizarro. La película, que presenta a Dios como un miembro del colectivo LGTBIQ+ que permite el incesto y que viste en tonalidades neón, es un ejercicio de ver para creer. John Waters escandalizó a la sociedad estadounidense con Pink Flamingos (1972) o Vivir desesperadamente (1977), dos películas de corte queer con las que el director de Baltimore bautizó al género trash. Su legado está a salvo con Rabos: El musical, una cinta que apuesta por el disparate y la diversión como único flotador para la supervivencia artística.

Nathan Lane y Megan Mullally en una escena de 'Rabos: El musical'
Nathan Lane y Megan Mullally en una escena de 'Rabos: El musical'