En el Salón de Damas del Museo de Arte Antiguo y Nuevo (MONA) de Australia, en la isla de Tasmania, sólo se permite la entrada a un hombre: un mayordomo, que atiende a las mujeres, según Kirsha Kaechele, la artista estadounidense que diseñó el salón.
El salón, una obra de arte conceptual, está decorado con lo que el museo describe como Picassos y otros adornos, y está separado del resto del museo con opulentas cortinas verdes.
Un miembro del personal está apostado en el exterior para impedir la entrada a cualquier visitante que no se identifique como mujer, y los invitados pueden disfrutar de un servicio de té de 325 dólares con aperitivos de lujo, según la descripción de la obra que hace el museo. (Kaechele, que está casada con el propietario del museo privado, reveló más tarde en una entrada de blog en el sitio web del museo que los Picasso no eran reales y que los había hecho ella misma).
En marzo de 2024, uno de esos hombres excluidos, Jason Lau, alegó ante el Tribunal Civil y Administrativo del Estado que el salón violaba las leyes antidiscriminatorias al mantenerle fuera a él y al resto de su género. Alegó que debía dejar de funcionar como lo hace actualmente.
Catherine Scott, abogada que representa a la empresa matriz de MONA, dijo al tribunal en su escrito que la exclusión de Lau era “parte del arte mismo”.
Kaechele declaró ante el tribunal que la práctica de obligar a las mujeres a beber en los salones de señoras y no en los bares públicos no terminó en algunas partes de Australia hasta 1970 y que, en la práctica, continúa la exclusión de las mujeres en los espacios públicos.
“Hace poco me sugirieron en un pub de la isla de Flinders que tal vez preferiría sentarme en el salón de señoras”, escribió en su declaración, refiriéndose a una isla cercana a Tasmania. “A lo largo de la historia, las mujeres han visto muchos menos interiores”.
Scott escribió que la discriminación estaba legalmente permitida cuando estaba “diseñada para promover la igualdad de oportunidades para un grupo de personas (mujeres) que están en desventaja”.
Kaechele dijo en una entrevista telefónica que recurrirá ante el Tribunal Supremo del Estado si el tribunal falla en contra de su obra y que podría trasladarla a otro lugar. “No dejaremos entrar a los hombres”, dijo. “Eso no va a ocurrir”. No obstante, afirmó que la denuncia por discriminación le “entusiasmó” y que se sintió “muy emocionada” cuando supo que se había presentado por su obra. “Lo lleva fuera del museo y al mundo real”.
El MONA es propiedad de David Walsh, un excéntrico coleccionista procedente de la clase trabajadora de Hobart, Tasmania, que amasó una fortuna con el juego.
El museo ha hecho de la provocación un hábito. El MONA y sus festivales asociados han sido objeto de protestas por parte de cristianos, grupos de defensa de los derechos de los animales e indígenas por diversas obras previstas, y entre sus polémicas exposiciones se incluye una pared de vulvas esculpidas basadas en mujeres reales, así como una máquina que imita la digestión y defeca a diario.
Kaechele acudió el martes al tribunal flanqueada por 25 mujeres que la apoyaban, vestidas con atuendos muy apropiados para el tribunal -perlas, trajes y medias- y portando literatura sobre feminismo, arte e historia. Cuando testificó, leyó un poema de Guerrilla Girls, un colectivo fundado en Nueva York en la década de 1980 que protesta contra el sexismo en el mundo del arte.
“No me considero una artista feminista, pero esta obra en concreto forma parte de una continuidad de ese tipo de trabajo”, dijo. “Así que también es un territorio nuevo para mí, y lo estoy disfrutando mucho”.
(c) 2024, The Washington Post