Los ancianos de una residencia en Houston pasan frío, sin electricidad ni ayuda, tras el paso del huracán Beryl

Los inquilinos del complejo Walipp Senior Residence enfrentan condiciones críticas, agravando su situación post-desastre

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Los pasillos estaban a oscuras el martes en la residencia de ancianos Walipp, al sur del centro de Houston, donde gente como Melvin Williams intentaba mantenerse fresca. (Molly Hennessy-Fiske/The Washington Post)
Los pasillos estaban a oscuras el martes en la residencia de ancianos Walipp, al sur del centro de Houston, donde gente como Melvin Williams intentaba mantenerse fresca. (Molly Hennessy-Fiske/The Washington Post)

Sin electricidad, aire acondicionado, ascensores en funcionamiento ni aseos, los inquilinos de Walipp Senior Residence se encontraban el martes en modo crisis tras el huracán. “No sé si el gobierno va a venir a ver por nosotros”, dijo Diana Johnson, una superviviente de cáncer de mama de 74 años que vive en el último piso del edificio de cuatro plantas, preocupada por los vecinos con equipos de soporte vital que necesitan estar enchufados.

Un día después de que el huracán Beryl azotara el sureste de Texas con lluvias torrenciales y vientos huracanados, millones de personas de la extensa región metropolitana de Houston seguían sin suministro eléctrico, sin que se vislumbrara el final. Sin embargo, las personas más vulnerables por edad o estado de salud corrían mayor riesgo debido al sofocante calor del verano.

Entre los fallecidos se encontraba Judith Greet, de 71 años, de la cercana Crystal Beach. Sufría una enfermedad pulmonar obstructiva crónica y falleció después de que su máquina de oxígeno dejara de funcionar en medio de los apagones, según informaron las autoridades el martes.

En el complejo Walipp, al sur del centro de Houston, Johnson tuvo que sortear varios tramos de escaleras oscuras y una puerta principal de cristal destrozada para conseguir una bebida fría en una gasolinera cercana, donde las colas para repostar serpenteaban alrededor de la manzana, con peleas ocasionales.

La trabajadora jubilada de una charcutería regresó a su apartamento, abrió las ventanas y buscó la brisa. Se esperaba que las temperaturas alcanzaran los 40 grados. Pronto se le acabarían las salchichas de Viena. Tenía comida en el congelador, pero no estaba segura de cuánto duraría.

En la tercera planta, Melvin Williams, de 61 años, estaba sentado junto a su andador. Su discapacidad se debe a coágulos de sangre en las piernas que le dificultan caminar. No tiene coche, no está claro cuándo volverán a funcionar los autobuses y su familia está en Dallas. “Todos mis amigos están en este edificio”, contó.

Williams calculó que tenía comida suficiente para cuatro días. “Después de eso”, dijo, sonando preocupado, “tengo que pensar en otra cosa”.

El complejo de 56 unidades estaba totalmente ocupado antes del huracán Beryl, pero los residentes con parientes cerca se marchaban para quedarse con ellos. Algunas personas convencieron a vecinos de más de 90 años para que se fueran, sobre todo si vivían en el último piso.

Warren Moss, de 94 años, carpintero jubilado y veterano del Ejército de Estados Unidos, se sentó en el vestíbulo con su gorra de veterano de la guerra de Corea mientras esperaba a que su nieta lo recogiera. Aunque tenía suficiente agua y otras provisiones para permanecer en su unidad del cuarto piso, “es duro bajar los escalones”, dijo.

Otros no tenían dónde escapar, o no tenían forma de llegar hasta allí.

“¿Dónde está la Cruz Roja? ¿Por qué no hay nadie aquí?”, preguntó Jessica González.

Sin aire acondicionado en su edificio de apartamentos para personas mayores, Yvette Scales contempla un martes miserablemente caluroso en Houston mientras Warren Moss espera a que su nieta le recoja. (Molly Hennessy-Fiske/The Washington Post)
Sin aire acondicionado en su edificio de apartamentos para personas mayores, Yvette Scales contempla un martes miserablemente caluroso en Houston mientras Warren Moss espera a que su nieta le recoja. (Molly Hennessy-Fiske/The Washington Post)

González, de 59 años, es una trabajadora discapacitada que camina con bastón y no puede subir escaleras. Había oído hablar de un refugio de día con electricidad, aire acondicionado y comida, instalado en una tienda Gallery Furniture que funciona con un generador en la zona norte de la ciudad. Pero la batería de su coche se había agotado durante la tormenta, así que antes de poder salir tuvo que pedir ayuda a un vecino.

Culpó a la ciudad por no prepararse mejor.

“¿Por qué no están a la altura? Construyen y construyen. No podemos ni tirar de la cadena, y apesta”, dijo González.

El martes por la tarde, el refugio de Gallery Furniture había atendido a 4.000 personas desde que Beryl golpeó el lunes, incluidas algunas que fueron rescatadas utilizando el vehículo de la tienda para aguas altas, relató el propietario Jim “Mattress Mack” McIngvale. Compartió mensajes en su teléfono móvil de más personas que seguían varadas en casa. Una de ellas era una abuela de 80 años; otra, una niña de 12 años postrada en cama y dependiente de oxígeno y una sonda de alimentación.

“Recuperar la electricidad: Es un problema importante”, dijo McIngvale. “Hemos tenido a dos o tres [personas] aquí cargando sus máquinas de oxígeno”, añadió.

Huracán Beryl deja a millones de personas sin suministro eléctrico en el sureste de Texas. (REUTERS/Daniel Becerril)
Huracán Beryl deja a millones de personas sin suministro eléctrico en el sureste de Texas. (REUTERS/Daniel Becerril)

Ronny Linley, de 67 años, llegó el martes con su máquina de oxígeno, encontró un lugar en la sala de exposiciones donde podía enchufar el aparato, cogió una silla y se puso la mascarilla. Veterano de la Marina y camionero jubilado, utiliza la máquina cada cuatro horas para tratar la EPOC. Su casa, en la zona de Greenspoint, seguía sin electricidad.

“Estoy muy preocupada por él”, dijo su novia Maria Jones, de 65 años, que le había llevado a la tienda. “Es como un pez sin oxígeno: no puede respirar”, agregó.

Linley ya estaba pendiente del reloj. El refugio de día de Gallery Furniture cerraría a las 8 de la tarde, y no sabía adónde ir después, salvo a casa.

“Supongo que tenemos que sufrir”, concluyó.

(*) The Washington Post

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