Estrella Villamizar agarró el suave coral rojo y blanco por el tallo y lo cortó de un golpe con su cuchillo de madera antes de arrojarlo a un cubo con otros trozos que ya había arrancado de las aguas caribeñas que chapoteaban en esta playa desierta. En el fondo del mar, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, un manto de coral oscuro se mecía en la cálida corriente.
A medida que las temperaturas oceánicas alcanzan máximos históricos, los científicos se apresuran a salvar los arrecifes, trasladando el coral a viveros terrestres para preservarlo e ideando nuevas formas de enfriarlo en el mar. Pero aquí en Venezuela, los arrecifes se enfrentan a otro tipo de amenaza letal: Unomia stolonifera, una especie de coral invasora que está asfixiando a las variedades autóctonas.
Procedente de Indonesia, este coral viscoso con aspecto de coliflor se ha extendido por las costas de cuatro estados de Venezuela, cubriendo al menos unos 1.000 kilómetros cuadrados. “A estas alturas, es casi seguro que invada todo el Caribe”, afirma Villamizar, profesor de ecología tropical de la Universidad Central de Venezuela.
Forma parte de un equipo de biólogos, químicos, aldeanos y empresarios que luchan por mantener a raya a Unomia. Es una batalla que libran con herramientas limitadas. Años de crisis económica han vaciado los centros de investigación del país latinoamericano. Los presupuestos públicos para este tipo de trabajo son inexistentes. Así que han ideado métodos innovadores, desde la creación de máquinas de pirateo submarino hasta la búsqueda de formas de convertir el viscoso coral en un producto utilizable, haciendo de su recolección un negocio rentable.
Si no se controla, Unomia podría diezmar los arrecifes locales y los animales y plantas que dependen de él. Ya está devastando las aldeas locales. Los pescadores afirman que el año pasado fue uno de los peores. Israel Sosa, pescador que lleva mucho tiempo faenando en estas aguas, afirma que sus capturas han descendido de unos 13.000 kilos de atún blanco en un turno de 48 horas hace tan sólo unos años a cerca de 220 kilos.
“Si mata al coral autóctono, acabaría por completo con la vida de la costa”, dice César Jove, de 55 años, que pasa las tardes limpiando la playa para los turistas a unos 499 kilómetros de distancia, donde Unomia hizo su primera aparición hace más de una década.
El biólogo marino Juan Pedro Ruiz-Allais fue el primero en avistar la Unomia en 2007 dentro del Parque Nacional Mochima, al noreste de Venezuela, donde pasó la mayor parte de su infancia. En cuanto vio los tallos con aspecto de tentáculos, se dio cuenta de que no era una especie autóctona.
Según los pescadores locales, un acuarista habría introducido el coral en la zona con la esperanza de recolectarlo y venderlo como decoración para peceras. En su Indonesia natal, la Unomia tiene depredadores naturales, como las babosas de mar, que la mantienen a raya. Pero sin un depredador natural fuera del Indopacífico, se ha descontrolado en Venezuela, según Ruiz-Allais.
Los estudios que ha realizado junto con otros investigadores muestran que la Unomia se está apoderando de otras especies de corales y praderas marinas que sirven de alimento y cría a peces y otros animales. Algunas de estas zonas ya estaban afectadas por la sobrepesca y la contaminación. Ruiz-Allais también descubrió que el coral invasor ha demostrado ser más resistente que sus homólogos autóctonos, prosperando en una gama mucho más amplia de temperaturas y luz.
El investigador afirma que hace años alertó al Gobierno de la existencia de esta especie invasora, pero no obtuvo respuesta. El Ministerio de Ecosocialismo no respondió a una solicitud de comentarios. Varias personas familiarizadas con el asunto dijeron que el gobierno ha prohibido a los investigadores que dependen de él para su financiación hablar sobre Unomia.
Así que Ruiz-Allais creó una organización sin ánimo de lucro, el Proyecto Unomia, que se ha centrado en educar a los ciudadanos sobre cómo identificar el coral invasor y evitar que se extienda. Aconsejan a los pescadores que limpien sus redes y a los bañistas que laven los trajes de baño y los equipos de buceo que hayan estado en contacto con Unomia.
Su presupuesto, compuesto en su mayor parte por donaciones, no alcanza para realizar un censo completo de los invasores, y mucho menos para erradicarlos. Basándose en las observaciones del grupo, Ruiz-Allais calcula que sólo en el Parque Nacional de Mochima hay más de 100 kilómetros de costa y unos 8 millones de metros cuadrados de lecho marino cubiertos por Unomia.
Ahora, Ruiz-Allais teme que buques petroleros venezolanos estén transportando el coral invasor a Cuba, donde empezó a aparecer el año pasado, según el biólogo marino cubano José Espinosa Sáez. En Valle Seco, algunos lugareños que dependen de la pesca y el turismo han empezado a arrancarlo a mano con cuchillos de madera improvisados.
Además de parecer una alfombra oscura y babosa, la Unomia tiene un fuerte olor a pescado podrido. “Es asqueroso, a veces hasta los peces huelen así y hay que lavarlos con limón y vinagre para quitarles el hedor”, dice Jove, que añade que el coral también ahuyenta a los turistas.
Pero los esfuerzos de los lugareños podrían ser contraproducentes. Los pequeños trozos de Unomia que quedan pueden convertirse en una nueva colonia, explica Mariano Oñoro, coordinador del Proyecto Unomia. Para evitar ese problema, Jorge García, diseñador industrial y capitán de barco, ha estado trabajando en el desarrollo de máquinas que ayuden a salvar los corales autóctonos.
Una tarde, García apuntó su aparato, una pistola de ultrasonidos, a un grupo de Unomia que crecía en un coral autóctono. Tras apretar el gatillo, una onda ultrasónica desprendió un racimo de la especie invasora antes de que García lo aspirara con otra máquina, desprendiendo un fuerte olor a pescado.
García se implicó en la lucha contra Unomia tras conocer sus devastadores efectos a través de Ruiz-Allais y su equipo. Dada su formación como diseñador industrial especializado en construcción de maquinaria, decidió idear mejores formas de eliminar la Unomia.
García, propietario de una empresa de reconstrucción de embarcaciones, Grenyachts, también disponía de fondos para hacerlo, superando así otro gran obstáculo en la lucha contra Unomia. Hasta ahora, ha gastado casi un millón de dólares de su bolsillo, que espera recuperar alquilando la maquinaria a organizaciones internacionales y gobiernos que puedan querer eliminar el Unomia en el futuro. Esto incluye a las autoridades venezolanas, que ya le han concedido permiso para llevar a cabo algunas de sus investigaciones.
Con su equipo actual, puede limpiar en un minuto un metro cuadrado de coral autóctono cubierto de Unomia, frente a la hora o más que tardaría un buceador profesional. “Es una lucha de décadas, de generaciones”, afirma.
Mientras tanto, el Proyecto Coralien, un grupo de biólogos marinos y químicos que ha recibido alguna financiación gubernamental para investigar la Unomia, está buscando otra forma de superar la falta de fondos. El grupo está intentando encontrar un uso comercial para el coral, de modo que su recolección se convierta en un negocio.
Una idea es convertirlo en un material impermeabilizante o en un material fluorescente similar a la rodamina, un colorante utilizado en biotecnología. De momento, estas ideas parecen prometedoras, pero para probarlas, el equipo necesita una máquina de resonancia magnética molecular para separar los compuestos químicos de Unomia y determinar sus usos específicos.
Rubén Machado, que dirige el departamento de energía atómica del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, recuerda una época en la que el país contaba con siete máquinas de este tipo. Ahora no tienen ninguna. Una vez que el gobierno desfinanció las instituciones de investigación, los equipos no recibieron mantenimiento y quedaron obsoletos. Unos saqueadores destrozaron y dañaron una de las máquinas.
Sustituir el equipo es caro, y complicado. Las empresas extranjeras están sujetas a sanciones cuando hacen negocios en Venezuela, por lo que sus fabricantes se resisten a venderlo a los investigadores. Álvaro Álvarez, químico jefe del Proyecto Coralien, escribió una carta a las autoridades de las Naciones Unidas que supervisan las sanciones, solicitando una excepción. Hasta ahora no ha recibido respuesta.
Machado afirma que su grupo seguirá intentándolo porque cree que hacer rentable la Unomia es la única forma de erradicarla. “La posibilidad está ahí”, afirma. “Pero tenemos que poder demostrarlo”.
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