Un viernes reciente, como casi todos los días, Maricela de la Cruz se levantó a las 5 de la mañana. Tomó dos autobuses para ir del modesto apartamento de sus padres en las afueras de Cancún al J.W. Marriott Resort & Spa. Mientras los turistas tomaban el sol en la playa de arena blanca, ella pasaba ocho horas fregando baños y haciendo camas.
Esta ama de llaves de 28 años trabaja seis días a la semana. Lo mismo hacen millones de personas de clase trabajadora en México: empleados de hotel, ensambladores de automóviles, camareros.
Pero ahora, los trabajadores del socio comercial número 1 de Estados Unidos se están rebelando. El Congreso mexicano está debatiendo una enmienda constitucional para garantizar a los empleados dos días libres a la semana, una propuesta impulsada por los sindicatos. Más de ocho décadas después de que el Presidente Franklin D. Roosevelt instaurara la semana laboral de cinco días en Estados Unidos, por fin podría llegar a México.
“Todos los trabajadores sueñan con esto”, dijo de la Cruz. “Más justicia social”.
La lucha de los trabajadores mexicanos por la semana de 40 horas se produce en medio de un creciente debate mundial sobre los horarios de trabajo. Sin embargo, la forma en que se desarrolla este debate es muy distinta. Mientras norteamericanos y europeos experimentan con una semana de cuatro días, muchos empleados de países en desarrollo trabajan seis días, o más. (En la India, un multimillonario de la tecnología causó recientemente un gran revuelo al sugerir una semana laboral de 70 horas).
El debate se centra en cuestiones fundamentales de los derechos de los trabajadores, sus obligaciones para con sus empresas y el desarrollo de sus países. De la Cruz se unió el mes pasado a miles de cocineros, camareras, botones y jardineros que marchaban por el centro de Cancún bajo un sol de atardecer, coreando “¡Sí a dos días libres!”. “Hemos visto cómo otros países tienen menos horas que nosotros”, dijo.
Pero México es menos productivo que los países más desarrollados, dijo Jesús Almaguer, presidente de la Asociación de Hoteles de Cancún. “Primero tenemos que desarrollarnos económica e industrialmente para tener estos” -hizo una pausa- “estos privilegios”.
“Éste es el momento”
La defensora más visible de la lucha por los cinco días es Susana Prieto, una abogada laboralista de voz ronca que una vez trabajó en una planta de ensamblaje en Ciudad Juárez, México, el centro maquilador frente a El Paso. Después de ganar las elecciones al Congreso en 2021 con el partido gobernante Morena, descubrió que hubo esfuerzos previos para legislar una semana laboral de cinco días. Diecisiete de ellos, para ser precisos.
Todos fracasaron. “Dije: ‘Creo que este es el momento’”, recuerda Prieto.
Morena tenía mayoría en el Congreso y controlaba más de la mitad de las legislaturas estatales, algo crucial para modificar la Constitución y el fundador del partido, Andrés Manuel López Obrador, se había erigido como el presidente mexicano más favorable a los trabajadores en décadas.
Desde que asumió el cargo en 2018, ha triplicado el salario mínimo, al equivalente de alrededor de 1,80 dólares por hora. Ha duplicado las vacaciones obligatorias, hasta 12 días al año. Ha prohibido la “subcontratación” abusiva de empleados a tiempo completo.
Y América Latina empezaba a cambiar. Tradicionalmente, “nuestro modelo de desarrollo se ha basado en salarios bajos y materias primas”, afirma Juan Carlos Moreno Brid, economista de la Universidad Nacional Autónoma de México. Pero Colombia y Chile, ambos dirigidos por izquierdistas, aprobaron este año leyes para acortar la semana laboral.
En abril, el proyecto de Prieto fue aprobado por la Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara de Representantes. “A los empresarios les dio un infarto”, dijo.
Los sindicatos mexicanos se hacen realidad
El impulso para el cambio no ha venido sólo de arriba. Los sindicatos se han vuelto más independientes, en parte gracias al renovado tratado de libre comercio de América del Norte que entró en vigor en 2020. En las negociaciones, México aceptó reformar su sistema de sindicatos débiles y controlados por las empresas. Ahora, los trabajadores tienen derecho a elegir a sus líderes sindicales mediante voto secreto.
Esto ha dado poder a personas como Mario Machuca, representante regional de la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos en Cancún. El sindicato ha encabezado protestas a favor de la semana laboral de cinco días.
“Hoy, quienes somos dirigentes sindicales podemos alzar la voz a favor de los trabajadores”, dijo. “Porque realmente somos sus representantes legítimos”. Las reformas laborales están recibiendo un impulso adicional de una nueva generación de mexicanos más conectados con el mundo -y entre sí- gracias a Internet, la migración y el turismo.
Alejandra Chang, de 32 años, creció viendo a su padre trabajar seis días a la semana como camarero. Ahora hace lo mismo en un complejo turístico de Cancún, Seadust. Entre el trabajo y los desplazamientos -al menos una hora de ida y otra de vuelta- tiene poco tiempo personal. Está decidida a cambiarlo. Otro día libre a la semana “cambiaría mi vida”, dijo. “Vería a mi familia”.
José Rubén Cob, de 33 años, cocinero en el resort Hyatt Ziva, no tiene ninguna duda de lo que está impulsando la movilización de los trabajadores. Levanta su iPhone. “Es por esto”, dice. Los trabajadores utilizan Facebook y WhatsApp para organizar manifestaciones. “Ahora, si compartimos algo aquí en Cancún, se puede saber en todo el país”.
Muchas horas laborales, poca productividad
México es uno de los países industrializados que más trabaja, según datos de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). El trabajador medio trabaja 2.226 horas al año, 415 más que en Estados Unidos y 540 más que en Canadá.
Pero México se ha quedado muy atrás en productividad: El PIB por trabajador creció sólo un 0,1% anual entre 1991 y 2020, según el Banco Mundial. En la OCDE, un grupo de países ricos de América del Norte y Europa, el crecimiento medio fue del 1,1% durante ese periodo y alrededor de la mitad de la población activa sigue trabajando en el sector informal, con escaso acceso a la protección jurídica o a las prestaciones sociales. Los economistas advierten de que el sector informal podría crecer a medida que los empresarios intenten esquivar las nuevas reformas salariales y de horarios.
En Cancún, uno de los principales destinos extranjeros para los turistas estadounidenses, los empresarios temen tener que contratar a más trabajadores para cubrir los turnos y repercutir los costes en los consumidores. Angélica Frías, representante estatal de Coparmex, la asociación nacional de empresarios, tiene dos palabras para los partidarios del trabajo: Punta Cana.
El balneario dominicano “se llevará a los turistas”, dijo. “Será más barato ir a otros destinos”. Frías, directora de una consultora, se enorgullece de dirigir una empresa moderna. Lleva una americana amarilla y jeans vaqueros. En la pared hay una plantilla gigante de Steve Jobs. Pero incluso a ella le ha sorprendido el aluvión de reformas laborales que serpentean por el Congreso.
Hay una iniciativa para dar a los nuevos padres un permiso de paternidad remunerado de un mes. Una “ley de la silla” obliga a los empleados que trabajan de pie a sentarse y descansar. Quizá no sea del todo casual, dice, que se acerquen las elecciones presidenciales de junio.
Prieto señala estudios que demuestran que la reducción de la semana laboral puede hacer que los empleados descansen mejor y sean más productivos. Pero López Obrador, enfrentado a la reacción de los empresarios, instó recientemente al Congreso a celebrar una nueva ronda de negociaciones sobre el cambio.
El retraso no ha desanimado a los trabajadores de Cancún, que están dispuestos a marchar de nuevo. “Esto es algo que necesitamos”, dijo Chang, el trabajador de Seadust. “Dos días libres”.
(c) 2023, The Washington Post