Diosdado Cabello, el ahora ministro del Interior de Venezuela y jefe de las fuerzas represivas del régimen, ofreció una mueca de su cinismo: “Edmundo González Urrutia se fue voluntario, nadie lo obligó. Si alguien le iba a hacer daño, y él estaba claro, son los sectores extremistas de María Corina Machado, el terrorismo de María Corina”.
Contrastó el destierro de González con un ejemplo de poca valía: dijo que Henry Ramos Allup “tiene 75 años haciendo política y nadie le hace nada”. El veterano dirigente es un viejo zorro de la escena nacional acusado de trabar conjuros con el Palacio de Miraflores a espaldas de la oposición. Pocos en el país confían en él, elogioso desde siempre, además, con el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, gerente internacional del chavismo.
Cabello tuvo tiempo -en los pocos segundos que dedicó al candidato opositor- de contradecirse sin ruborizarse: por un lado dijo que escapaba de la extrema derecha a la que él mismo había representado y al instante que escapó a España por el resultado electoral: “Se fue porque sabe que no ganó, esa es la razón principal”.
Es llamativo que el hombre que controla los resortes de los castigos de la dictadura pase por alto los pedidos de aprehensión y las acusaciones judiciales que lanzó el fiscal general Tarek William Saab contra González Urrutia luego del 28 de julio, fecha de los comicios y del megrafraude. Lo acusaba de “terrorismo”. Esa denuncia, dijo el propio funcionario judicial, serán cerradas por no encontrarse el acusado en el país. Magia.
El acoso contra el candidato presidencial no presentó pausa ni grietas. A tal nivel, que el ex diplomático debió refugiarse más de un mes en la embajada de los Países Bajos en Caracas para luego ser trasladado a la sede española y desde allí fuera del país. Las amenazas contra él y su familia resultaron abrumadoras y fueron subiendo de tono. González Urrutia no posee la ambición, el olfato o el cuero grueso de un político tradicional como para resistir. Es un hombre de la diplomacia. Miraflores lo empujó hasta el destierro.
Ahora comenzará el hostigamiento contra Machado. La líder política venezolana constituirá un dolor de cabeza para la dictadura de Nicolás Maduro. Resistirá. Presentará batalla. Es por eso que el proceso para arrojarla al exilio será distinto, aunque intentarán doblegarla. El régimen buscará algún punto débil y acelerará a fondo la persecución contra su círculo de confianza, ya casi desmembrado hasta la inexistencia.
Vente Venezuela, el partido fundado por Machado en 2012, ya casi no cuenta con dirigentes nacionales libres. Tampoco la coalición que compitió en las últimas elecciones. Luego del megafraude, el chavismo recrudeció su cacería. Hasta el abogado personal de la opositora, Perkins Rocha, fue secuestrado el 27 de agosto por agentes de inteligencia sin identificar.
Venezuela registra en la actualidad el número más alto de prisioneros políticos en el siglo: 1793 personas permanecen detenidas por el régimen de Maduro. De ese total 1659 fueron apresadas luego de los últimos comicios presidenciales, de acuerdo a datos del Foro Penal, una ONG que da asistencia jurídica a las víctimas de Miraflores.
Entre las personalidades políticas destacadas que permanecen en cautiverio figuran: el mismo Rocha, Roland Carreño, Freddy Superlano, Biagio Pilieri, Félix Arroyo, Luis Istúriz, Carlos Molina, Piero Maroun, Alfonso Andara, Virgilio Laverde, Henry Salazar, Yulennis Aranguren, Williams Dávila, Endrick Medina, Américo De Grazia, Beatriz Andrade, María Oropeza, Fernando Feo, José Camero, Mónica Martínez Bowen y Rafael Sivira. Por algún motivo que Diosdado Cabello no podría explicar, estos opositores no tuvieron la suerte de Ramos Allup, quien debe tener la habilidad requerida para nadar tranquilo en las turbias aguas chavistas.
Si en algún momento estos dirigentes opositores fueran liberados de su secuestro, seguramente serían expulsados del país. Desterrados. Es el mismo sistema que utilizan Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua y al que fueron sometidos González Urrutia, pero antes Leopoldo López y Juan Guaidó, entre los casi ocho millones de venezolanos que debieron abandonar el país en los últimos años.
Sueña Maduro -y el círculo íntimo que conforma con Cabello, el fiscal general y arquitecto de las causas judiciales Saab, los hermanos Jorge Rodríguez y Delcy Rodríguez, el general Vladimir Padrino López… y el Cartel de los Soles y La Habana- con una Venezuela a la cubana: libre de opositores, que articulen marchas y protesten, o voces que se alcen y molesten más de lo permitido.
María Corina Machado parecería ser su última colina. Creen que echarla del país o detenerla sólo provocaría una indignación global que quedaría estampada sólo en comunicados. Algo que no representa una amenaza, ni siquiera un reto a su poder.