Mientras preparan la técnica para la conferencia de María Corina Machado luego de la declaración de Elvis Amoroso adjudicándole el triunfo a Nicolás Maduro, la persona que prueba sonido ensaya en su micrófono diciendo: “Es hasta el final”. Nadie sabe quién es el que habla pero suena como una forma de advertir lo que luego dirá Machado.
El comando del frente de oposición está entre la sorpresa (“sorpresa por el descaro”, la definen), y la resignación: “No debíamos esperar otra cosa”.
Pero aunque fuera esperable, los presentes en el búnker no dejan de acusar el golpe. De un lado, cada periodista (local o extranjero) escucha el anuncio como puede, en sus teléfonos celulares o espiando el de alguien más. La asimilación es lenta. Apenas Amoroso dice que Maduro salió primero, nadie reacciona, esperando tal vez haber entendido mal. Cuando se confirma el número de votos de cada uno, ya no quedan dudas de lo que se acaba de anunciar.
Es entonces cuando una mujer rompe inmediatamente en llanto, y un compañero la consuela con un abrazo. Otra mujer en sus 20 dice “yo no quiero llegar a mi casa porque siento que voy a llorar al instante en que entro, y mi papá me va a decir te compro pasaje ya”.
Del otro lado de una puerta, donde están los miembros del partido, no llega ni un sonido. Ni un grito, ni una discusión. Nada. Es todavía antes de que hable María Corina.
Es, digamos, la víspera, otra víspera diferente: todos quieren saber qué puede decir su líder para levantar la moral de la tropa.
En la calle, pasada la medianoche, las personas de la cuadra sí son más expresivas. Una mujer de unos treinta años llora y dice que ya estuvo fuera del país cinco años, que volvió por un cambio, y no está preparada para esto. Un hombre de más de setenta despotrica contra la situación de salud, contra Maduro, contra todo lo que le viene a la mente.
Dentro del comando reina el silencio. Hasta que del lado privado del recinto se escucha una arenga. Segundos después, la líder opositora sale a la vista junto a Edmundo González Urrutia y toman el micrófono. Dirá lo que había advertido aquella voz: “Es hasta el final”, una vez más. Y hace además un anunció de celebración: “Queremos decirles que Venezuela tiene un nuevo presidente: es Edmundo González Urrutia… ¡y ganó con más del 70% de los votos!”.
Ahí recién aparece un asomo del espíritu de las horas tempranas. Todos aplauden, se entusiasman.
¿Entonces qué? La calle. A lo lejos llegan sonidos de explosiones. Algunos rápido se apresuran a pensar que es represión, pero son otro tipo de fuegos, los de artificio, haciendo de ese festejo -acaso- la mejor metáfora posible de sí mismo.
Es la celebración que llega desde centro, del Palacio de Miraflores, donde Maduro convocó a los suyos para festejar. En los barrios del este de la ciudad (historicamente opositores) a estas horas hay más silencio que otra cosa. Si habrá protestas masivas, todo indica que serán de día, o días, y quién sabe cómo continuará esta historia.
De la sede opositora la gente se va con una mezcla de decepción y constatación, con el recuerdo de quién y cómo es su rival. “Llamamos a que la gente, siempre que de mueva, sea con su familia: con sus hijos, sus nietos, sus ancianos... Eso nunca será una invitación a la violencia”, cierra María Corina Machado.
El comando se vacía rápido. Todos se van diciendo que, si pueden, duerman un poco. “Lo vamos a necesitar”.