Cuando luego de tres años preso, el 25 de diciembre de 2020, el capitán del Ejército Ányelo Julio Heredia Gervacio huyó de la cárcel militar de Ramo Verde, empezó una pesadilla para sus padres y su hermana. Funcionarios de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) se los llevaron, incluyendo a su sobrino de ocho años y los retuvieron durante ocho días. No hubo ningún procedimiento formal, no hubo orden de detención, ni audiencia; solo el secuestro, los golpes, las amenazas, la tortura con bolsas y agua y los insultos, como contó a Infobae su hermana Anyi Heredia Gervacio.
En ese momento, Julio Heredia, padre del capitán Ányelo Heredia estaba gravemente afectado de una enfermedad terminal, de la que murió dos años después, el 16 de octubre de 2022. Toda la familia huyó unos meses antes del país. El capitán guardaba un profundo sentimiento contra el régimen que torturó a su familia. El 25 de enero 2023 formalizó la denuncia de lo ocurrido con ellos con un testimonio ante la Corte Penal Internacional (CPI), cuya solicitud quedó registrada con el Nr. 14918173765670708.
Su mamá, Saturnina Gervacio, dice entre lágrimas que él nunca le dijo qué estaba planificando y mucho menos que pensara regresar a Venezuela. “Me duele mucho eso que dijo el general Manuel Cristopher, señalando a mi hijo de infiltrado, cuando Ányelo ha sacrificado todo por Venezuela”.
Heredia fue detenido el 14 de diciembre 2023 en horas de la noche, en un hecho confuso, cuando al parecer intentaba pasar por una trocha desde Colombia a territorio venezolano en compañía del teniente Ronald Ojeda Moreno. Éste último logró huir y de regreso a Chile fue secuestrado la madrugada del 21 de febrero de 2024 y, posteriormente, asesinado.
El régimen venezolano ha presentado a Heredia en el marco de una nueva conspiración, la que llamó Brazalete Blanco, que pretendía atentar contra Nicolás Maduro y otro funcionario; el caso que involucra a varios comunicadores y abogados, así como a una treintena de militares, está en manos del juez de Terrorismo Carlos Enrique Liendo Acosta.
Heredia permaneció en desaparición forzada desde su detención el 14 de diciembre hasta que el fiscal Tarek William Saab Halabi presentó la trama conspirativa anunciando que el capitán estaba bajo custodia del régimen venezolano. A casi dos meses de su detención, la familia de Heredia no ha recibido información alguna sobre él, no sabe oficialmente en qué sitio exactamente está recluido ni en qué condiciones físicas y emocionales.
El capitán Heredia, desde su escape de Ramo Verde, se dedicó a denunciar lo que ocurría en el mundo castrense, así como a señalar con fuertes imputaciones a los más altos líderes del régimen bolivariano, entre ellos a Diosdado Cabello Rondón, a Tarek William Saab Halabi, a Nicolás Maduro Moros y a generales de la institución armada. Fue incluido en varias causas y solicitada su captura a Interpol.
Una herida sangrante
“Bueno no la pasamos nada bien. En realidad, fue horrible y me ha traído consecuencias graves; he tenido que atravesar por cosas bastante difíciles y por eso me está atendiendo un profesional de la psiquiatría”, es lo primero que dice Anyi Heredia cuando recuerda lo que ocurrió aquel diciembre de 2020 como consecuencia de la huida del capitán Heredia de la cárcel de Ramo Verde.
“Cuando mi hermano Ányelo se fugó, mis padres estaban conmigo en Playa Grande, estado La Guaira, donde yo vivía. Eran las 11:30 de la mañana cuando llegaron a detenernos. A esa hora ya me estaban tirando del cabello, mientras nos llevaron, con mucha prisa, desde el piso 7 hasta un vehículo tipo jeep de color blanco”, agrega.
“Nos metieron, cubriéndonos la cara con una ropa de mi hermano que mi papá había sacado, creo que el 25 de diciembre; nos llevaron esposados y nos decían cosas. Llegamos al sitio, que supongo era una zona del este de Caracas, porque no dimos muchas vueltas; había casas de personas adineradas. Nos llevaron a una construcción de dos pisos, horrible; ahí nos tuvieron. En el piso había unos colchones individuales, sucios, orinados”, describe Anyi.
Confiesa que ella fue la más maltratada, y que su mamá, Saturnina Gervacio, la oía gritar, porque “nos pusieron en habitaciones distintas. A mi mamá le daban cachetadas y mi papá, que estaba enfermo con cáncer de pulmón, veía todo. Estaban esposados en una escalera”.
“Me maltrataron de tal forma, que me colocaron primero las esposas con las manos hacia adelante, luego con las manos hacia atrás y para que apretaran más y así me causara más daño, les colocaron cinta de embalar, de color marrón, con el fin de que hiciera más presión sobre mis manos; se me inflamaron las muñecas. Me apretaron muy fuerte con el suéter de mi hermano, que me colocaron en mi cabeza; luego me pusieron una bolsa en la cabeza y, colocándome boca arriba, me echaban agua en la boca. Como quizá se dieron cuenta de que podía respirar un poquito me colocaban boca abajo y luego boca arriba, mientras me hacían preguntas”, narra.
“Ellos creían que yo podía dar información, porque me presionaban con mis dos niños pequeños. A mi hijo de ocho años lo trasladaron en una moto y yo infiero que a él quizá lo tenían en el mismo sitio donde estábamos nosotros, pero en la planta baja, aunque a mí me decían que estaba en Margarita (una isla al norte de Venezuela)”.
“Todos los días nos hacían preguntas, nos pasaron a un cuartico. El primer día que nos llevaron a ese lugar se acercaron como 20 hombres y me gritaban prostituta, pero con groserías, amenazándome con introducirme, por el ano, un palo de madera, que tenían cerca, pero gracias a Dios no llegaron a eso. Me mostraron una foto de mi hijo amenazándome con cortarle un dedo si yo no hablaba, lo que gracias a Dios no llegó a ocurrir y no le hicieron nada. Todavía, a las 11 de la noche, venía el hombre del DGCIM, uno moreno, muy alto que me decía muchas groserías”, suma sobre sus días privada de su libertad.
Recuerda que les permitieron bañarse pero tenían que colocarse la misma vestimenta, porque no les dieron mudas de ropa. “Nos daban las tres comidas, pero nunca pudimos cepillarnos los dientes. Dormíamos en las colchonetas individuales que estaban muy sucias y feas”, comenta.
El acuerdo fue silencio
Anyi se estremece aún al recordar que fueron ocho días de terror, dolor y tortura. “Estuvimos ahí desde el 26 de diciembre hasta el 3 de enero que nos liberaron como a las 6 de la tarde. Eso fue luego de negociar para que no habláramos con nadie, ni siquiera con vecinos de lo que nos habían hecho, porque sino nos volverían a detener. Se quedaron con nuestras cédulas de identidad y prometieron regresarlas pero no lo hicieron”, dice.
“Cuando salimos de ahí, el niño estaba horrible, con un pijama viejito, porque nunca le cambiaron la ropa, aunque nos decían durante esos días que sí lo hacían. Todos permanecimos con la misma vestimenta durante todos esos días. El niño contó que lo tenían en una tipo oficinita, donde había un aparato de televisión y solo sintonizaban el canal Venevisión”, continúa recordando.
Lo que más agradece Anyi Heredia, en medio de todo el horror vivido, es que “Dios puso la gracia en mi hijo y mantuvo al niño tranquilo, no se puso a llorar. A la niña la dejaron con una vecina adolescente de 14 años y luego la familia de mi esposo fue a buscarla; en esa época yo aún estaba amamantando a la niña que tenía 15 meses de nacida”.
Los funcionarios, por fin, los dejaron en Puerto Viejo. “Ellos nos mantenían boca abajo y daban muchas vueltas en el vehículo para hacernos creer que estábamos en el estado de Miranda pero no, estábamos en el este de Caracas. Nos lanzaron las bolsas con la ropa del niño y la nuestra y nos dejaron ir”, comenta sobre el día que fueron liberados.
Han pasado los años y Anyi sufre los efectos de la tortura. “Yo trabajaba de docente en Venezuela pero después de que fuimos liberados, cada vez que salía de mi trabajo y veía policías o cualquier funcionario gubernamental que tuviera que ver con la seguridad, salía corriendo porque temía que me volvieran a agarrar. Mis padres, mis niños, todos estábamos tan asustados que no queríamos abrirle a nadie la puerta del apartamento”, concluye su relato.