Sería imposible que Nicolás Maduro y su entorno o la estructura del chavista Partido Socialista Unido (PSUV) o los colectivos paramilitares continuaran en el poder diez años después de la muerte de Hugo Chávez si no fuera por dos factores fundamentales: los militares y una sociedad quebrada por el hambre.
La única exportación exitosa de Cuba fue su modelo a Venezuela y Nicaragua. También lo intentó en otros países como Bolivia, pero donde realmente funcionó fue un Caracas. Toma total del poder por parte de una camarilla que comparte con los militares los pocos negocios que genera el estado y en conjunto mantienen adormecida a una población que no puede hacer otra cosa que sobrevivir.
El resto, las búsquedas de salidas por parte de la oposición, las sanciones internacionales, el exilio, son apenas estertores que hacen ilusionar, pero que no modifican la realidad.
La última acción de Maduro en favor de sus socios, la tomó el lunes 13 de febrero cuando nombró a la vicealmirante, Celsa Bautista, como ministra del Servicio Penitenciario. De esa manera ya son 13 los ministros militares y se acerca nuevamente a los 14 puestos que los uniformados ocuparon en el gobierno en 2017. La ministra no tiene ningún antecedente ni formación en la gestión carcelaria. No importa. Es una cuota de poder más que Maduro entrega a las diferentes facciones de las cuatro ramas militares (las tres tradicionales y la Guardia Nacional).
El más poderoso de estos militares es el general Vladimir Padrino, que ocupa el ministerio de Defensa desde 2018. Pero Chávez ya había repartido el poder dentro de las fuerzas armadas de tal manera que a ningún general se le ocurra levantarse en un golpe de Estado como él mismo había hecho en 1998. Padrino no puede movilizar tropas sin el consentimiento de Remigio Ceballos, un almirante que también reporta directamente a Maduro y encabeza el Comando Estratégico Operacional, una instancia creada por Chávez para supervisar los despliegues militares. Todo estructurado en células para el mejor control. Entre medio están los asesores venidos desde La Habana que hacen a su vez de vigías de voluntades.
El ex presidente interino nombrado por la oposición, Juan Guaidó, se chocó contra el sistema cuando quiso armar un alzamiento para derrocar a Maduro. Guaidó dijo que sus esfuerzos por convencer a la tropa se vieron frustrados por la fragmentada estructura militar y la intimidación del ejército dentro de sus filas. “¿Qué dificulta el quiebre? El poder conversar abiertamente, directamente con cada uno de los sectores y tiene que ver con la persecución a lo interno del PSUV, a lo interno de las fuerzas armadas”. Lo tienen todo atado y bien atado, como quería Franco, o como Pinochet lo expresó alguna vez: “acá no se mueve ni una hoja sin que yo lo sepa”.
La estructura militar es enorme. Son 150.000 uniformados manejados por más de 2.000 altos mandos, una cifra que proporcionalmente es el doble de los generales y almirantes que tiene, por ejemplo, Estados Unidos, y diez veces la que había en la época de Chávez. El comando operacional de los Andes tenía antes del chavismo 13.000 soldados y 6 generales. Hoy son 20 los generales para una tropa de apenas 3.000 efectivos. Y en el medio hay centenares de “comisarios políticos” como los que lideraba León Trotsky en el Ejército Rojo. Muchos de ellos son agentes de inteligencia cubanos.
Un buen ejemplo de la estructura de negocios y lealtad que forman los militares y el madurismo en el poder se vivió cuando el denominado presidente fue a revisar las tropas reunidas para una ceremonia en Caracas en mayo del año pasado. “Vamos a permanecer nosotros siempre cumpliendo nuestras tareas constitucionales, cumpliendo las tareas bajo su mando”, dijo el ministro de Defensa Padrino en su arenga. Y al final, Padrino gritó: “¡Leales siempre!”. Las tropas respondieron al unísono: “¡Traidores nunca!”.
Claro que la torta a repartir se achica día a día. La economía venezolana se retrajo un 75% entre 2013 y 2021. La inflación es tan alta que resulta difícil explicarla en números. La mejor imagen es que ya no se pueden llevar los bolívares en una billetera, se necesita al menos una mochila o una carretilla. A fines de 2021, el PBI se redujo el 83,5% de su tamaño con respecto al 2013 cuando asumió Maduro, pasando de los 258.993 millones de dólares que tenía en ese entonces, hasta apenas 42.530 millones. Hubo una leve recuperación el año pasado como rebote de la crisis de la pandemia, pero el crecimiento ya se está estancado nuevamente. Las mejoras se deben a una dolarización de hecho de la economía, permitida por el gobierno, una mejora sustancial en los precios del petróleo y las remesas que envían los siete millones de venezolanos que partieron al exilio en estos años.
“Venezuela hoy puede decir que nos merecemos el Premio Nobel de Economía porque hemos echado pa’lante solitos, solitos, humildemente solitos con la agenda económica bolivariana”, sacó pecho Maduro apenas vio que las pequeñas reformas de liberalización económica estaban teniendo consecuencias positivas. El Banco Central de Venezuela anunció que el país había cumplido el ciclo de 12 meses consecutivos con una tasa inflacionaria inferior a 50%, por lo que abandonaba formalmente la espiral hiperinflacionaria en la que se encontraba inmerso desde 2017. Pero todos los economistas advirtieron que “el avión apenas logró levantar la trompa un milisegundo antes de estrellarse”. Y todo se debió a la recuperación global del fin de la pandemia y la invasión de Rusia a Ucrania. Esto le permitió a Venezuela vender más petróleo, a pesar de las sanciones. Se lo compró directamente Estados Unidos. La producción petrolera prácticamente se duplicó de los 434.000 barriles diarios a los que había caído en 2020, pero aún está muy lejos de su potencial.
Esto mejoró, en cierta manera, la situación de desabastecimiento y marginalidad épica que vivía Venezuela. Aún hay desabastecimiento generalizado y se mantienen las colas para llenar el tanque de los autos a precios subsidiados, pero si bien ahora se puede conseguir leche en los supermercados, el problema son los precios. De acuerdo a la consultora Econanalítica el desabastecimiento que en 2016-2017 alcanzó al 80% de los productos, hoy es del 20% o 25%. Pero los precios de casi todos los productos fueron dolarizados y el 50% de la población venezolana gana menos de 100 dólares al mes, mientras que otro 30% recibe entre 100 y 300 dólares. “Con esos niveles queda claro que la capacidad de la gente para alimentarse como es debido es extremadamente limitada pues la canasta alimentaria mínima (un indicador que incluye los alimentos que debe consumir una familia para sobrevivir) está alrededor de los US$350 al mes, por lo que, al final, la brecha es muy grande”, explica Asdrúbal Oliveros, director de la consultora independiente Ecoanalítica.
De todos modos, a este ritmo de crecimiento se necesitaría más de medio siglo para que la economía venezolana se recupere a los niveles que tenía cuando Maduro tomó el poder. “Si tú decreciste 75% en el PIB, para que puedas recuperar los niveles del año 2013 tendrías que crecer en el PIB alrededor de 400%. Estabas en 100, terminaste en 25 y, entonces, para volver a 100 tendrías que cuadruplicarte y lo que tú subiste fue 6% a 8%, como mucho. A ese paso necesitarías décadas para poder regresar al nivel del año 2013″, es la conclusión de Luis Vicente León, presidente de la consultora Datanálisis.
La durísima represión de 2017, el fracaso de la toma de control de la Asamblea Nacional por parte de la oposición en 2015 –fue desvirtuada por la Corte Suprema de Justicia que derogó 18 de las leyes más importantes que había aprobado- y la inoperancia de la “presidencia” de Juan Guaidó, hicieron el resto. Hoy Maduro gobierna en un mar de calma. La represión y el hambre encerraron a los venezolanos.
A la calma chicha contribuyen los evangelistas que se dejaron comprar por Maduro quien estrechó sus vínculos con un sector importante de la iglesia evangélica que hasta armó un movimiento político para apoyarlo. Maduro dice que cultos como Unción de Dios y Salmo 32 son “la verdadera iglesia de Dios”, para oponerla a las jerarquías católicas, con las que históricamente el chavismo estuvo enfrentado, y a los sectores más tradicionales de las iglesias pentecostales. Su hijo, Nicolás Maduro Guerra, al que los pastores llaman “hermano” en los actos públicos, es quien maneja esta relación como un objetivo político y de gobierno, desde su puesto de vicepresidente de Asuntos Religiosos del Partido Socialista Unido de Venezuela. Los venezolanos, en su gran mayoría, son católicos. Se calcula que apenas un 17% se considera evangélico, pero el número está creciendo exponencialmente a la par de la crisis humanitaria.
Sobre la base de este andamio, el chavismo/madurismo logró frenar la implosión social y económica hacia la que se dirigía a velocidad de crucero. También consiguió acorralar a la oposición que recién ahora pareciera estar saliendo de su letargo cuando Maduro intenta maniobrar y adelantar las elecciones. Si se presentan y salen a disputar las redes sociales, los medios y las calles, le harán mucho más difícil a Maduro robarse la contienda. El régimen tiene como mucho un 25% o 28% de aprobación. Una oposición medianamente coherente y unida lo podría derrotar. Para eso, tiene antes que romper con la inercia impuesta en la calle por la pobreza y el hambre.
Tal vez, puedan tener una inesperada ayuda externa. El régimen de Maduro también se sostiene por sus aliados internacionales, particularmente Irán y Rusia. Lo de Cuba es mas un tutelaje. También puede ser por donde se cuele un lastre inesperado para las esperanzas de Maduro de permanecer en el poder hasta la muerte. Si Rusia es derrotada en el plano militar y debe abandonar su aventura de conquistar el territorio de Ucrania, en Venezuela también se caerían infinidad de negocios que están realizando los amigos de Vladimir Putin. Maduro recibiría un duro golpe y quedaría aún más aislado de lo que está.
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