Decía Juan Perón que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista. Pero también decía Tusam: “Puede fallar”.
Aquel jueves 26, cuando se cumplían 60 años de la muerte de Eva Perón, dos peronistas de gran peso político se presentaron en dos actos separados: Cristina Kirchner y Hugo Moyano. Para cada uno de ellos no había nada peor que el otro en aquel momento, luego de mucho tiempo de concordia terminada en octubre del año anterior. Y se dedicaron mutuamente palabras duras.
En el Mercado Concentrador de José C. Paz, invitada por el siempre emponchado intendente Mario Ishii, la presidenta reelaboró una famosa frase para asegurar que ”Eva Perón ha vuelto hoy en la dignidad de una patria que ha dejado de ser colonia”. Habló de las viviendas construidas —fue también un acto de entregas—, de las netbooks repartidas, el matrimonio igualitario, las universidades inauguradas. “Lo que más me cuesta entender es cómo algunos de nosotros venidos de abajo se juntan con los que siempre nos atacaron para socavar la unidad de este movimiento”, agregó, y a Moyano, que poco antes se había juntado con dirigentes rurales, le picaron las orejas.
“Mario querido: no te preocupes por los saboteadores”, siguió, e Ishii se acomodó el poncho rojo. “Siempre va a haber saboteadores de los procesos democráticos”.
El secretario general de la CGT, que enfrentaba una oposición oficialista organizada detrás de Antonio Caló, habló también en memoria de Eva Perón, desde el edificio de la confederación en San Telmo. “Qué satisfacción hubiera tenido Evita si hoy decían que a partir de agosto el salario mínimo pasaba a $3.500 para todos los trabajadores. Y que el mínimo no imponible [del impuesto a las Ganancias] se va a aumentar, porque no se soporta más la presión. Y que los hijos de todos los trabajadores van a cobrar la asignación familiar”, dijo.
“Quienes se creen como ella harían bien en imitar algo de su humildad”. Por si alguien no había entendido que se refería a Cristina Kirchner, añadió: “Cuando alguien tiene esa soberbia que se desborda, es difícil imitarla”.
A continuación criticó a la presidenta de “limitar el reclamo legítimo de los trabajadores” —un juego de palabra con las “limitaciones” que le había atribuido ella— y luego al ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, que lo había tildado de opositor. “Él es Pantriste”, lo rebautizó, como la animación de Manuel García Ferré. “Igual, quiero decir que si defender los derechos de los trabajadores es ser opositor, yo soy un opositor”.
“Ya estoy en libertad y no descansarán”: esa amenaza habría llegado al teléfono de Hebe de Bonafini, la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, y aquel jueves se presentó ante los tribunales para denunciar a Sergio Schoklender, ex apoderado de la organización, como su autor. Agregó que era un stalker: deambulaba cerca de la sede de Madres, y observaba “desafiante” las instalaciones. Schoklender negó las acusaciones y argumentó que era “una estrategia para que vuelva a la cárcel”.
Él y su hermano Pablo habían estado en prisión por la causa Sueños Compartidos, que investigaba —todavía está en eso— un supuesto desvío de fondos que debían emplearse en la construcción de viviendas populares. En su declaración indagatoria Schoklender había acusado a Bonafini y su hija Alejandra; la presidenta de Madres rechazó todos sus dichos y los devolvió: él había traicionado su confianza. “Nos sentimos perseguidas, acosadas y no vamos a permitir que este tipo nos enferme”.
La presentación, que recayó en el juez Ariel Lijo, agregaba que Schoklender “despierta en las integrantes de la asociación angustia, ansiedad, inseguridad y temor” y que se trataba de un grupo de “mayores de 80 años”. Cuando ratificó la denuncia, Bonafini se cruzó con él, y ninguno le dirigió la palabra al otro.
El blue que estaba por cerrar una semana estable, con subidas y bajadas de centavos, se cotizó a $6,43, mientras que el dólar BCRA seguía imperturbable a $4,60.
Siria estaba bloqueada por sanciones de la ONU, dada la situación de virtual guerra civil que vivía desde más de un año atrás; el bloqueo, perversamente, fue aprovechado por gente que no suele cruzar la frontera por los caminos ordinarios, y ahora varias células de Al-Qaeda operaban allí, según Estados Unidos. Eso volvía aún más complejo el escenario de la insurrección contra Bashar al-Assad, formada por grupos que no siempre coincidían y militares rebeldes. El mayor uso de atentados suicidas —uno había descabezado la seguridad del país— era una señal de las operaciones nuevas.
Pero al-Assad se había recuperado y había vuelto a tomar el control de Damasco, y aquel jueves se esperaba su contraofensiva en Alepo, la segunda ciudad siria. Un residente dijo a Reuters que había escuchado al menos 20 bombas, arrojadas desde aviones del ejército, y fuego de metralla incontable. Según las estimaciones, 160 o 200 nombres se sumaron a la lista de muertos que ya llegaba a 18.000 personas.
En el teatro Argentino, de La Plata, se estrenaba Werther, de Jules Massenet, en una puesta muy celebrada de Paul-Emile Fourny con dirección musical Benjamin Pionnier. Y a las salas comerciales de todo el país llegaba el último Bruce Wayne de la trilogía de Christopher Nolan, Batman, el caballero de la noche asciende.
Se esperaba que la película, protagonizada por Christian Bale, fuera un éxito global, aunque en los Estados Unidos una de cada cuatro personas dudaba sobre si ir a verla o no. En su estreno, en Aurora, Colorado, días atrás, un joven de 24 años había entrado a la sala armado con dos rifles y dos pistolas y había dejado 12 muertos y 59 heridos.
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