El frío comenzaba a insinuarse y el cielo era plomizo el 19 de mayo de 2012 cuando Luis Barrionuevo, el líder sindical y político siempre flamígero con sus palabras, animó un poco aquel sábado: calificó a Cristina Fernández de Kirchner de “gorila”, el máximo insulto dentro del peronismo, ideología que comparten. La presidenta, que regresaba de su gira por Angola —”una payasada”, opinó el gastronómico—, le había pedido “sensatez” y “responsabilidad” en los reclamos salariales, y había recordado que en Argentina, aunque los trabajadores solían ser pobres, los gremialistas solían ser ricos.
Barrionuevo —autor de un gran hit de la política argentina, vintage 1990: “En este país hay que dejar de robar al menos dos años”— estaba entonces en competencia fuerte con el secretario general de la CGT, el oficialista Hugo Moyano. Desde la CGT Azul y Blanca le reprochaba al camionero la decepción que sufrían todos los sindicatos, menos el de Moyano, por su buena relación con el gobierno. Pero ese día se concentró en la presidenta y la mandó a mirarse al espejo porque “los Kirchner son multimillonarios”.
El ex senador y ex diputado agregó que ella no tenía “autoridad política ni ética” porque con su esposo, durante la última dictadura, habían practicado la “usura” y se habían enriquecido con una “historia nefasta de comprar terrenos a precio vil y venderlos en dólares contantes y sonantes”. Acaso olvidó que su control nacional del gremio gastronómico se efectivizó en 1979, cuando lo designó la intervención militar.
Como los fines de semana son días flojos para la prensa política, el entrevistador no soltó a Barrionuevo: ¿realmente creía que la presidenta era gorila? “La tuve como compañera en el Senado dos años y nunca le interesaron los pobres”, respondió.
Hoy la CGT está unida, pero a su interior hay sectores: Pablo Moyano y sus aliados, Héctor Daer y los demás Gordos, algunos independientes y el barrionuevismo. Cristina Kirchner, actualmente vicepresidenta, le sigue cayendo igual de mal a Barrionuevo, pero el político, bailarín de tango y ex líder de Chacarita Jrs. tiene otras prioridades: luego de 40 años de sociedad sindical se enfrenta a su ex cuñado, Dante Camaño, quien controla la seccional metropolitana de los gastronómicos, lo que equivale a decir las dos terceras partes del gremio.
Con una estrategia comunicacional bien distinta, Sergio Massa, entonces intendente de Tigre y hoy presidente de la Cámara de Diputados, se ofrecía a mediar en el eterno conflicto por la basura entre la provincia de Buenos Aires, gobernada entonces por Daniel Scioli, y la ciudad de Buenos Aires, a cargo de Mauricio Macri. “Queremos controlar para que no nos dejen un enorme pasivo ambiental”, dijo Massa para ubicarse equidistante de ambos.
Un tema más popular entre la ciudadanía era la lista de jugadores con que la Selección Nacional contaría para enfrentar a Ecuador y a Brasil en dos partidos amistosos. El director técnico del momento, Alejandro Sabella, había dejado fuera a Carlos Tevez y a Javier Pastore, dos figuras queridas (y cotizadas: uno en el Manchester, el otro en el Paris St. Germain). Los hinchas de River se retiraron de la conversación cuando el equipo, que había caído a la Primera B Nacional en 2011, empató con el club Guillermo Brown, de Puerto Madryn. Enfurecidos, algunos arrojaron objetos contra los jugadores, que respondieron con insultos y debieron retirarse a los vestuarios escoltados.
Las noticias deportivas de Europa eran más benévolas: el Chelsea había ganado por primera vez la Champions League, tras vencer al Bayern Munich por penales. Y Roger Federer fascinaba al público en el Masters 1000 de Roma con su estilo exquisito, aunque ese día iba a perder ante Novak Djokovic, a quien a su vez derrotaría Rafael Nadal en la final.
Pero la atención de los italianos, que pronto fue la del mundo, estaba en una localidad del sur de la península, Brindisi, donde un atentado con una bomba casera en la entrada de una escuela terciaria había causado la muerte de una muchacha de 16 años y había enviado al hospital a otra. El hecho opacó la salida de un libro que se esperaba que acaparase los medios ese sábado: Las cartas secretas de Benedicto XVI, de Gianluigi Nuzzi, un periodista que ya había irritado al poder católico con la publicación de Vaticano SA, revelaciones sobre las finanzas de la Santa Sede.
Mick Jagger era el anfitrión invitado en Saturday Night Live, en Nueva York, y Pappo hablaba en La Viola 15 años, el programa local de Bebe Contepomi. Ese sábado también Jim Parsons (ganador del premio Emmy por interpretar a Sheldon Cooper, el personaje más inolvidable de The Big Bang Theory) hizo público que era gay.
El best seller argentino de ese sábado otoñal era Caballo de fuego. Gaza, de Florencia Bonelli, y en su programa Gracias por venir, gracias por estar Gerardo Rozín mantenía muy arriba su tributo a Rodrigo, la recordada estrella del cuarteto. Los espectadores que iban a ver Más respeto que soy tu madre, la comedia que protatonizaba Antonio Gasalla en el teatro El Nacional, cerca del Obelisco de Buenos Aires, se encontraron con que las dos funciones de esa noche estaban canceladas: el actor había denunciado amenazas de secuestro y tenía que moverse con custodia, que evidentemente no iba a subir al escenario con él.
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