Noche cerrada. Frío que se pierde en el fondo de cualquier termómetro. La nieve no cae, pero lo cubre todo. El cielo es profundamente azul. Las estrellas son como una bola de boliche que se estrelló en el firmamento y disparó los pedazos para cubrirlo casi todo. Mientras la hora penetra la madrugada, un electrocardiograma natural empieza a dibujarse con lentitud. Azules, violetas y verdes en gamas aleatorias ondulan de menor a mayor y cubren un ángulo desde el horizonte que se pierde en el centro sobre tu cabeza.
Las auroras boreales deben haber estremecido a nuestros ancestros. Aquella situación mágica que sólo pudo ser explicada hace no muchos años. Cuando las explosiones y llamaradas solares alcanzan cierta intensidad, enormes cantidades de partículas son arrojadas por este astro al espacio. Cuando alcanzan el escudo magnético de la Tierra, son atraídas hacia una zona alrededor del Polo Norte, conocida como el óvalo o cinturón de las auroras. Allí entran en contacto con la parte superior de la atmósfera, las capas de ozono, oxígeno y otros materiales que protegen el planeta. La energía que se desprende entonces es lo que vemos como auroras boreales.
Todo esto ocurre a unos 100 kilómetros por encima de nuestras cabezas. La enorme carga energética de las auroras, que contienen infinidad de átomos y moléculas, es la razón por la que llegan a verse con tanta claridad. Son un fenómeno tan natural como el clima. Su apariencia e intensidad varían en función de la actividad del sol y su ubicación depende del campo magnético de la Tierra.
Algo parecido a un desprendimiento de partículas, pero bajo tierra, es la experiencia que atravesó Kiruna, una de las mejores ciudades suecas desde la que observar a las auroras. Allí se yergue la mayor mina de hierro del mundo. Ubicada en el extremo norte del país, muy cerca del círculo polar ártico, la mina –propiedad de la compañía estatal sueca LKAB- es ejemplo de sustentabilidad, innovación y eficiencia que excava a 1.365 metros de profundidad y extrae cada día un equivalente a seis torres Eiffel de mineral.
Para comienzos de este siglo la ciudad empezó a registrar derrumbes. Es que el socavamiento de la mina estaba carcomiendo a la ciudad desde el subsuelo. Para entonces se tomó una decisión drástica: reubicar toda la ciudad.
Embalar los edificios
Para 2013 se había preparado el plan que permitiría, edificio por edificio, mudar a Kiruna, se dieron a conocer planes que verían una ciudad en el extremo norte de Suecia reubicada edificio por edificio. Se lanzó un concurso internacional para reubicar Kiruna en fases durante un período de 20 años. la propuesta ganadora, elaborada por Arkitekter Blanco de Ghilardi + Hellsten, miraba un siglo hacia el futuro para imaginar una ciudad sostenible con una economía diversa.
El proceso fue arduo, lento, con extrema programación, y permitió el traslado pieza a pieza de los edificios, desde la construcción de más de 100 años que alberga al museo local y que fue transportado por cinco kilómetros a una nueva ubicación en la nueva Kiruna; hasta las pequeñas casillas de control de tránsito.
Si no se realizaba la mudanza, se auguraba que gran parte de la ciudad colapsara en una implosión en un par de décadas. Si bien la mayoría de los edificios han sido demolidos y reconstruidos en la nueva ubicación, muchas estructuras históricas y culturalmente importantes han tenido que ser reubicadas, con esmero utilizando camiones, remolques y tractores eléctricos de precisión.
Aunque dos tercios de la población de la ciudad está involucrada en la mina, el destino se ha convertido en una explosión turística. Los responsables de la mina fueron quienes encabezaron el proceso (y asumieron todos los costos involucrados, incluyendo demoliciones, traslados, reconstrucción e indemnizaciones), seleccionaron a 20 mil habitantes para liderar las tareas. Unos 3.000 edificios emblemáticos de entre 120 y 330 toneladas fueron deslocalizados y trasladados a sus nuevos espacios sin sufrir daño. Entre ellos la iglesia de Kiruna que es expresión perfecta de la arquitectura local. El proceso de mudanza demorará hasta el año 2035, momento en que se dará por cerrada de manera definitiva la histórica ciudad.
La vida lapona
La temporada que se despide por estos días es la del sol de medianoche. En agosto, la oscuridad comienza a asomarse, la temperatura desciende y de repente llega el otoño y el destino se pinta de ocre. Que el otoño es un espectáculo de color que hace dudar sobre la diversidad de esa paleta, sobre todo cuando las auroras boreales hacen su entrada e iluminan el cielo. Kiruna es considerada la sede de la Laponia sueca.
En esta época, cuando aún no han recibido nieve, se puede participar en recorridos con perros esquimales en trineo. Ya a finales de agosto, las auroras boreales se pueden ver en cielos despejados. El otoño es un período perfecto para instagramear no solo las auroras boreales, sino también las estrellas y la Vía Láctea. Tomar el teleférico hasta la famosa Aurora SkyStation en Abisko puede ser el mejor plan. Icehotel 365 está abierto todo el año. Allí sus suites artísticas de nieve y hielo son admirables. Allí se dictan clases de escultura de hielo. No es posible pasar por Kiruna y no sumergirse en la cultura Sami. Conocer a los renos, probar la cocina tradicional Sami y refugiarse en una tienda.
Una colecta de arándano violetas o rojos en un bosque sin estrés. Se ofrece también una visita guiada para descubrir el proceso de transformación de la ciudad y también es posible visitar la mina.
Además de admirar el cielo, Aurora Spa en Camp Ripan ofrece recuperar algo de energía. Entibiarse en uno de los tres saunas, frotarse con hojas de abedul y bolitas de mineral de hierro, flotar en la piscina y filosofar sobre la vida. Aunque Kiruna está en viaje, su lema es estar presente en el presente. Dejarse estar en la quietud del movimiento permanente y apreciar las tonalidades del cambio. “Mejor en marcha que quieto”, indica la sabiduría lapona.
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