Sobre una montaña de 2253 metros, una de las más altas del Parque Nacional Los Alerces, el glaciar Torrecillas se despliega como un manto blanco y helado que atraviesa las nubes. Al tener su cara al sur, recibe menos luz solar y es por ello que se conserva su formación glaciaria. Desde el lago, conmueve la imagen de una inmensa pared frontal de casi 200 metros, de impoluto blanco en la cima, contaminada de puntillado verde mientras va acercándose a la base. De alguna manera, el glaciar es el gran creador de todos los paisajes que lo escoltan.
El traslado hasta el lugar supone, en tiempos normales, largas horas de traslados en vehículos, caminatas y navegación. Como recompensa, un cúmulo de postales inenarrables conmueve año tras año tanto a turistas que arriban desde lejanos horizontes como a habitantes de la región, que desconocen este diamante en bruto que habita como vecino milenario.
Hielos con historia
El Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), unidad Ejecutora dependiente del CONICET, define al glaciar como “un cuerpo permanente de hielo y nieve, que se ha formado por la acumulación, compactación y recristalización de la nieve acumulada en el invierno y que no logra derretirse en el verano siguiente”. Al tratarse de formaciones que dependen de las precipitaciones y la temperatura, se considera que son buenos indicadores del cambio climático.
“El hielo glaciar se forma a partir de la acumulación de sucesivas nevadas. A medida que aumenta el espesor, la compactación provocada por el propio peso de la nieve, más la fusión y recongelación de los cristales, van transformado la nieve, que pierde porosidad y gana densidad”, explican desde el IANIGLA.
La preservación del Torrecillas -y de todos los glaciares del país- está contemplada desde 2010 por la Ley Nacional 26639 de Régimen de Presupuestos Mínimos para la Preservación de los Glaciares y del Ambiente Periglacial. Esta norma los reconoce como “reservas estratégicas de recursos hídricos para el consumo humano; para la agricultura y como proveedores de agua para la recarga de cuencas hidrográficas; además para la protección de la biodiversidad; como fuente de información científica y como atractivo turístico”.
Uno de los requerimientos de esta Ley Nacional fue la puesta en marcha del Inventario Nacional de Glaciares, tarea que se le encomendó al IANIGLA, y que permitió el relevamiento de más de 560 mil kilómetros cuadrados en la Cordillera de los Andes y en las Islas del Atlántico Sur. Este Inventario permitió conocer que hay en la Argentina 16968 cuerpos de hielo existentes que ocupan 8484 kilómetros cuadrados. También aportó elementos de estudio que permiten complementar historia glaciológica con la historia ambiental de nuestro país.
Por su ubicación geográfica y por la información histórica y la disponibilidad de otros registros existentes, el glaciar Torrecillas fue elegido para ser estudiado en el marco de ese mapeo. Fotografías de 1899 y 1937, sumado a tomas aéreas más recientes, permitieron advertir modificaciones que se fueron generando con el paso del tiempo.
Entre otros atributos, se reconoce que los glaciares cordilleranos son “reservas estratégicas” de agua para las zonas bajas adyacentes y gran parte de la diagonal árida del país. Su contribución al caudal de los ríos andinos deviene en volúmenes significativos de agua de deshielo a la escorrentía, colaborando con la tarea de minimizar el impacto de las sequías en las actividades socioeconómicas. Cabe destacar que, en el mundo, la reserva del 75 por ciento del agua dulce se encuentra en estado sólido; justamente, en los glaciares.
Todos los colores
El glaciar Torrecillas se halla en una zona de transición entre el bosque andino patagónico y la selva valdiviana, en la que la diversidad paisajística muta con las estaciones, ofreciendo postales inenarrables de majestuosa y dinámica belleza.
Conviven especies arbóreas de selva como el tineo con otras características del bosque andino como el coihue. De un paisaje de vegetación de altura se arriba a un entramado de bonsáis, de edad similar, pero cuyas raíces disputan terreno con desechos de glaciar y grandes formaciones rocosas. El agua es el elemento central del paisaje: en estado sólido en el manto superior del glaciar y desbordante en celestes cuando se convierte en laguna.
Cuando acaba el invierno y el calor todavía no es tan intenso, en el camino se muestran en flor al menos tres especies de orquídeas, los notros explotan en rojos y los árboles de tineo, propios de la selva valdiviana, exponen sus flores que del blanco mutan al rojo de manera espectacular.
Entre abril y mayo, antes de que arrecie el mayor frío, los hongos crecen en el bosque, entre coihues y tineos. Se disfruta de la vegetación rastrera, ya que la humedad se encuentra en su máxima expresión. Y hacia arriba, el bosque de lengas se impone, cuyas hojas rojas bañan las esmeraldas aguas de la laguna con sus flores rojas, componiendo pátinas incomparables.
El paisaje blanco del invierno es imponente, ofreciendo como postal impensada a la laguna congelada. No se distingue el fin del principio del glaciar entre tanto blanco. Al descongelarse la laguna, un centro residual de hielo se irá achicando mientras el resto va recuperando su turquesa habitual, en una progresión fastuosa.
El lago es el gran protagonista del verano, esplendoroso bajo la acechanza de los soles más intensos. A su alrededor, la paleta de colores explota, con el glaciar como persistente guardián del ecosistema, blanco custodio en las alturas.
Perla invaluable
En materia ambiental, científicos del mundo observan con atención el desarrollo del glaciar Torrecillas y el resto de los glaciares cordilleranos de nuestro país, ya que se considera que “el rápido retroceso de los glaciares de los Andes y otras regiones montañosas del mundo es generalmente considerado como uno de los signos más claros del calentamiento que ha experimentado el planeta en las últimas décadas”.
El Torrecillas está ubicado en una zona del Parque Nacional Los Alerces preservada de la presencia humana, que recibe unos tres mil milímetros de lluvias al año. Los glaciares se derriten naturalmente porque no estamos en época glaciaria. Pero también por el calentamiento global generado por acción humana.
Testimonio vivo de un tiempo en que todo fue blanco, sobreviviente del fin de la glaciación, cada año amenazado por el calentamiento que impone el desarrollo global de la presencia humana. Altivo, entre los verdes, emblema del Parque Nacional Los Alerces brilla el Glaciar Torrecillas, perla invaluable sobre el paisaje de bosque andino patagónico y selva valdiviana, como ancestral guardián protector.
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