La llama, animal representativo de la conquista del Imperio Inca hacia el sur del Perú, es la protagonista de singulares caminatas de reconocimiento que se realizan en los Valles Calchaquíes de Catamarca. La comunidad originaria de “Cerro Pintado”, de Las Mojarras, se ubicada sobre la mítica Ruta 40, recibe regularmente a cientos de visitantes que se maravillan con el sitio arqueológico que lleva su mismo nombre y con ésta interesante actividad enmarcada entre paisajes majestuosos que han sobrevivido al paso del tiempo.
Las Mojarras es un pintoresco pueblo de un millar de habitantes, rodeado por excelsas postales naturales y un invaluable patrimonio arqueológico. Está ubicado en el extremo sur de los Valles Calchaquíes, sobre la Ruta 40, donde Catamarca se abraza con Salta y Tucumán. A siete kilómetros se encuentra Santa María de Yokavil, ciudad cabecera del departamento del mismo nombre, la cual presenta una importante diversidad de alojamientos y propuestas gastronómicas para el turista.
El sitio arqueológico “Cerro Pintado” es Monumento Histórico Nacional desde 1994. El ascenso que se recrea en estas caminatas con llamas, data de cinco siglos atrás. Estos animales, precisamente, se estima que habitan estas tierras hace más de seis mil años y que han sido protagonistas indispensables en el crecimiento de las poblaciones originarias que mantuvieron una muy activa permanencia hasta los años de la colonia.
La llama es un mamífero de la familia de los camélidos que habita La Puna o Altiplano de Perú, Bolivia, Chile, Ecuador y Argentina. Investigaciones científicas han determinado que la llama convive con el ser humano gracias a los pueblos nativos de estas regiones, con la domesticación del guanaco salvaje. Se estima que hasta la llegada de la conquista española a América, fue el animal de carga predominante en el continente; luego desplazado por las especies que arribaron en los barcos.
De la familia
En un corral ubicado en una pequeña finca de Las Mojarras, las llamas son criadas de manera cuidada por una familia que hace más de quince años conviven junto a ellas y que han puesto a disposición de los visitantes, dos modalidades de interacción con estos animales. Por un lado, una didáctica propuesta educativa que se comparte con instituciones escolares de la zona, en la que los niños se ven sorprendidos con la cercanía con este ser que ha atravesado medularmente la historia de sus familias.
Por otra parte, la mencionada caminata (trekking) con llamas, que demanda unas tres horas de excursión, entre ida y vuelta, y que deja boquiabiertos a turistas que llegan de todo el país y se conmueven al compartir esta excursión con esta especie ancestral con la que logran generar una relación de recíproca compañía y respeto.
El trekking con llamas se realiza con pocas personas y cumplimentando determinadas condiciones, vinculadas al bienestar del animal y sus costumbres. A la tardecita, cuando es la hora de arrancar la excursión, los animales deben haber comido por la mañana y rumiado por la tarde. Los guías explican que en la finca donde se las cría, se les respeta estos tiempos y sus hábitos para mantenerlas sanas y fuertes.
Ascenso entre cardones
A 200 metros de la finca y a unos 50 de la Ruta 40, se encuentra el acceso al “Cerro Pintado”, una colina de unos 60 metros de altura, que se eleva rocosa entre cardones. Antes de partir, los visitantes comparten una charla en la que se les explica sobre las llamas: su alimentación, sus características físicas, su historia en la región, la conformación de sus familias y la distribución de roles.
Durante el primer acercamiento con el animal, el visitante puede tocarlo como para empezar a tejer un vínculo de confianza en el que tanto la persona como la llama pierdan el miedo mutuo. Se les explica a los turistas que están acostumbradas a caminar al costado derecho de las personas y que si alguien se les para enfrente, dejan de avanzar; entre otros detalles básicos para la excursión.
No se trata de un ascenso con mayores exigencias, pero tiene su inclinación y el calor de esta región se hace sentir, por lo que en las alforjas que las llamas llevan encima, se recomienda llevar agua.
Una cultura originaria
En el ingreso al “Cerro Pintado” hay una apacheta: un montículo de piedras colocadas en forma cónica, una sobre otra, y que toma su nombre de las lenguas quechua y aymara, características de los pueblos originarios del noroeste argentino. Se considera que estos monumentos representan ofrendas de los pueblos indígenas de los Andes de América del Sur a la Madre Tierra, la Pachamama, en cuestas difíciles de los caminos. En este lugar, vital para la fe de los pobladores, se invita a los turistas a sumar una piedra, como una forma de brindarse al cerro con sumo respeto y agradecimiento.
Siempre con la llama caminando a la derecha de los visitantes, conducida con una soga y con las alforjas sobre su lomo, se atraviesa un camino con trabadas curvas en ascenso hasta llegar al llamado “Mirador de la Virgen”. Los sentidos se conmueven cuando el paso a paso va consolidando el vínculo con la llama y alrededor, el entorno se abre paso en toda su inmensidad: el Río Santa María y una extensa línea con cultivos de un lado y la ciudad del otro.
Cerro arriba se halla una plaza ceremonial, desde la cual se puede divisar hacia los cuatro puntos cardinales, la totalidad del valle. El extremo superior no tiene el acceso liberado, como una forma de preservar el lugar de probables erosiones.
Una conexión entre historia y presente
Hay en este ascenso con llamas al “Cerro Pintado” un viaje en el tiempo, un contacto de siglos con un pedazo de historia originaria que perdura en los pueblos del noroeste argentino. Cultura viva que las familias no dejan desaparecer y una oportunidad, a través del turismo responsable, para que ese legado pueda ser compartido con quienes arriban curiosos desde horizontes distantes.
Las llamas son, precisamente, el hilo conductor de la historia de esta región y su presencia es, además, un nexo con sitios tan retirados entre sí como los pueblos de Ecuador y Perú, y las singulares islas de Chiloé en Chile: con miles de kilómetros entre sí y una conexión cultural que les trasciende.
El visitante que ha logrado conectarse con la llama, al volver de la excursión, agradece emocionado esta oportunidad de hacerse uno con la historia y de expandir sus emociones, al haber vivenciado parte de la cultura originaria y la naturaleza en su máximo esplendor.
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