Por Susana Mitchell
Rabat. Brisa e historia, a orillas del río Bou Regreg. La capital del Reino de Marruecos, mezcla de la tradición histórica del pasado y la modernidad del presente, palpita entre el mar y el río. Dos noches serán suficientes para recorrer los principales puntos de interés y además disfrutar de un paseo, en las típicas barcazas azules, por el famoso río.
La Torre Hassan, uno de los íconos de la capital marroquí, hubiera sido la segunda mezquita más grande de su época, de no ser por la muerte del sultán que ordenó levantarla. La torre del minarete estaba diseñada para que llegara a los 60 metros, pero solo alcanzó los 44 cuando se frenaron las obras por su fallecimiento. A esto se sumó el terremoto de 1755 que dañó el alminar. Siglos después, en 2013, comenzaron las obras de restauración, por más de 140 millones de euros. Hoy es uno de los espacios públicos más visitados por turistas y marroquíes.
Caminando por la explanada de la mezquita, se encuentra el Mausoleo de Mohamed V, donde descansan los restos del antiguo rey y sus dos hijos. De estilo árabe-andaluz, fue realizado por un arquitecto vietnamita, en la década del 60. El edificio de mármol blanco y tejas verdes, está custodiado por la guardia real. Una vez adentro, se pueden ver las tumbas acompañadas por un Imam, que recita, en forma permanente, los versos del Corán, junto a uno de los sarcófagos reales.
De todas las ciudades imperiales, Rabat es la única que cuenta con una medina construida en forma de cuadrícula. Hacia el interior de sus centenarias paredes, se encuentran las características tiendas y puestos comerciales morocos, además de la Grande Mosquee, un tesoro arquitectónico, que los no musulmanes solo podrán apreciar desde afuera.
La jornada puede finalizar tomando un rico té de hierbabuena en el café que se encuentra dentro de los Jardines de los Udayas, un jardín de estilo andaluz, que se esconde detrás de paredones amurallados, repleto de limoneros, que impregnan la atmósfera de azares.
Marrakech. Fundada hace mil años por el primer emir de la dinastía bereber, Youssef Ibn Tachfin. Es una de las ciudades más importantes del reino y fue también la capital del Imperio Islámico y de los saadíes. El mercado tradicional más grande del país y una de las plazas más concurridas de África y de todo el mundo está en esta ciudad imperial, tan hechicera de día como de noche. La ciudad roja, como se la llama, debido a sus edificaciones bajas de tierra rojiza, es la favorita del turismo mundial y elegida por los artistas, intelectuales y aventureros.
Para conocerla hará falta quedarse más que un par de días, un buen guía en español y visitarla lejos de los meses de verano. El recorrido puede empezar en cualquier parte de la ciudad, pero la Plaza Yamaa el Fna puede ser un buen comienzo. Con la caída del sol, este sitio histórico, donde dicen solían exhibirse las cabezas de los presos ejecutados, comienza a llenarse de cientos de personas hasta transformarse en una gran masa multicolor. Contadores de cuentos, encantadores de serpientes, bailarines, músicos, vendedores de jugos de fruta, acróbatas, escritores. Es infinita la diversidad de actividades y curiosos que se juntan allí como así también lo son los colores, aromas y sabores que van desbordando la plaza y sus callejuelas linderas.
A menos de 200 metros se encuentra la Mezquita Koutoubia, la más grande de la ciudad, y que representa una obra maestra de la arquitectura de la época. Su minarete es el más antiguo de la región y mide 65 metros. Es fácil verlo ya que ninguna construcción lo sobrepasa. Cinco veces al día, éste y todos los minaretes de las ciudades marroquíes son los encargados de llamar a la oración a los practicantes de la religión musulmana.
Avanzando algunas cuadras, se ubican las Tumbas Saadies, que fueron redescubiertas en 1917 cuando los franceses hicieron un estudio aéreo para la creación de mapas de la ciudad, hoy una de las principales atracciones de Marrakesh. El mausoleo comprende los restos de unos sesenta miembros de la dinastía Saadí, entre los cuales están los de Áhmad al-Mansur y su familia. Su arquitectura y estética son consideradas únicas dentro de los principales monumentos y edificios de la ciudad.
El Jardín Majorelle merece un capítulo aparte. El pintor Jaques Majorelle compra en 1922 este palmeral donde hace construir un chalet estilo Art Decó, con un primer piso como su vivienda personal y en la planta baja, su taller de arte. Enamorado de la botánica, crea un inmenso jardín con diversas especies, entre ellas cactus, yucas, nenúfares, jazmines, cocoteros, palmeras y bananeros. En el 37 crea el color azul Majorelle, con el cual pinta su residencia y luego todo el jardín para abrirlo al público.
Veinte años después, Ives Saint Laurent y su pareja compran este solar abandonado, lo ponen en valor y transforman el taller en el Museo Bereber. Hoy, los visitantes hacen fila por horas para poder visitar este mágico lugar, que guarda las historias y recuerdos de los afamados artistas y diseñadores. La entrada cuesta 60 dirhams que vale la pena pagar.
El Palacio de la Bahía es otra de las imperdibles obras de la arquitectura de finales del siglo XIX, convertido en el más grande de todos los tiempos. El edificio real está totalmente vacío y son múltiples las versiones que circulan acerca de adonde fueron a parar toda la decoración y mobiliarios interiores. Lo cierto es que aún permanecen intactas las pinturas y diseños en paredes y techos y recorrerlo fascina por sus jardines enormes, el harén y las habitaciones de las concubinas con el típico patio central y su fuente.
Para entender Marruecos es fundamental conocer la escuela musulmana más grande del reino, la Madrasa (escuela) Ben Youssef -siglo XIV-. Cuesta solo 6 euros conocerla y resume el sentir y el pensar de la cultura coránica y su influencia en la historia de este país. Impacta el patio central, rodeado de arcos y muros con incrustaciones de azulejo y paredes recubiertas de paneles de zellige, cedro, estuco y mármol. Tiene capacidad para albergar 900 estudiantes. Y en el 2020 comenzarán una serie de refacciones que reducirán los horarios de acceso al público. Muy recomendable ir con guía.
La parte antigua de la ciudad alberga, además de la plaza Yamaa el Fna, la vieja medina, Patrimonio de la Humanidad de UNESCO. Los mercados, que ofrecen todo tipo de artesanías, confecciones, cacharros, tajines, babuchas (zapatos), cueros y bijoutería de plata con piedras naturales, logra que el visitante se pierda entre sus callejuelas, atrapado como en un trance, por el bullicio de aromas y colores, que palpitan en el aire denso de estos gigantes del comercio local. Imposible no comprar: sucumbirá.
Fez. La más antigua de las cuatro, se remonta al siglo VIII. Es famosa por su ciudad amurallada, comparada con la vieja ciudad de Jerusalén. La universidad más antigua del mundo se encuentra aquí: Al Qarawiyyin -también llamada Al-Karaouine o Al-Quaraouiyine- fundada en el 859 y considerada por la Unesco y el Libro Guinness de los Récords como la academia más vieja que sigue en funcionamiento.
Fez es la capital cultural y espiritual de Marruecos. Sus calles angostas, laberínticas y caóticas, transitadas por mulas, motos y personas de todas partes del globo, trasladan al visitante a dimensiones desconocidas. Ese clima de cuento ancestral se siente al ingresar a Fez el-Bali, la mayor medina del mundo islámico, nacida en el siglo VIII. Allí, las carnicerías exponen en las calles las gallinas degolladas, colgadas de los garfios o los pedazos de cordero recién desollado, entre puestos de verduras, frutas, alfombras, lámparas, túnicas y esculturas en cerámica o madera.
Y es en esta medina donde se puede visitar la famosa curtiembre de Chouwara. Desde hace mil años, introducen las pieles en cubas enormes, repletas de cal y excremento de paloma, donde se dejan en reposo durante varios días. Así curten, tiñen y secan las pieles.
El olor es espantoso y suele apoderarse de toda la zona que rodea a la curtiembre, en especial en los días de calor. Como sea, hay que ver este espectáculo milenario sí o sí. Una ramita con hojas de menta en la nariz todo lo puede. Y se consigue gratis al ingresar a la curtiduría.
Por otra parte la ciudad ofrece muchos otros lugares de interés turístico como la fuente Nejjarine, el Mausoleo del Moulay Idriss y la Mezquita de Karaouine. Algo para destacar es la comida: en cualquiera de las ciudades imperiales es muy recomendable probar la cocina local. Los mejores restaurantes y bares de Fez están en la Medina Fez el-Bali.
Alrededor de Bab Boujeloud o Puerta Azul se concentran algunos restaurantes dónde descubrir platos marroquíes como el Tajín, un guiso de carne y verduras, hecho dentro de un recipiente de barro, el Cous Cous o diversas sopas que forman parte de la cocina tradicional. Para los que no se animen, en la Ville Nouvelle -la zona moderna de la ciudad- hay variedad de lugares que ofrecen cocina internacional. En una de sus avenidas principales, Av. Hassan II, se pueden encontrar cines, cafeterías, restaurantes, terrazas, heladerías y muy buenas pastelerías, siendo esta zona la preferida de los locales para disfrutar un té de menta o cafecito a media tarde.
Meknés. A 138 km al este de Rabat y 60 km al oeste de Fez se encuentra la menos turística de las ciudades imperiales del reino, declarada en 1996 Patrimonio de la Humanidad. Conocida como la Ciudad de los Cien Alminares (o minaretes), por su cantidad de mezquitas, Meknés es uno de los sitios en los que el islamismo se vivencia con mayor fuerza. Como en ningún otro lado del país, las voces de los almuecines son parte de la orquesta de sonidos que componen la escena cotidiana. El llamado al rezo, desde los minaretes, es el sello de esta apacible ciudad.
Además de perderse en la medina y regatear en los suqs o mercados, mucho más tranquilos que los de Fez o Marrakesh, el turista encontrará algunos puntos de interés que no le llevarán más de un día recorrer. Entre los más destacados están: el Museo Dar Jamai, un palacio del año 1882, con su bello patio andaluz y la Madrasa Bou Inania, que data de 1332, antigua academia del Islam.
No hay que perderse de visitar el Mausoleo de Mulay Ismail, el sultán más temido de Marruecos. Mulay Isamil fue el único emperador que logró hacer retroceder a los turcos con su gran ejército. Según el relato popular, el sultán tuvo más de 800 hijos con 500 esposas y concubinas. Si nacían de sexo femenino, las mandaba asesinar al instante al igual que a muchos de sus esclavos, que los mataba "por hobby". La mayoría de los monumentos que hoy existen se los deben a este temido rey que en el siglo XVII ordenó trasladar la capital de su reino a Meknés.
La foto de recuerdo hay que sacársela en la puerta de entrada principal de la medina. Bab-el-Mansour es una de las puertas más bellas que tiene el reino y fue construida por orden del famoso Ismail. Cuentan que cuando el arquitecto finalizó la obra, el sultán le preguntó si podía hacerlo mejor. El arquitecto le respondió que sí, y entonces el rey mandó a ejecutarlo.
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