Por Flavia Tomaello
Dinamarca es el país más feliz del mundo según el informe anual que realiza la ONU. Más allá de experiencia escandinava de bienestar, hay coincidencia en que hay en los daneses un felicidad.
Acurrucarte al lado de tu perro mientras ves una película. Un encuentro de amigos para desempolvar el scrabbel. Plantar una hierba nueva en el balcón. Sentarte en el sofá más mullido sólo a ver pasar las nubes mientras te tomás el tibio té nuevo que encontraste. Leer el libro que te espera en el rincón más iluminado de tu casa. Comer sabroso, mantener las manos calientes, escuchar a las hojas cuando se mecen con el viento… Aquellos pequeños destellos que hicieron grato un momento.
Esa es la filosofía danesa cuyo nombre es Hygge (se pronuncia "hu-ga") y que es lo que ellos consideran el secreto de la felicidad. Es el estilo de vida que ha llevado a Dinamarca a superar a países como Islandia o Suiza en índices de bienestar. Más que de las cosas se trata de la actitud con que las personas se conducen respecto de ellas.
No se puede traducir a una sola palabra, sino que abarca una sensación de satisfacción y bienestar a través de disfrutar de las cosas simples de la vida.
Hygge es una parte tan importante de ser danés que se considera "una característica definitoria de nuestra identidad cultural y una parte integral del ADN nacional", según Meik Wiking, CEO del Happiness Research Institute en Copenhague. "En otras palabras, lo que la libertad es para los estadounidenses … la hygge es para los daneses", dice Wiking en su libro "Hygge -La felicidad en las pequeñas cosas".
"Acogedor" con tinte nacional
Esta obsesión con todas las cosas acogedoras pueden con la fiereza de los crudos inviernos daneses. Y basta ello para que el resto del mundo haya comenzado a interesarse por esa actitud diferente. Bajo esta premisa, en Argentina, como punta de lanza, aparece el primer proyecto definido desde el origen como basado en esta filosofía.
Hygge Home partió de ello. De seducir actitudes capaces de apreciar la simpleza de lo que se encuentran. Radicado en Capilla del Señor, a pasitos de Buenos Aires, une un hotel, un cúmulo de actividades, alternativas de eventos y un restó en un inmenso campo con traza de eucaliptus plantados por Manuel Belgrano hace 200 años. Una histórica casona de 1860 donde funcionó una de las más antiguas casas de remate feria del país.
El casco incluye ocho habitaciones amplias (de 30 metros cuadrados con baño en suite), repletas de luz natural, con ventanales al amanecer del campo. Pileta, lago, palomar, molino, huerta, cancha de fútbol, gallinero, mini golf de 8 hoyos, open bar, bosque fogonero, parrilla y hornos de barro… y tanto más. Escabullirse entre los árboles para leer o mirar a las ovejas pastar permite un tránsito de encuentro con uno mismo mientras el pájaro carpintero cumple su jornada de trabajo.
La actitud se inicia en los anfitriones. Sofía y Marcelo reunieron una larga historia de aventuras vividas en conjunto, además de las personales. Anduvieron por el mundo emprendiendo a lo grande en proyectos que han involucrado desde figuras internacionales de la música a eventos globales. Con todo ese bagaje de experiencias, con intencionalidad, pero casi sin darse cuenta, armaron una casa grande, apta para recibir con calma, sin premuras, donde el tiempo reina y está allí para gozar de los detalles.
Los cuartos fueron pensados con calidez y calidad. La blanquería es de cinco estrellas. Los detalles decorativos se multiplican en las tramas y los pequeños accesorios. Los colores provienen de la esencia nacional y se entremezclan con las tendencias de deco. Cada objeto tiene una causa, algunos han sido hechos a medida, con fuerte dedicación del recurso local. Esa es una de las metas: articular con el entorno.
El equipo de cocina se luce en todas las etapas gastronómicas. Ir sólo a probar el restaurante es una gran idea. Las pastas están hechas con amor. El pan se cuece en el horno mientras se lee la carta. Los postres tienen productos de granja. La cava se creó a medida con bodegas pequeñas, artesanales, con testeo uno a uno de los vinos en carta y elección de ediciones exclusivas.
La experiencia suma experiencias. Es que el rico olor a comida puede estar ahí, pero depende de la decisión de cada uno detectarlo. No es intrascendente pasar por Hygge Home. De allí uno se lleva puesto algo en el alma… y muchas ganas de volver.
Llevar la vida Hygge a casa
Partir del hotel revive aquella vieja frase de Gabriel García Márquez, quien aseguraba que el cuerpo se va, pero el alma tarda". Por eso, aquí van algunas ideas para llevarse el proyecto Hygge a casa a partir de las propuestas de Sofi y Marcelo.
– Velas. "No hay receta válida para el hygge si no hay velas -dice Wiking en su libro. Cuando se pregunta a los daneses qué es lo que más asocian al hygge, un apabullante 85% responde que las velas. La palabra aguafiestas en danés es lyseslukker, literalmente significa «el que apaga las velas». No hay forma más rápida de alcanzar el hygge que encender unas velas o, como se las llama en danés, levende lys, luces vivientes".
No importa qué estación es, siempre debe haber algunas velas alrededor. En el invierno, los daneses los encienden todo el día para crear una iluminación acogedora para la habitación, y en verano son útiles para dar luz una vez que los largos días llegan a su fin.
– Buscar el momento. Hay que encontrar un tiempo diario para hacer algo que haga sentir bien. En Dinamarca se piensa mucho en emplear el tiempo de una manera eficaz, para trabajar y hacer todas las tareas diarias. Pero además de eso, se encuentra tiempo para cuidarse y relajarse al margen de las obligaciones, con pequeñas experiencias gratificantes. Aquellas que se tienen ganas de hacer y siempre se postergan.
– Casa de puertas abiertas. El hygge se puede producir en cualquier sitio. Un asado al aire libre en verano, un paseo, un happy hour con amigos, una cena en un restaurante… Pero a los daneses les gusta más reunirse en casa. "El hygge es el antídoto contra el invierno frío, los días de lluvia y el manto de la oscuridad -sugiere Wiking-. Así que, aunque se puede disfrutar del hygge durante todo el año, es durante el invierno cuando se convierte no solo en una necesidad, sino en una estrategia de supervivencia".
– Crear un ambiente propicio. Para cuando está la familia, para cuando se invita amigos, pero también cuando se está solo. Cuidar que la iluminación sea acogedora. Buena música de fondo. Una chimenea sería ideal. Siempre las velas. Unas flores frescas sobre una mesa de madera, un mantel bien colocado. Se trata de cuidar las pequeñas cosas para que sentirse cómodo.
– Funciona mejor entre pocos. No es la idea de grandes banquetes o de profusión de invitados. Depende del tamaño de la casa y del propio espíritu, pero en Dinamarca funciona mejor en pequeños núcleos. Y tiene sentido, porque así es más sencillo mantener una conversación y no varias dispersarse.
– La mesa con centro, y viceversa. Además de ponerle intención al centro de mesa, es esencial poner la mesa como centro. Reunir, cocinar para los invitados y, según la temporada, sumar una bebida caliente. Recurrir a algo de los antepasados o las tradiciones, porque el hygge tiene algo nostalgia.
– Aquí y ahora. Darse tiempo para el disfrute. Tomar consciencia de la experiencia. Saber qué está sucediendo y ser capaz de percibir el goce de lo que se hace.