Colonia del Sacramento es el lugar ideal para una escapada détox. A una hora de Buenos Aires, Colonia reúne todo para desenchufarse de la locura porteña: paz, tranquilidad, naturaleza, historia, gastronomía, vinos, aventura, deportes, amabilidad y una gran hotelería.
El casco histórico es, obviamente, un clásico. Esas callecitas pintadas, hechas de piedra desigual y la edificación de siglos, en donde hoy conviven restaurantes gourmet, ateliers de arte, pequeños negocios de recuerdos, cafés artesanales con mesitas en la vereda, le dan un toque único.
Esa porción de la ciudad, a la que se ingresa por un portal reconstruido sobre la fortaleza que en su momento levantaron los portugueses, reúne gran parte de sus misterios. Cuando uno toma conciencia de que Colonia fue el resultado de una provocación política, no puede creer que hoy se haya convertido en su antítesis: un lugar apacible, en donde solo pueden caber los buenos pensamientos, el relax y la contemplación de lo bueno.
Pero, en efecto, Colonia del Sacramento fue erigida como una fortificación portuguesa nada más y nada menos que en frente de Buenos Aires. Era una mojada de oreja del Imperio portugués en el actual Brasil en medio de la cara española del Virreinato del Río de la Plata, algo completamente inaceptable. De ese comienzo borrascoso el pueblo se convirtió en lo que es hoy: un convite a la buena vida.
Esa fortificación puede apreciarse aún hoy con su piedra original, pese a que lo que se ve es una reconstrucción. Solo la base de la muralla es la que erigieron los portugueses. El resto fue levantado nuevamente usando la piedra original y siguiendo los lineamientos de los historiadores y los arquitectos uruguayos que completaron una labor encomendable.
Frente al gran portal aparece la placa de las Naciones Unidas declarando a Colonia del Sacramento Patrimonio Histórico de la Humanidad.
El casco desciende suavemente hacia el occidente y termina en una playa desde donde se tienen vistas de uno de los atardeceres más espectaculares de todo Uruguay. Acompañado por familias y amigos que se reúnen allí a conversar y tomar mate, el sol va cayendo sobre el horizonte del río, dejando un cielo naranja que se convierte en rosa, celeste y azul al compás de decenas de santa ritas que saludan, con sus frondosas flores fucsias, esas callecitas en pendiente.
Quienes quieran experimentar una noche gastronómica de categoría, el restaurante Las Libres -en medio de un monte soberbio- ofrece una carta internacional, con productos de su propia huerta orgánica y hasta la posibilidad de pernoctar en una de sus dos habitaciones, decoradas con un gusto capaz de competir con el primer nivel mundial.
Colonia es una zona de viñedos. Y la bodega Cerros de San Juan ofrece visitas guiadas a más o menos a 40 kilómetros del centro. Allí se elaboran vinos blancos, tintos y espumantes y, dentro de los rojos, el famoso Tannat uruguayo. Hay cavas alucinantes, con botellas de más de 25 años y un almacén de ramos generales de la que se proveía el pueblo que antiguamente rodeaba la bodega, que llegó a tener 300 habitantes. El campo ondeado, propio de las cuchillas uruguayas -también presentes en nuestro litoral- le dan una fisonomía particular a los viñedos y a los olivares, aun cuando estos últimos hace años que no se explotan comercialmente.
Para los que quieran aumentar el nivel de la aventura, el aeroclub de Colonia ofrece excursiones en Cessna con un sobrevuelo por la ciudad. Se ve el casco histórico, el faro de Colonia, blanco y rodeado de las ruinas de lo que fue una iglesia, la rambla de 14 kilómetros, las playas -que son la envidia de los porteños- la línea de hoteles en donde se destacan el Dazzler y el Sheraton, con su campo de golf de 18 hoyos.
Para los que vayan en familia Colonia tiene una propiedad ideal a cinco minutos del puerto, sobre la salida de Las Palmeras hacia el este en la famosa ruta 1. Se trata del Days Inn by Wyndham Colonia Casa del Sol. Es un lugar perfecto para pasarla bien todo el año, disfrutar de la naturaleza, el descanso, los deportes y una excelente gastronomía.
Iniciado hace treinta años por la familia Dalmas Diaz como casa de té, el Casa del Sol evolucionó primero a un lugar para reuniones, casamientos y eventos empresarios y luego a la industria de la hospitalidad con la adaptación y construcción de las habitaciones.
Hoy el Days Inn Casa del Sol tiene 36 habitaciones distribuidas en un edificio que tiene toda la apariencia de un casco de estancia, con una superficie de más de 20 hectáreas de campo. Los cuartos tienen todas las comodidades de un hotel internacional del nivel de Wyndham y la gran infraestructura natural del lugar permite disfrutar del aire libre y la naturaleza.
Hay una gran piscina al aire libre con un solárium muy acogedor, rodeado de un abundante monte de eucaliptus y un bar que funciona en el verano. El hotel tiene un restaurante –Azafrán– muy recomendable por los platos y por la atención, con una tremenda parrilla para comer un increíble asado uruguayo. Allí, en Azafrán, también se sirve el desayuno buffet, muy completo, con dulce, salado, frutas, ensaladas, cereales, café, medias lunas, en fin, todo lo que hace falta para no extrañar casa.
En el hotel se puede jugar al fútbol -de hecho Peñarol hace su pretemporada aquí-, al volley, al golf (hay una clínica disponible, con muy buen driving range a cargo del profesor Ángel Mato), hacer caminatas hasta la laguna que está en el confín del terreno, andar en bici, tomar unos increíbles masajes con las manos mágicas de Estela, jugar al ping pong o disfrutar de la pileta indoor.
Seguramente la infraestructura es muy importante en la industria de la hospitalidad, pero en este caso lo más destacable del Days Inn casa del Sol es la amabilidad de su gente, la predisposición para asistir y para ayudar en todo momento.
La combinación Colonia-Days Inn Casa del Sol es ideal para desintoxicarse de Buenos Aires, para volver a casa relajado y pensando qué suerte que tenemos de tenerlo todo tan cerca.
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