Por Flavia Tomaello
Hace ya 69 años se celebró la primera edición del Festival de Cine de Berlín, o, como se lo llama familiarmente desde ese mismo momento, la Berlinale. En ese encuentro original, cinco películas recibieron el máximo galardón, el ahora famoso Oso de Oro, entre 25 competidoras: la suiza Die Vier im Jeep, de Leopold Lindtberg; las francesa Sans laisser d'adresse, de Jean Paul Le Chanois y Justice est faite, de André Cayatte; y las estadounidenses Cinderella, de Wilfred Jackson (el film animado de Walt Disney) y In Beaver Valley, de James Algar. El festival abrió el 6 de junio de 1951, con la proyección de Rebecca, de Hitchcock, en el cine Titania Palast.
Corrían los primeros días de 1950 y las heridas de la Segunda Guerra Mundial todavía estaban frescas cuando un comité compuesto por miembros de la industria del cine de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, más un periodista, comenzó a reunirse con asiduidad con el objetivo de crear un evento de magnitud mundial. Nombraron director a Alfred Bauer, historiador de cine con un pasado en la Reichsfilmkammer, el organismo que regulaba el cine en la Alemania nazi, que también se había desempeñado como asesor del gobierno militar en temas relacionados con su especialidad al final de la guerra.
En el momento en que la proyección de Rebecca comenzó a rodar, Berlín sintió que empezaba a retomar algo, aunque fuera una porción pequeña, de la gran movida cultural que había sabido desarrollar en su historia y que ahora yacía junto a los escombros que todavía ocupaban buena parte de sus calles. Desde el punto de vista político, se estaban viviendo tiempos convulsionados, por lo que la naciente Berlinale era una demostración más de cómo "el mundo libre" significaba progreso y crecimiento, un tiro por elevación para los vecinos soviéticos.
Hoy, sigue siendo un festival de vanguardia. La edición 2019 -la número 69, que comenzó el 7 de febrero y se extenderá hasta el 17- atrae a miles de fanáticos del cine a la ciudad, una excusa perfecta para explorar Berlín a fondo.
La ciudad vestida de cine
La calle Altes Postdamerstrasse, la que conduce al Palast y a la plaza adyacente, llamada Marlene Dietrich para que el clima cinéfilo no se rompa en ningún momento, arma por las noches un trayecto de luces en el cielo que llevan sin escalas hacia la alfombra roja. Por allí, en los bares, uno puede quedar preso de la charla de algún director que, micrófono en mano, se pone a debatir con la gente por qué hizo o dejó de hacer tal cosa en su película, que todos observaron minutos antes. Las veredas, a ambos lados, muestran alternativamente afiches de las competidoras y fotografías de actores y directores con aire de entrecasa.
A pasos de allí está otra de las visitas imperdibles: Potsdamer Platz. Lleva el nombre de la ciudad cercana de Potsdam y se ha transformado de un desierto desolado durante la Segunda Guerra Mundial a un centro de turismo y negocios. Se reconstruyó después de la reunificación alemana y alberga restaurantes famosos, centros comerciales, cines, teatros y una hermosa arquitectura. Allí se puede acceder al ascensor más rápido de Europa que lleva a la Torre Kollhof. La vista desde allí es increíble. También allí se encuentra Legoland Discovery Center, que tiene alrededor de 4 millones de ladrillos Lego.
Mientras la nieve hace de las suyas, aunque en ocasiones el sol reluce fuerte y calienta el espíritu, el cine da oportunidad para zambullirse en una de las ciudades que, después del largo ostracismo ocasionado por la división en manos del muro, encontró un revivir que la ubica entre las más vanguardista del planeta.
El frío ofrece una gran ventaja: invita a zambullirse en la fuertes propuestas culturales. Un atractivo imperdible es el Reichstag, sede del parlamento alemán,de estilo neobarroco, que sobrevivió a todos los procesos de la guerra. Es indispensable sumergirse en el diseño de Norman Foster y ascender hasta la cima de su interior. Es preciso reservar con al menos tres días de anticipación.
La Puerta de Brandenburgo es el símbolo de unidad. Fue construida en 1791 en base a la Acrópolis de Atenas. Es uno de los monumentos más famosos de Berlín, ya que solía ser un punto de división entre el oeste y el este.
Berlín adentro
Es imposible irse de Berlín sin visitar el Memorial del Muro de Berlín. La franja se extiende por algo más de un kilómetro y significa la división de Berlín Oriental y Occidental hasta la reunificación a fines de los años ochenta. Se han realizado secciones destinadas a la visualización objetiva, la exposición artística (esencialmente con expresiones callejeras) e histórica. Estas tres partes ofrecen una imagen precisa de la historia del Muro de Berlín. Los visitantes pueden elegir dónde comenzar y cada parte complementa a la otra.
La brillante idea de una isla para reunir el gran conglomerados de museos hace de este espacio un sitio para pasar una o más jornadas. Patrimonio de la humanidad de la UNESCO, la Isla de los Museos es una de las principales atracciones. Cuenta con cinco museos: Pérgamo, Bode, Neues, Alte Nationalgalerie y Alte.
Ninguna ciudad se conoce sin visitar sus mercados. Markthalle IX es uno de los tradicionales que los residentes rescataron hace una década del posible cierre. Está repleto de verduras tradicionales y carnes de origen local. No es posible partir sin probar la cervecería Heidenpeters. Infaltable la street food de cada jueves.
Tiergarten es uno de los pulmones verdes que viven cotidianamente los locales. Cuenta con circuitos internos para correr o andar en bicicleta, y -si el tiempo lo permite- hacerse de una salchicha y una cerveza en alguno de sus puestos. Aunque es enorme, la señalización interna es impecable.
La vida imperial también habita en la ciudad. El Palacio de Charlottenburg, en homenaje a Sophie Charlotte, la primera reina consorte en Prusia, sufrió daños durante la guerra, pero fue reconstruido. Se pueden visitar las habitaciones decoradas con porcelana y plata, el mausoleo de la reina Louise, la casa de té Belvedere y la villa napolitana, Neuer Pavillon.
Memorias de la guerra
El Memorial del Holocausto se inauguró en 2005. Diseñado por el arquitecto neoyorquino Peter Eisenman, tiene 2.711 columnas de concreto de diferentes alturas. También cuenta con un centro de información subterráneo de 800 metros cuadrados.
Checkpoint Charlie es llamado así a partir de la tercera letra del alfabeto militar (A para Alfa, B para Beta y C para Charlie), el lugar solía ser el paso fronterizo entre Alemania Oriental y Occidental. El punto de control fue administrado por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial y en 1961, los tanques estadounidenses y soviéticos tuvieron allí una confrontación.
También sirvió como un lugar donde muchos intentaron escapar de Berlín Oriental. Hoy allí se muestran historias y fotografías de quienes fallaron y de quienes lograron las fugas. Tiene muchas de sus bolsas de arena y carteles originales, incluido el famoso letrero "Usted está entrando en el sector americano" en diferentes idiomas. El letrero era un marcador del cruce de la frontera y significaba la división durante la Guerra Fría. Allí mismo se puede hacer sellar un documento similar al que históricamente se utilizaba para el cruce oficial.
La torre de televisión de Berlín es el monumento más visible de la capital alemana y ofrece una vista increíble de la ciudad con un bar y el restaurante giratorio Sphere. Se construyó durante los tiempos de Alemania Oriental en solo 4 años para mostrar la eficiencia del comunismo.
El antiguo Tempelhofer Feld, el aeropuerto utilizado entre la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, entró en desuso hace una década. Sin embargo, sus recorridos ofrecen 368 hectáreas entre pistas que se utilizaron en ese tiempo. Una de las grandes capacidades que demuestran los berlineses en su ciudad es la resilencia: sitios como este han sido reenfocados en el disfrute de los habitantes. Por ejemplo, en parte de aeropuerto se han destinado parcelas para que los ciudadanos cultiven sus propias huertas.
La bohemia berlinesa
Nuevas generaciones y espíritus jóvenes han hecho de esta ciudad una explosión de vanguardias y diseño. Prenzlauer Berg es uno de los más antiguos, con cierto toque romántico y concurrido esencialmente por estudiantes. Su arquitectura data del 1800. Es ideal para recorrer tiendas y encontrar antigüedades y tiendas de moda.
Anarquistas, hippies, hipsters son muchas de las tribus que conviven amigablemente en el Kreuzberg, el sitio rebelde. Su identidad está dada por los grafitis que bañan sus paredes. Es el sitio ideal donde apostar a alguno de los cientos de food truck que circulan por la ciudad.
Neukölln era el asentamiento de las poblaciones turcas y musulmanas. Pero se ha reconvertido en el sitio preferido por artistas emergentes. Es uno de los sitios más económicos para alojarse.
El antiguo barrio obrero de Friedrichshain había quedado del lado soviético en épocas del muro. La avenida Karl Marx conserva el mayor conjunto arquitectónico soviético de Europa. Las viejas propiedades de trabajadores han sido recicladas y es aquí donde la vanguardia late. Edificios totalmente intervenidos, galerías alternativas, centros de espectáculos, mercados callejeros, tiendas de diseño y lo más exótico en experiencias culinarias.
SEGUÍ LEYENDO