Las reseñas turísticas ponderan el silencio. Dicen que es un lujo contemporáneo y, apelando al espíritu poético, hablan de que no escuchar nada es escuchar algo. Las piedras del ripio golpeando en los guardabarros de los autos es, en línea con la metáfora, un canto autóctono. Pueblo Garzón tiene música y un encanto singular. La identidad pueblerina, la atmósfera rural capturó el nuevo paradigma de la alta sociedad: transportaron, fuera de la obscenidad y la ostentación urbana, restaurantes, galerías de arte, tiendas de diseño, megaemprendimientos a un paraje campestre equis del Uruguay.
Pueblo Garzón tiene una estación de ferrocarril, una escuela, una tienda de provisiones, una iglesia, el Club Recreativo Social Garzón, una casa municipal, campanas en los ingresos a las casas y una plaza, la Plaza Artigas, como epicentro. Un radio de una -o a lo sumo dos- cuadras completa la superficie habitada. En una esquina, una construcción vacía que es idéntica a la fachada del Hotel & Restaurant Garzón, fundado y administrado por el célebre cocinero argentino Francis Mallmann, que se posa en diagonal a la plaza. Enfrente del establecimiento, una parcela de tierra donde un cordero atado se alimenta.
Es un pueblo, un poblado serrano de pocas manzanas anclado al este del departamento de Maldonado, en el límite con Rocha. Sus construcciones remiten al pasado, a los tiempos en los que albergó una población de dos mil habitantes hasta 1950, cuando el ferrocarril, el molino y la actividad industrial dejaron de ser modernidad. Hay casas centenarias de estilo colonial, una distribución tradicional de los edificios públicos y una atmósfera que connota paz.
El New York Times lo nombró en 2016 como uno de los 52 lugares del mundo que es obligación conocer. Lo describió como un "retiro rústico". Las notas periodísticas que aparecen en Google lo catalogan como un sitio virgen, casi al natural. Fernando Suárez es el alcalde del municipio de Garzón y José Ignacio desde 2010. Allí se crió y allí cursó la escuela primaria. Le da crédito a esas dos definiciones: "Lo que tiene de especial Garzón es que da la sensación de ser un pueblo congelado en el tiempo. Salvo algún retoque puntual, tiene las mismas características que hace cuarenta años atrás. Hemos logrado preservar su integridad, sus fachadas, su historia".
Su historia se remonta a 1892, cuando el comerciante Fermín de León fundó un pueblo que era atravesado por el camino real: viajeros cruzaban sus calles en dirección al saladero propiedad del gobernador, también de apellido Garzón. Pero su nombre remite al general Eugenio Garzón (1796-1851), un militar uruguayo que se alistó al ejército de Artigas en 1811, marchó con el general José Rondeau al Alto Perú, acompañó a San Martín en sus campañas libertadoras de Chile, Perú y Ecuador, y combatió junto al general Urquiza en su lucha contra Rosas.
Garzón se declaró oficialmente pueblo el 17 de junio de 1935, cuando se firmó el proyecto de ley en la sala de sesiones de la Cámara de Representantes de Montevideo. De aquellos años hasta ahora, los cambios son tan grandes como imperceptibles. Por aquél entonces su población era de 470 habitantes, en la actualidad apenas superan los 200, la infraestructura de antaño obedece a una política de conservación y los nuevos emprendimientos se adaptaron a la solemnidad casi patrimonial del pueblo.
Llegó Francis Mallmann a instaurar un polo gastronómico de alta cocina, llegó Alejandro Bulgheroni a radicar una bodega de vanguardia, llegó Pablo Atchugarry a recrear una reserva natural con un parque de esculturas. Pero todo sigue siendo como era. Garzón se convirtió en un refugio con una vasta oferta gastronómica, enoturística y artística. Sobran las galerías de arte y las tiendas de diseño: hay tantas como casas. En el sitio web de la bodega, se lee: "Garzón hubiera seguido siendo el secreto mejor guardado si no fuera por esa misteriosa razón que hace pocos años lo convirtió en el destino de moda de la alta sociedad europea y latinoamericana, que disfruta de la tranquilidad del campo en tiempos de playa".
"El hombre se ha ido alejando de los campos, vive con otros ruidos, y se ha ido olvidando del canto de los pájaros, de la dimensión de la naturaleza -aseguró el célebre escultor uruguayo Pablo Atchugarry-. En ese sentido, Garzón me parece algo maravilloso, lo que está sucediendo en el pequeño pueblito: Mallmann con su gastronomía, el amor que le ha puesto Bulgheroni al territorio, y yo que quería acompañar ese camino en el campo cultural y ecológico".
Susana Giménez es otra celebridad que invirtió en el pueblo. En diciembre de 2011 compró el terreno de 110 hectáreas a 1,5 millones de dólares. La Tertulia, así se llama la mansión, se inauguró a fines de 2013 en un páramo sobre las sierras de Garzón, alejada del poblado. El hogar dispone de 500 metros cuadrados y seis suits. Los ingenieros y arquitectos debieron crear la caminería y el desarrollo para la infraestructura, la luz, el agua y la comunicación. Sin embargo, al año, decidió ponerla en venta. "Para ir, tenés que tener un amor. Es un refugio de amor, pero como no tengo el amor…", dijo en su momento. Está valuada en diez millones de dólares y su acceso no es sencillo.
El pueblo está a la altura del kilómetro 175 de la Ruta 9. Un camino de ripio renovado conduce a un casco histórico de la época colonial. A la vera del camino, Uruguay y la inmensidad: arroyos secos, quebradas, sierras, vegetación y el mar vigilando en el fondo del paisaje. Su ubicación es estratégica: a un cuarto de hora del balneario José Ignacio y a 50 kilómetros de Punta del Este.
Garzón es un pueblo escondido con visitantes silenciosos. No fue descubierto, fue revitalizado. Por sus amplias calles de tierra, desde Marcelo Tinelli hasta Cameron Diaz caminaron como si fuesen habitantes anónimos. Esa intimidad sin cerco privado es lo que convence a las celebridades que allí invirtieron y allí se pasean, entre el silencio del campo y las últimas tendencias de los bon vivant. Garzón es el lugar donde el tiempo se detuvo. Una tierra centenaria que tiene las mismas 18 manzanas desde su fundación, las mismas 57 viviendas y los mismos 59 ranchos. Un pueblo que cambió sin expresarlo, un pueblo donde el silencio, su principal encanto, parece que quisiera decir algo.
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