Ópera de Roma: un viaje por la historia del mayor archivo del mundo de este género de música teatral

El Teatro dell'Opera di Roma realizó una recuperación enciclopédica de su historia y construyó una colección infinita de objetos, documentos y piezas audiovisuales. El Archivo Histórico y Audiovisual, resultante de esa iniciativa, está abierto a toda la comunidad

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El espectacular Teatro de la Ópera de Roma (Silvia Lelli)
El espectacular Teatro de la Ópera de Roma (Silvia Lelli)

Por Flavia Tomaello

"No saber lo que sucedió en el pasado sería como ser un niño para siempre. Si no usamos las obras de la edad pasada, el mundo siempre permanecerá en la infancia del conocimiento". Así pensaba Cicerón, y esa es la premisa que ha hecho realidad una tarea monumental al rescatar la historia para consolidar el presente y proyectarse hacia el futuro.

La Ópera de Roma decidió mejorar su Archivo Histórico y Audiovisual, una colección enciclopédica de todo lo que fue presentado en los 136 años que transcurrieron desde aquel 27 de noviembre de 1880, cuando abrió sus puertas por primera vez para albergar Semiramide, de Rossini.

"Tener la necesidad de conservar el patrimonio es algo que ocurre en todos los teatros importantes del mundo", explicó Francesco Reggiani, responsable del archivo histórico y audiovisual de la Ópera de Roma. "Lo que nos diferenció es que tuvimos, además, la estructura y el espacio para llevar a cabo esa iniciativa". Reggiani es uno hombre de unos setenta años absolutamente apasionado por su trabajo. Sólo tiene una queja: "Estar a cargo del archivo implica llevar siempre a todos lados un llavero enorme, el que permite entrar a cada una de las salas donde almacenamos nuestros tesoros".

La construcción del teatro, que demandó sólo 18 meses, la planificó la misma persona que le dio el nombre al edificio, Domenico Costanzi (1810-1898), y la ejecutó el arquitecto milanés Achille Sfondrini (1836-100), especializado en acústica y en la restauración de coliseos artísticos. Su decisión de diseñar la sala principal con la forma de herradura de caballo apuntó a su objetivo de que la estructura interna fuese una "caja armónica". Esa primera versión tuvo espacio para 2.212 espectadores, tres niveles de palco, una galería y un anfiteatro. Los frescos de la cúpula fueron obra de Annibale Brugnoli.

Cercano a la estación terminal de trenes Termini y a la espalda de la Vía Nazionale, el teatro está hoy ubicado en una zona de bajo tránsito. Quien camine distraídamente por la Vía Torino (una calle angosta, que parece no esconder nada) y llegue hasta la Piazza Beniamino Gigli se sorprenderá con su frente, moderno y sutil si se lo compara con otras grandes casa de ópera italianas.

Inestabilidad en la dirección

Los primeros años estuvieron signados por los cambios de mano. Costanzi fue, a su pesar, el primer administrador. Se suponía que la obra la había encarado para Roma, pero la municipalidad se negó a comprárselo una vez que estuvo terminado y, como había invertido casi todo su patrimonio en él, decidió seguir adelante y convertirlo en un negocio. Sus logros artísticos no fueron menores: fue anfitrión de los estrenos absolutos de obras que luego serían de las más célebres, como Cavalleria rusticana (el 17 de mayo de 1890) o L'amico Fritz (31 de octubre de 1981), ambas de Pietro Mascagni.

A la muerte de Domenico, su hijo Enrico heredó la responsabilidad. En su breve período al mando se estrenó Tosca, de Puccini (en enero del 1900), lo que se considera aún hoy como el mayor hito en la historia de esta ópera. Walter Mocchi (1870-1955) lo adquirió en 1907, como representante de la Sociedad Teatral Internacional y Nacional (STIN) y su esposa, Emma Carelli (soprano) quedó en la dirección en 1912.

En este período, el teatro extiende sus brazos hacia América Latina: sus compañías se presentaban en el Ópera y el Coliseo de Buenos Aires (a partir de 1914 se incorporó en estas giras al Teatro Colón), en el Municipal de Santiago de Chile, en el Solís de Montevideo y en los teatros municipales de Río de Janeiro y San Pablo, en Brasil. "Incluso, se llegaba hasta ciudades del interior de esos países, como por ejemplo Rosario y Córdoba", explicó Reggiani. El alcance investigativo del archivo histórico abarcó estas numerosas ramificaciones.

En 1926, la gobernación de Roma se hizo cargo del teatro (que, además de los frecuentes cambios de dirección, modificaba más velozmente su razón social) y nunca más saldría de la órbita oficial. Las puertas se cerraron el 15 de noviembre y permanecieron así durante el poco más de un año que demoró la restauración parcial. La interpretación de Nerone, de Arrigo Boito, bajo la dirección del maestro Gino Marinuzzi fue el punto de partida de esta nueva etapa, con el nombre de Teatro Real de la Ópera, un apelativo noble que duró hasta la proclamación de la república, cuando se convirtió simplemente en Teatro de la Ópera. En 1958 experimentó su última reestructuración.

El escondrijo del recuerdo

"En el sentido común, la palabra 'archivo' se asocia con una idea de polvo, estática, hasta el límite de inútil e improductivo. Ser asignado al archivo, en cualquier compañía o entidad, siempre ha asumido un aspecto casi punitivo. Afortunadamente, este no es el caso con el nuestro", comentó con humor su director.

La decisión de crear un archivo, que conserva la memoria artística del teatro, data de 1946, cuando el entonces superintendente Agostino D'Adamo, con una resolución especial decretó su establecimiento. Desafortunadamente, esto fue seguido por una nulidad. Además de no designar a un gerente, el material existente se desorganizó en varias oficinas (de prensa para fotografías, Configuración escénica para bocetos), o incluso empleados simples, como el ujier del segundo piso (para carteles y programas).

Recién en 1997, se volvió a proponer una estructura dedicada, con director y empleados que específicamente tenían la tarea de proveer saberes y trabajo para la catalogación y conservación de la documentación histórica y audiovisual de la organización.

Sin embargo, durante muchos años, el proyecto se mantuvo en el papel, sin posibilidades operativas. "En 2001 me encontré con una serie de dificultades macroscópicas: no había un lugar físico para recoger todo el material", rememoró Reggiani. Después de un largo y minucioso trabajo de investigación y recuperación se ha alcanzado un resultado óptimo para crear un archivo histórico, donde se recogen todos los documentos, que dan testimonio de las centenarios actividades del Teatro de la Ópera, que también pone este patrimonio a disposición de quienes, por curiosidad o estudio, deseen echarle un vistazo.

El archivo es público y abierto. El resultado es sorprendente: conserva 11.000 bocetos de escenografía, 84.000 piezas de vestuario ("No todas se conservan físicamente dentro del teatro", detalló Reggiani) y un incontable número de documentos fotográficos de los espectáculos, programas y afiches, notas periodísticas (la hemeroteca arranca con materiales en 1911), audios (incluye todos los registros a partir de 1960) y videos (con todas las capturas desde los '80). Todo está incorporado a un sistema integral, de forma tal que si un investigador busca información sobre Verdi, lo coloca en una pantalla similar a la de Google y recibe, en tiempo real, referencias sobre todo el material archivado relacionado con el trabajo de este artista. Se puede visitar de lunes a viernes de 9.30 a 13.30. Hay visitas guiadas y regularmente se publican textos con investigaciones enfocadas en los propios materiales que atesora el archivo.

Los próximos pasos

Una vez terminados la catalogación y el almacenado de todo ese material, se encaró la segunda etapa de trabajo, aún en proceso: la unificación de todo el material audiovisual en una única base digital de medios. En una sala se apiñan dispositivos de las más diferentes tecnologías, analógicas y digitales, y de todas las épocas: desde Betacam hasta VHS, desde pasacasetes de audio hasta DVD. Todos ellos están enlazados a una computadora que recibe el contenido final en formatos estándares digitales.

Los tesoros están guardados en las diferentes salas del teatro: la biblioteca, la sala de audios y la sala de bocetos (a la que se accede tras incorporar una clave, debido a que alberga piezas cuyo valor supera los 9,3 millones de euros), entre otras. De ahí el llavero cuantioso que Reggiani lleva prendido a su cintura. Dispone para el público de dos salas de lectura, una de consulta y una para escuchar u observar los materiales registrados.

(Silvia Lelli)
(Silvia Lelli)

Uno de los principales logros del archivo es haberse posicionado como un activo para la población romana. "Cada vez más son los habitantes de la ciudad que donan elementos personales relacionados con la ópera porque confían en nosotros como entidad de conservación", afirmó Reggiani, quien recuerda una anécdota durante un encuentro con el expresidente argentino Raúl Alfonsín. Reggiani, quien tiene un buen manejo del español debido a su pasión por las corridas de toros, le contó el proyecto, a lo que Alfonsín respondió que le parecía "bárbaro" lo que estaban haciendo. Reggiani se preocupó, porque no entendía qué tenía que ver su civilizada iniciativa con la barbarie de la que había sido acusado. "Luego Alfonsín me explicó que en su país 'bárbaro' significaba 'excelente'", recordó entre risas.

El archivo crece de manera continua y es intención de la Ópera de Roma realizar muestras itinerantes en diferentes partes del mundo. "Tenemos una fuerte identidad cultural y la queremos difundir", sostuvo Reggiani, para quien la creación del archivo fue un paso fundamental para consolidar el teatro en el panorama de la ciudad y de sus habitantes. "Sin memoria, no hay futuro", concluyó.

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