Por Flavia Tomaello
Pensar en el paisaje de las Islas Malvinas es volver a la guerra. Esa sensación es inexorable y existirá por el resto de los tiempos en los corazones nacionales. Sin embargo, las islas fueron y también son otro mundo que excede a las trincheras y a las horas tristes. Eludiendo expresamente esos pensamientos, es posible descubrir una rutina de esfuerzo, trajín y serenidad.
El paralelo con la Patagonia es vibrante, basta con adentrarse más allá de Puerto Argentino. La inmensidad es mayor a lo supuesto y la vida en los confines del archipiélago es activa, aunque la concentración de la población esté en la capital.
La integración con las tradiciones gauchescas también resulta inevitable. Vivir en los camps de las islas también es encontrarse con un vocabulario común: alpargatas, bicho, blanco, boca, boleadoras, bombachas, bombilla, bozal, guanaco, "wuacho", tropilla, son algunas de las decenas de palabras que exponen en el libro Diddle De to Wire Gates, de Sally Blake, Jane Cameron y Joan Sruce, un impagable diccionario de los vocablos propios de la vida agraria en las islas.
En una augusta reunión con la naturaleza, los gauchos malvinenses aprendieron a domar el clima y a apreciar las posibilidades para convertirse en prósperos, aunque esforzados productores de su cotidiana realidad. Les falta el mate, pero sí tienen "palinkey" (palenque) donde rascarse, y lo vienen haciendo de maravillas.
La actividad rural es febril, diversa y creciente. Y sobran historias de economías rurales que establecen un llamativo parangón con las que se desarrollan del otro lado del mar argentino, en los profundos campos patagónicos. Allá, en los camps de Malvinas, vive, por ejemplo, Lisa Lowe (63 años, octava generación en las islas) quien junto a su marido Adrian (68, irlandés, residente desde la década del setenta), es propietaria de la granja Murrel. "Manejamos alrededor de 3.000 ovejas, corridale y polworth mixture, destinadas solo para la producción de lana en 10.000 acres", contó a Infobae.
Aunque la magnitud parezca considerable, Adrian autodefine su proyecto como una pequeña granja: "Mi esposa, que desde hace algunos años produce leche para nuestras propias necesidades, fabrica mantequilla para hacer los pasteles y galletas caseros que ofrecemos a los pasajeros que visitan las cabañas de café en las colonias de pingüinos". Se trata de las únicas tortas y galletas de Malvinas, hechas en un horno calentado por turba. Una delicatessen que no sólo es destinada a los turistas, sino que se vende también en las granjas colegas.
Cuando el buen tiempo llega, los Lowe -que conocen el sabio ejercicio de manejar las temporadas y los climas- se embarcan en su proyecto Kidney Cove Tours. Además de proveer turismo rural en su propia estancia, realizan excursiones a los más de ochenta albergues existentes para repartir leche y manteca.
Comer en casa
La distancia y la situación política exigió autoabastecimiento a los granjeros, tanto para sí como para la comunidad de las islas. Es por ello que la actividad agrícola, ganadera e ictícola es intensa.
Alex Olmedo, chileno, es chef. Comenzó su estadía visitando las islas y poco a poco se fue instalando. Es propietario de un lugar boutique en el centro: The Waterfront Boutique Hotel, que, además, posee un servicio de comidas -abierto todo el día- en el Kitchen Cafe. "Armé un servicio y una carta inspirándome en los productos locales, aquellos que vienen de los camps y que nos permitieron haber generado una personalidad propia. Hemos trabajado en soledad para crear un mercado interno y lo hemos logrado. Aprendimos a administrar los recursos y hoy nos autoabastecemos".
En la mesa de Olmedo se sirven remolacha, queso de cabra, bacalao, bagre, tomate criollo, pollo, cordero, pavo y cerveza local, todo extraído de los campos ("los camps") de las islas. En tanto, en el Malvina House Hotel, el albergue más antiguo del archipiélago, se cocinan gambas, calamares, tocino, chorizo, brócoli, coliflor, espinaca y zanahorias, todos ingredientes de producción isleña.
Lee Molkenbuhr maneja la granja Johnson's Harbor con su esposa, Martha en Volunteer Point. Desciende de los primeros ingleses que llegaron en década de 1850. Su bisabuelo era irlandés. "Naufragó aquí y luego decidió establecerse", recuerda. Su padre compró parte de la granja Green Patch cuando se subdividió a fines de los años setenta. Luego de una beca en Australia, recorrió Reino Unido, Nueva Zelanda, Wyoming, Estados Unidos, Australia e Italia. Transformó la industria de la esquila en las Malvinas y representó a las islas en competencias internacionales. Ha conformado equipos de esquiladores hoy profesionales.
Paul Phillips administra la granja Hope Cottage junto a esposa Shula y su hija Bekka. Su familia trabaja en los camps desde 1876, y han sido agricultores desde entonces. Sus padres compraron el establecimiento Monte Kent, en 1980, cuando las granjas más grandes en los alrededores de las Islas se subdividieron ofreciendo, por primera vez a los isleños, la oportunidad de ser propietarios. Así, las granjas familiares nacieron y comenzó una nueva era agrícola.
"En 1989 -cuenta Phillips- mis padres vendieron la propiedad de Monte Kent y compraron Hope Cottage Farm, un terreno mejor, más productivo, que nos brindó una oportunidad más seductora. Nosotros se la compramos en 2009 y continuamos con muchos de los cambios que ellos ya habían comenzado".
Durante muchos años los camps dependieron de los ingresos derivados de la lana. "La compañía de carne de las Islas Malvinas ha introducido el mayor cambio en la modernización de las granjas, abriendo oportunidades a la carne, además de a la explotación lanera", explica. La entidad paga calidad y peso, lo que incita a los productores a crecer en ambas variables con sus ejemplares. "Hemos apostado a la exportación a la Unión Europea", agrega.
Hacia el mundo
Las tierras de cultivo se extienden a aproximadamente 1.140.000 hectáreas y alimentan a cerca de 500.000 ovejas y 5.000 cabezas de ganado. Antes de 1979 había 36 granjas en las Islas. Sin embargo, como resultado de la política de aumentar el número de explotaciones locales a través de la disgregación de algunas de las fincas agrarias más grandes, ahora se distribuyen 84 granjas.
La mayoría de ellas son unidades familiares con un tamaño promedio de 10.000 hectáreas con 6.400 ovejas cada una, varias de ellas abocadas a la producción orgánica. Las estrictas leyes de bioseguridad implementadas para proteger la salud de los animales y un ecosistema frágil, han significado verdaderos desafíos para la reproducción. Se mantiene un stock saludable con variación genética a partir del uso de la inseminación artificial extensa (IA) y del programa de transferencia de embriones (ET).
Christopher and Lindsey May son granjeros desde 1988. Administran una propiedad en George Island. "Inicialmente éramos productores de lana -relata Christopher-, pero desde la apertura del matadero Sand Bay hemos sido uno de los productores familiares más grandes que suministran ovejas y corderos". La carne ahora aporta aproximadamente el 35% de sus ingresos.
La producción de diddle-dee (una baya local) es una costumbre habitual en cada camp y se transformó en un souvenir ideal para los visitantes. Carol Wilkinson propone sus jabones nativos con fieltro en el Studio 52 de la fotógrafa Julie Halliday, donde se lucen las artesanías locales, también producidas en las afueras. La diversificación en el tipo de productos que llegan desde allí está en crecimiento. Reseñas de los confines del archipiélago, donde la vida sigue.
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