Jerusalén es el epicentro de tres religiones diferentes, el judaísmo, el islam y el cristianismo. La Ciudad Vieja es un verdadero festival para los estudiantes de religión, para los especialistas en ellas o simplemente para los viajeros curiosos.
Dentro de sus viejos muros se halla la Cúpula de la Roca, desde la que los musulmanes creen que el Profeta Mahoma ascendió a los cielos, el Muro de los Lamentos, el lugar sagrado para el rezo de los judíos, y la iglesia del Santo Sepulcro que contiene lo que los cristianos creen es la tumba de Jesús.
La Cúpula también se conoce como el Domo. Más allá de las creencias religiosas, contemplarlo es una experiencia conmovedora. Solo hay que tener en cuenta que para los no-musulmanes hay horarios especiales de visita que resulta importante chequear para poder tener una experiencia plena.
El Muro, también conocido por su nombre en inglés Western Wall o Kotel, en la fe judía es trascendental. Son miles de personas por día las que se paran delante de la pared para rezar. La fe indica que el Muro es lo que ha quedado del último templo construido por Salomón.
La experiencia puede vivirse a cualquier hora del día, pero de noche es aún más poderosa. Aquí, también fuera de la religión que uno profese, se percibe una potente sensación de fe en el ambiente que en muchos casos emociona y conmueve.
La iglesia del Santo Sepulcro es uno de esos sitios que por sí solos expresan mucho de la cultura de la que uno pertenece. Fue construida por los templarios del siglo X y permite vivir la experiencia del encuentro con el origen del cristianismo, con el nacimiento de una fe que por 2000 años continua viva y renovada. Es un lugar ideal para la oración y transformación del corazón.
Tal vez pase desapercibida dentro de la Ciudad Vieja. Su imagen exterior es austera, pero el interior está cargado de magia, mística e historia. Aunque uno no sea creyente, es imposible no sentir un cosquilleo. Sin dudas, un lugar mágico de respeto e imperdible.
A mitad de camino entre el Santo Sepulcro, el Domo y el Muro se encuentra el Viejo Bazar de la Ciudad, uno de los mejores lugares para comprar recuerdos e ideal para los que les encanta el regateo. De hecho, es casi una obligación regatear: el vendedor se puede ofender si no se le discute el precio.
El Jardín de la Tumba es un lugar sagrado y apacible. Se respira paz y uno no puede evitar experimentar sensaciones profundas por el hecho de saberse en el lugar en el que se dice que Jesucristo murió y resucitó.
Es que existe una especie de competencia por el lugar oficial aceptado por el cristianismo en donde Jesús murió y fue sepultado y este jardín. Serán los especialistas los que deberán dilucidar la cuestión, pero, como lugar de visita, es muy recomendable.
Hay un recorrido muy bien cuidado (que justifica su denominación de "jardín") que culmina en la cueva en la que Jesús habría estado muerto durante tres días y desde la cual resucitó. El costado negativo es la "explotación" turística del lugar. Aun cuando no se cobra entrada, se solicita una donación para la preservación y no falta el personaje disfrazado de Jesús que se ofrece para sacarse fotos con todo el mundo.
El Museo de Israel es la institución cultural más grande del país. No es descabellado para los interesados en la investigación de la historia pasarse todo un día allí dentro entre objetos de arte, documentos históricos y obras tanto modernas como que vienen del inicio de los tiempos.
Obviamente no puede evitarse una visita al Museo del Holocausto, la institución que rinde homenaje a los millones de judíos asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. Después del Muro, es el segundo sitio más visitado de todo Israel. Hay allí exposiciones de arte, historia, una biblioteca y otros sitios conmemorativos.
Pero en todo viaje, un símbolo de la cultura que se visita es su gastronomía y probarla es como dar muestras de que uno estuvo allí y compartió lo que es propio del lugar. Este es el reinado culinario de los inmigrantes. Como las religiones más populosas del mundo confluyen en este sitio para materializar sus creencias sagradas, también la comida trasmite esa multiculturalidad. Desde saborear un plato en un exquisito restaurante hasta comer un falatel o un shawarma por la calle, la experiencia gastronómica es, como siempre, parte infaltable de un viaje de inmersión en un lugar.
En el Mercado Mahane Yehuda se puede encontrar una buena muestra culinaria, además de cafeterías, tiendas de recuerdos y de por sí un lugar muy pintoresco para caminar y conocer.
Jerusalén es un lugar absolutamente mágico. Muchos creen que la contratación de un tour guiado es mejor y ahorra tiempo. Pero lo cierto es que se aconseja caminar, curiosear y averiguar solo. Uno nunca olvida lo que encuentra y descubre por sí mismo. Y en Jerusalén hay mucho por descubrir.
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