Héctor Abad Faciolince creció en la que había sido una de las ciudades más violentas del mundo. Desde que Colombia obtuvo su independencia hace más de 200 años, ha tenido que lidiar con inestabilidad política, represiones militares y carteles de drogas violentos.
Su propio padre, quien había acusado a las fuerzas militares de apoyar a los escuadrones de la muerte, fue asesinado en 1987 por las fuerzas paramilitares que habían convertido a su ciudad natal, Medellín, en una zona de guerra.
Sin embargo, su roce con la muerte sucedió cuando estaba a medio mundo de distancia de allí.
El mes pasado, al final de un viaje que Abad, junto con dos compatriotas colombianos, esperaban que pudiera ayudar en su quijotesca odisea para fomentar apoyo en Sudamérica hacia la batalla de Ucrania contra Rusia, un misil destruyó el restaurante en el que acababan de hacer un brindis. Al menos 13 personas murieron, incluida su guía, la escritora ucraniana Victoria Amelina.
“Yo alcancé a pensar como con estupor: nos mataron”, dijo Abad. “Eso fue lo último que yo alcancé a pensar”.
Casi un año y medio después de la invasión rusa a Ucrania, buena parte de Sudamérica ha evitado tomar partido en la guerra. Las viejas visiones de que un orden global multipolar y menos occidental es su mejor opción, han llevado a los gobiernos a oponerse a la guerra pero a rechazar los intentos de aislar a Rusia diplomáticamente, de imponer sanciones económicas o de suministrar armas a Ucrania.
Además, las encuestas sugieren que muchos ciudadanos perciben la guerra como algo demasiado lejano como para preocuparse por ella, una guerra de poderes entre dos potencias mundiales que hacen lo que siempre han hecho: imponer su voluntad a los países más chicos.
El rechazo a esa apatía tan generalizada puso a Abad y a dos compatriotas colombianos —la periodista Catalina Gómez Ángel y Sergio Jaramillo, exviceministro para los derechos humanos y asuntos internacionales del Ministerio de Defensa, quien lideró el acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia— , en la línea de fuego.
Habían asistido a una conferencia literaria en Kiev, donde conversaron sobre una campaña creada por Jaramillo llamada “¡Aguanta Ucrania!”, que ha recopilado videos de apoyo de políticos, intelectuales y artistas latinoamericanos, incluida la escritora chilena Isabel Allende y el cantautor uruguayo Jorge Drexler. Hasta el momento, ha generado una modesta cantidad de seguidores: poco más de 4000 personas en Twitter e Instagram.
Pero al terminar la conferencia, contó Jaramillo, el trío quiso “llevar la campaña realmente al terreno de los que están sufriendo más”. Amelina se ofreció como voluntaria para guiarlos a través de los pueblos en la azotada región del Donbás, para documentar historias de soldados y familias ucranianas que han sido víctimas de crímenes de guerra.
Esperaban contar esas historias al regresar a su país y promover la solidaridad con Ucrania, donde, según Abad, la lucha por la soberanía hace eco de las luchas de las naciones sudamericanas.
“Cuando uno defiende ciertas libertades de Occidente, de Ucrania, está defendiendo también las de Colombia”, afirmó Abad.
Su gira terminó un cálido martes del mes pasado en Kramatorsk, a unos 32 kilómetros del frente de batalla y de la ciudad devastada de Bajmut. Ria Lounge, uno de los restaurantes favoritos de Amelina, estaba animado y lleno de gente a pesar de que los funcionarios locales habían prohibido la venta de alcohol en la ciudad, con la esperanza de mantener a la gente alejada de las calles. En su lugar, el grupo brindó con cerveza sin alcohol y jugo de manzana.
“Y cuando ya lo tenía en mi mano”, relató Abad, refiriéndose a su vaso, “Victoria bromeó, diciendo: ‘parece whisky’”, dijo. “Ella sonrió, yo sonreí. Y en ese momento no hubo sirenas. No hubo un silbido, no hubo nada. Hubo algo como una explosión que yo nunca he sentido, nunca en mi vida”.
Abad, Gómez y Jaramillo sufrieron heridas leves. Pero Amelina, una de las escritoras jóvenes más reconocidas de Ucrania, falleció en un hospital cuatro días después. Tenía 37 años.
El ataque hizo que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, condenara públicamente a Rusia por primera vez desde la invasión, y le solicitara a su ministro de Relaciones Exteriores que entregara una “nota diplomática de protesta”.
Pero tres semanas después, en Bruselas, en una cumbre de líderes europeos y sus homólogos latinoamericanos, Petro decidió nadar entre dos aguas al momento de discutir la guerra.
Petro fustigó a Occidente con un estribillo común en Sudamérica. “Indudablemente existe una invasión imperial o imperialista sobre Ucrania, pero ¿cómo se llama a la que hubo en Irak? ¿O en Libia? ¿O en Siria?”, dijo. “¿Por qué esta tiene esta reacción y las anteriores de este siglo no?”.
El presidente de Chile, Gabriel Boric, uno de los pocos líderes sudamericanos que condenó las acciones de Moscú, exhortó a sus homólogos a ser más enérgicos. “Hoy día es Ucrania, pero mañana podría ser cualquiera de nosotros”, dijo durante la cumbre.
Pero la cumbre no avanzó más sobre este tema, porque los países no pudieron ponerse de acuerdo sobre cómo abordar el conflicto. En su declaración conjunta, no mencionaron a Rusia en absoluto, y limitaron su comunicado a expresar una “profunda preocupación por la guerra en curso contra Ucrania”.
Muchos líderes sudamericanos tienen prioridades más urgentes, como el estancamiento económico y la inflación galopante, y temen las posibles consecuencias económicas de tomar partido. La vital agroindustria de Brasil, por ejemplo, depende en gran medida de los fertilizantes rusos.
El interés público también ha disminuido. Una encuesta reciente de Ipsos reveló que la atención prestada a la guerra ha disminuido de forma significativa en los principales países de América Latina, incluidos México, Argentina y Colombia, en comparación con muchas otras partes del mundo. La mayoría de las personas encuestadas en la región creen que los problemas de Ucrania no son de su incumbencia y el sondeo reveló que había poco apoyo para cualquier tipo de intervención.
También existe una desconfianza persistente hacia Estados Unidos, que tiene un largo historial apoyando cambios de regímenes en la región, incluidas dictaduras militares. Son recuerdos profundamente arraigados que no deben tomarse a la ligera, opinó Juan Gabriel Tokatlian, profesor de relaciones internacionales y vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella en Buenos Aires.
Las principales preocupaciones de América Latina, dijo, son la desigualdad, la pobreza y la recuperación de la pandemia, así como evitar volver a los días en que el continente estaba atrapado entre superpotencias en competencia.
“América Latina perdió oportunidades de desarrollo en la Guerra Fría y vivió costos dramáticos de la Guerra Fría”, afirmó. “Si ahora se aplica la misma lógica, la memoria histórica cuenta y para América Latina es inadmisible volver a una Guerra Fría”.
Pero esa es exactamente la razón por la que los simpatizantes de Ucrania afirman que es crucial que América Latina se interese por la guerra.
Sergio Guzmán, director de Colombia Risk Analysis, una consultora política, dijo que la guerra podía restructurar el mapa de poder global, y la región corre el riesgo de quedarse atrás por intentar nadar entre dos aguas.
“Latinoamérica quiere tener una silla en la mesa después de la reconfiguración”, dijo “Pero para merecer esa silla con poder, tú tienes que involucrarte”.
Mientras los mandatarios sudamericanos estaban en Bruselas, la campaña ¡Aguanta Ucrania! había colgado carteles por toda la ciudad. Aproximadamente dos semanas después del ataque en Kramatorsk, Abad, Gómez y Jaramillo visitaron la ciudad para promover su iniciativa y asistir a un homenaje a Amelina en el Parlamento Europeo.
De regreso en Medellín, Abad dijo que había comenzado a leer la edición en español de la novela de 2017 de Amelina, Un hogar para Dom.
“Es muy entretenido y uno aprende muchísimo la historia de Ucrania”, comentó Abad. “Es la historia de una familia en Leópolis”, dijo. “La identidad de los ucranianos es muy compleja porque muchos hablaban ruso”. También muchos, agregó, “habían participado en la Unión Soviética”.
Abad dijo que esperaba que el hijo de 10 años de Amelina lograra crecer en una Ucrania libre e independiente.
“Por eso están luchando”, dijo. “Yo espero que no pierdan esta guerra. Porque si Ucrania pierde esta guerra, es una guerra que perdemos todos nosotros”.
(c) The New York Times
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