La metamorfosis de Nueva York, la ciudad de las oficinas vacías

Conforme las oficinas urbanas siguen vaciándose, las grandes ciudades deben aceptar el cambio de la vocación a la recreación

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Edificios en el lado oeste
Edificios en el lado oeste de Manhattan en Nueva York, EEUU

Nueva York está experimentando una metamorfosis, y ha pasado de ser una ciudad dedicada a la productividad a otra construida en torno al placer. Muchos edificios de oficinas siguen estando inquietantemente vacíos, con una ocupación cercana al 50 por ciento de los niveles prepandémicos, lo cual afecta a los arrendadores y a la economía local. Sin embargo, 56 millones de personas visitaron Nueva York el año pasado, e hicieron que la Quinta Avenida en diciembre se sintiera tan concurrida como la playa de Ipanema durante el Carnaval de Río.

El futuro económico de la ciudad que nunca duerme depende de que acoja este cambio de la vocación a la recreación y garantice que los neoyorquinos con una amplia gama de talentos quieran pasar sus noches en el centro de la ciudad, aunque pasen sus días en Zoom. Estamos siendo testigos del nacimiento de un nuevo tipo de zona urbana: la ciudad lúdica.

En los centros de ciudades, desde Chicago hasta Los Ángeles, la disposición física de la metrópoli del siglo XX choca con la nueva economía. Desde la década de 1920, la zonificación de uso único ha dividido nuestras ciudades en barrios separados para el hogar, el trabajo y el ocio. El trabajo desde casa y Netflix han vuelto irrelevantes estas distinciones, pero nuestro tejido urbano dividido aún no se ha puesto al día.

Para crear una ciudad lo suficientemente dinámica como para competir con la comodidad del internet, tenemos que poner fin a la era de la zonificación de uso único y crear barrios de uso mixto, y de ingresos mixtos, que acerquen bibliotecas, oficinas, cines, tiendas de abarrotes, escuelas, parques, restaurantes y bares. Debemos reconfigurar la ciudad para que sea una experiencia por la que valga la pena salir de casa. Las calles que antes estaban llenas de gente que se desplazaba al trabajo pueden ser revitalizadas por quienes de verdad quieren estar allí.

No sería la primera metamorfosis de Nueva York. Aunque la ciudad parece inamovible, su alma es en esencia proteica. En sus 400 años de historia, comerciantes de pieles neerlandeses, empresarios de la confección rusos, herreros mohawk y músicos de jazz afroestadounidenses buscaron fortuna en sus ajetreadas calles, y cada uno de ellos dejó su impronta en su carácter.

En primer lugar, el puerto profundo de la ciudad y su acceso al Hudson la convirtieron en el principal puerto de Estados Unidos. Industrias como la refinería de azúcar y la edición de libros se agruparon en torno a los muelles porque dependían de las importaciones por vía marítima, como las novelas inglesas pirateadas que impulsaron el inicio de la industria editorial de Nueva York.

Luego llegó el ferrocarril. Jason Barr, economista de la Universidad Estatal de Nueva Jersey (Rutgers), ha desacreditado el mito urbano de que Nueva York tiene dos distritos comerciales plagados de rascacielos, Wall Street y Midtown, debido a la ubicación de los cimientos. En realidad, Nueva York tiene esos dos distritos porque el desarrollo se concentra cerca del comercio.

El distrito más antiguo, Wall Street, estaba ligado al antiguo puerto. El más nuevo, Midtown, creció alrededor de las estaciones de ferrocarril. El poderío manufacturero de la ciudad surgió a partir de su ubicación en el nexo del ferrocarril y la navegación. La era del ferrocarril fue aún más importante para Chicago, con su gigantesco complejo conocido como The Union Stock Yards, construido por un consorcio de nueve compañías ferroviarias para facilitar el flujo de carne de res de Occidente a los estómagos de Oriente.

No obstante, desde hace más de un siglo, las ventajas relacionadas con el transporte en las ciudades más antiguas como Nueva York y Chicago han ido menguando. Los buques portacontenedores y la proliferación de las autopistas hicieron que, en la década de 1960, Nueva York dejara de ser un lugar eficiente para la producción masiva de ropa, o de casi cualquier otra cosa. El crecimiento de Los Ángeles, por el contrario, se ha visto impulsado por su clima mediterráneo y la belleza natural de California.

Torre Willis de Chicago. AP
Torre Willis de Chicago. AP 163

El colapso de la industria manufacturera sumió a Nueva York en una crisis existencial en la década de 1970 e intensificó la huida de la clase media a los suburbios. (Un punto positivo, y una lección para el futuro: los lofts industriales abandonados proporcionaron viviendas baratas para miles de personas, muchas de las cuales ignoraron los códigos de zonificación que hacían ilegales sus viviendas). Nueva York salió de esa depresión al reinventarse en torno a industrias del conocimiento como los servicios financieros. La globalización ofrece enormes beneficios a los inversores inteligentes, y nosotros nos volvemos inteligentes al rodearnos de otras personas inteligentes.

El tamaño, la densidad y la conectividad que Nueva York cultivó en épocas anteriores se convirtieron en su salvación. La película de 1987 “Wall Street” es una fábula sobre cómo el ficticio Bud Fox aprendió atajos sin escrúpulos para hacerse rico gracias al contacto cara a cara con un mentor mayor que él. En 2008, el 44 por ciento de la nómina total de Manhattan correspondía a las personas que trabajaban en los sectores de finanzas y seguros.

Lo que diferencia a las finanzas de las industrias más antiguas es que ningún elemento intrínseco anclaba a las empresas financieras a Nueva York, lo que quería decir que la ciudad solo podía conservar su industria dominante si mejoraba su calidad de vida. Eso ayudó a que los votantes a eligieran a alcaldes orientados a la gestión, como Rudy Giuliani y Michael Bloomberg, que se concentraron en los servicios básicos de la ciudad, especialmente la policía. A medida que descendieron los niveles de delincuencia, resurgió la ventaja intrínseca de la ciudad como fuente de diversión. En la década de los 2000, la imagen de Nueva York estaba más marcada por la frivolidad de “Sexo en la ciudad” que por la crudeza de “Taxi Driver”.

Pero a diferencia de épocas anteriores de éxito urbano, esta vez Nueva York no produjo suficientes viviendas para satisfacer la demanda. El costo de la vida se disparó. En 2008, uno de nosotros comparaba con nostalgia Nueva York con Houston, que seguía siendo asequible para los estadounidenses de a pie porque se desarrollaba a un ritmo agresivo. Manhattan pasó a depender de su élite de asalariados —una gran parte de la base tributaria procedía de una ínfima proporción de la población—, que también era el único grupo que podía permitirse vivir en sus barrios, cada vez más caros.

En 1980, el futurólogo Alvin Toffler afirmó que la tecnología de la información volvería obsoletas las oficinas urbanas y que los trabajadores utilizarían en su lugar “casitas electrónicas” residenciales. Durante 40 años, se equivocó. Luego, en un instante, pareció tener la razón. La torre de oficinas, como el puerto y la estación de trenes en el pasado, vio desafiada su relevancia por una tecnología competidora: Zoom. En los primeros días de la pandemia de COVID, se esperaba que el trabajo a distancia durara solo unas semanas o meses, pero ahora parece claro que una mezcla de trabajo presencial y totalmente a distancia ha llegado para quedarse. La oficina tiene sus ventajas, pero mucha gente está dispuesta a renunciar a ella por la comodidad y flexibilidad de trabajar mayoritariamente desde casa.

Ese cambio repentino ha supuesto un duro golpe para Nueva York. Muchas oficinas permanecen vacías, y la ciudad perdió más de 300.000 habitantes de 2020 a 2021. Ninguna otra ciudad estadounidense experimentó un descenso numérico tan grande. En el mismo periodo, Houston perdió solo 12.000 habitantes, aunque la empresa mundial de servicios inmobiliarios comerciales JLL informa que las tasas de desocupación de oficinas en Houston ahora son incluso superiores a las de Nueva York.

Un avión aterriza frente al
Un avión aterriza frente al Empire State Building y el horizonte de Manhattan. REUTERS/Mike Segar/Foto de archivo

Sin embargo, aunque no regresemos plenamente a la oficina, la necesidad social y económica de reunirnos en ciudades no ha desaparecido. Nuestra investigación en el Instituto Tecnológico de Massachusetts demuestra que cuando sustituimos las interacciones en persona por salas de Zoom, nuestra vida social se vuelve estrecha y homogénea. En paralelo, una investigación de Microsoft reveló que “el trabajo a distancia en toda la empresa hizo que la red de colaboración de los trabajadores se volviera más estática y aislada, con menos puentes entre partes dispares”.

Puede que tengamos algunos amigos íntimos en internet, pero no podemos mantener una red de lazos débiles: los conocidos ocasionales con los que nos cruzamos en los pasillos o en el autobús. Estamos expuestos a una menor diversidad de contextos y mentalidades, y las ideas fluyen con menos libertad. Un trabajo a distancia más permanente podría frenar la innovación y el crecimiento económico, ya que reduce nuestro tejido social. Si la oficina no vuelve a ocupar un lugar central en nuestras vidas, entonces la humanidad, como especie social, debe encontrar nuevas oportunidades para mezclarse en un espacio físico.

Afortunadamente, los datos muestran que esas alternativas ya están surgiendo. Aunque la mayoría de las mediciones y narrativas describen una ciudad que lucha por recuperar su encanto previo a la pandemia, existe una bifurcación visible entre la vida de oficina y la vida citadina. El barómetro de regreso al trabajo de Kastle Systems muestra que en algunas de las oficinas más lujosas de Nueva York el número de pases de tarjeta únicos sigue siendo inferior al 50 por ciento de los niveles prepandémicos. Pero si se rastrean los mismos códigos postales con datos de teléfonos móviles de Safegraph, que registra las visitas individuales a la zona en lugar de la ocupación de oficinas, el panorama es más alentador. Sigue habiendo cierto descenso, pero no es tan pronunciado. Si se repite este análisis en ciudades de todo el país, se obtiene el mismo resultado. Las oficinas pueden estar vacías, pero las calles están animadas.

Gran parte de esta reactivación se debe a la liberación de la demanda turística reprimida: las visitas a Nueva York aumentaron un 71 por ciento de 2021 a 2022. La ocupación hotelera de Nueva York superó el 90 por ciento en diciembre, el primer lugar del país. Se puede hacer más para persuadir a los residentes de la ciudad de que salgan de sus barrios más cercanos. Si la gente no necesita ir al centro de la ciudad para ganar un sueldo, debe desear ir allí. Un lugar donde vivir y jugar en vez de trabajar: ese es el sueño de la ciudad lúdica.

La idea no es nueva. En todo el mundo, las variables que indican lugares de placer han predicho el éxito urbano desde la década de 1970. Las infraestructuras a pie de calle —restaurantes, parques, teatros y plazas públicas— han funcionado durante mucho tiempo como una red de salones urbanos. En el Londres de los siglos XVII y XVIII, las cafeterías reunían a artistas, políticos y eruditos como Joshua Reynolds, Edmund Burke y Samuel Johnson. En esencia, las cafeterías eran salas de estar compartidas que permitían la interacción casual. Johnson es quien mejor ha expresado la idea de la ciudad lúdica: “Cuando un hombre está cansado de Londres, está cansado de la vida; porque en Londres se puede encontrar todo lo que la vida puede ofrecer”.

La ciudad lúdica difiere de la ciudad industrial u oficinista porque se centra en los trabajos de la vida cotidiana. Se diferencia del Londres georgiano que disfrutaron Johnson y Beau Brummell porque ofrece alegría para la mayoría, no solo para una élite reducida. En una ciudad lúdica, los barrios de usos mixtos que unen la vida, el trabajo y el ocio generan lo que la urbanista neoyorquina Jane Jacobs llama el “ballet de las aceras”, una dinámica productiva y juguetona en la que una diversidad de usuarios distintos van y vienen a todas horas.

La transformación hacia la ciudad lúdica no se producirá sola. Nueva York tendrá que reconocer que es probable que el mercado de las oficinas, sobre todo en su gama baja, se enfrente a años de desocupación y que el futuro de la ciudad depende de que sea capaz de atraer y potenciar a nuevos residentes —la clase creativa y todos los demás— que podrían verse tentados a establecerse en otras ciudades más asequibles y cómodas. Para hacer frente a las bajas tasas de ocupación comercial y a los negocios en dificultades, el alcalde Eric Adams y la gobernadora Kathy Hochul convocaron el “Nuevo” Panel de Nueva York, que publicó suinforme en diciembre. Nosotros contribuimos a las conversaciones que culminaron en el informe y nos gustaría profundizar en seis líneas de acción cruciales.

Vista del Empire State building
Vista del Empire State building y de su reflejo en el mirador "Summit" (Cumbre) en Nueva York (EE.UU.), en una fotografía de archivo. EFE/Jorge Fuentelsaz

1. Aprender de los macrodatos, la experimentación y los ensayos controlados aleatorios

Existen muchas herramientas para posiblemente revitalizar los centros urbanos —invertir en cultura, reducir la regulación del ocio, estimular el desarrollo residencial, mejorar el transporte público—, pero no sabemos qué funcionará dónde. Estas iniciativas deben perfeccionarse mediante la experimentación, la recopilación de datos, el análisis y el ajuste.

2. Abandonar las normativas que obstaculizan la innovación urbana

El obstáculo más evidente es la zonificación de uso único, que desde la década de 1920 ha separado el lugar de residencia del de trabajo. Nuestra investigación demuestra que los barrios neoyorquinos sin monocultivos de zonificación son más transitables y que las reformas de zonificación deben llevarse a cabo con cuidado para evitar que aumente la segregación socioeconómica. Necesitamos una zonificación flexible para integrar a la ciudad, repartir el poder lúdico en todos los barrios y permitir que las oficinas se conviertan en residencias.

3. Reinventar el núcleo de edificios

Incluso sin burocracia, rehacer una ciudad a partir de los cascarones vacíos y frágiles de las torres de oficinas del siglo XX no será fácil. Las torres de oficinas modernas tienen planos profundos pensados para maximizar los metros cuadrados, pero las unidades de los edificios residenciales necesitan ventanas y su ventilación natural y luz diurna. Para conseguir una reconversión a gran escala, hay que mirar más allá de la arquitectura del departamento tradicional. Los edificios de oficinas de núcleo profundo podrían convertirse en nuevos tipos de espacios optimizados para la cohabitación y el trabajo colaborativo. Los dormitorios, con ventanas, podrían bordear el perímetro, mientras que las zonas comunes para cocinar, lavar la ropa, trabajar, hacer ejercicio y socializar podrían ocupar el centro. Estas soluciones también podrían ayudar a afrontar uno de los retos sociales de nuestro tiempo: la soledad.

4. Animar la calle

Para que la ciudad lúdica aleje a la gente de la gratificación instantánea del internet, los gobiernos deben apoyar una vida dinámica y específica a pie de calle. Durante la pandemia, los gobiernos municipales armados con nada más que pintura amarilla transformaron las calles e iniciaron una revolución en la peatonalización y los restaurantes al aire libre.

El patio de recreo urbano debería reorganizarse de manera constante: las calles podrían despejarse para los fines de semana, los festivales anuales y las exposiciones temporales; los bazares de comida y las tiendas emergentes podrían multiplicarse. Las salas de cine luchan por competir con los catálogos ilimitados de las plataformas de emisión en continuo disponibles en televisores 4K baratos. Más proyecciones al aire libre en las noches de verano podrían inclinar la balanza hacia la experiencia colectiva. Estas intervenciones sencillas son útiles sobre todo para ganarse el apoyo del público. Si queremos atraer a la gente a la ciudad lúdica, tenemos que demostrar lo que es con acciones, no palabras.

5. Igualar las condiciones entre el comercio electrónico y los negocios de barrio

El comercio electrónico permite hacer compras cómodamente, pero también destruye los comercios físicos, sobre todo las pequeñas empresas que sostienen las economías locales y dan a las calles su carácter distintivo. La multiplicación de los servicios de entregas pequeñas y rápidas provoca atascos y aumenta la contaminación. Las empresas de comercio electrónico evitan pagar impuestos sobre bienes inmuebles en las zonas en las que operan y, a veces, también impuestos sobre ventas estatales y locales, aunque en los últimos años se han producido avances al respecto. Para mantener un ánimo dinámico en las calles, los municipios deberían gravar equitativamente el comercio electrónico por la aglomeración que genera y rebajar sus impuestos sobre las ventas al por menor, para que los comercios locales sean más competitivos.

6. Implicar a los ciudadanos

Los gobiernos deben motivar a los ciudadanos para que participen de forma directa en la creación de la ciudad lúdica. La generación que creció con las redes sociales ha desarrollado un feroz anhelo colectivo de reunirse en el mundo real, como demuestra el divertido grupo de Facebook New Urbanist Memes for Transit-Oriented Teens. Debemos aprovechar esa energía. La oficina era una fábrica donde los seres humanos eran insumos, hacinados en cubículos para maximizar su rendimiento económico. La ciudad lúdica considera a las personas tanto un medio como un fin, y debe implicarlas en el proceso de su creación.

Vista de la sede del
Vista de la sede del grupo Goldman Sachs en Nueva York, Estados Unidos. EFE/ Justin Lane/Archivo

El compromiso ciudadano debe incluir el apoyo a las poblaciones en riesgo de quedar marginadas por la transición. Una ciudad saludable da cabida tanto a ricos como a pobres. Genera interacciones positivas entre personas de todos los niveles de ingresos proporcionando espacios públicos y privados accesibles, bellos y gratuitos o de bajo costo, incluyendo viviendas abundantes y asequibles.

Nueva York necesita atraer a los ricos y talentosos, pero el poema bajo la Estatua de la Libertad nos recuerda que la grandeza de la ciudad se debe también a que es el lugar de acogida de “los cansados, los pobres, las masas apiñadas” a las que ahora está expulsando. Una forma de equilibrar estos dos imperativos gubernamentales —ayudar a los pobres y generar ingresos fiscales de los ricos— es considerar la ciudad como una empresa de desarrollo inmobiliario con fines de lucro, propiedad absoluta de una entidad sin fines de lucro dedicada a la lucha contra la pobreza. La empresa con fines de lucro se concentra en hacer que la ciudad siga siendo atractiva para los ricos, y los ingresos que genera se invierten en escuelas y programas de asistencia para los pobres.

Las ciudades prosperaron antes de que se inventara la oficina y pueden seguir triunfando después de que esta desaparezca. Sin las trabas de los cubículos y los trabajos de 9 a 5, podríamos alcanzar, con más amplitud y alegría que antes, el objetivo primordial de la ciudad: unir personas e ideas. Necesitamos ese poder urbano integrador ahora más que nunca, cuando la fragmentación social, la polarización política y la desigualdad económica nos separan. A medida que nos enfrentamos a la crisis climática, el atractivo de los barrios repletos de actividades podría promover estilos de vida sustentables. Mientras luchamos contra la segregación en todas sus formas, las ciudades densas pueden zanjar nuestras divisiones. Conforme luchamos contra la soledad, una vida callejera irresistiblemente vital podría alejar a una generación de sus teléfonos y acercarla a los demás.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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