Los tranvías eléctricos otra vez funcionan en Kiev y los monopatines eléctricos llenan las aceras. El toque de queda se ha extendido a la medianoche y las calles están alumbradas y animadas. Los generadores portátiles, que en diciembre eran casi imposibles de obtener porque volaban de los estantes, se están vendiendo a mitad de precio.
Fracasó la campaña del Kremlin para quebrar la voluntad de lucha ucraniana al convertir el invierno en un arma y dejar a la gente sin electricidad, pero hubo momentos en los que parecía que todo estaba perdido.
La semana más oscura de una larga temporada invernal se vivió a mediados de noviembre, cuando los misiles rusos llegaron desde tres direcciones, apuntando a las centrales eléctricas ucranianas.
Los funcionarios del sector energético, reunidos en un búnker secreto en Kiev, veían parpadear las alarmas en las grandes pantallas que trazaban el mapa de la red energética del país mientras subestaciones de importancia crítica, centrales térmicas e instalaciones hidroeléctricas se quedaban a oscuras. Entonces, ocurrió algo que nunca habían visto durante semanas de bombardeos: todas las centrales nucleares del país se apagaron.
En cuestión de segundos, las barras de control situadas sobre los reactores de las tres centrales en funcionamiento de Ucrania cayeron en los núcleos para absorber neutrones y detener la reacción en cadena que podría provocar una fusión. Los reactores, que proporcionan el 50 por ciento de la energía del país, quedaron fuera de servicio.
Al mismo tiempo, misiles y drones rusos cortaron la conexión de Ucrania con la red europea, una fuente de energía crítica que ha ayudado al país a evitar el colapso de su propia red.
En un continente de luz, Ucrania era una isla de oscuridad. Millones de personas se quedaron sin calefacción. Los inodoros no descargaban. Se formaron filas en los viejos pozos mientras la gente acarreaba garrafas de agua hasta los apartamentos de Kiev sumidos en la oscuridad. El servicio de internet se suspendió en muchos hogares. Las autoridades debatieron planes de evacuación masiva.
“Esos días fueron de los más difíciles”, declaró en una entrevista el ministro de Energía ucraniano, Herman Galushchenko.
Dada la magnitud de la crisis, descrita en más de una docena de entrevistas con altos mandos del sector energético, trabajadores de empresas de servicios públicos, funcionarios del gobierno e inteligencia militar, resulta aún más sorprendente que, ahora que el invierno ya no es tan gélido, la red eléctrica ucraniana no solo sobreviva, sino que incluso haya sido capaz, a principios de marzo, de producir un excedente de energía por primera vez en meses.
Pero el suministro de energía sigue bajo amenaza.
Resistir los incesantes bombardeos ha mermado drásticamente las defensas aéreas de Ucrania, según muestran documentos del Pentágono que se acaban de filtrar, y existe la preocupación de que los bombarderos rusos pronto surquen indemnes los cielos de las ciudades ucranianas.
Pero por ahora, en lugar de quebrar el espíritu ucraniano, los bombardeos no han hecho sino aumentar la determinación de los ucranianos.
Alrededor del 97 por ciento de los ucranianos encuestados ahora dicen que creen que ganarán la guerra y el 74 por ciento predice que Ucrania conservará todo el territorio dentro de las fronteras reconocidas a nivel internacional desde 1991. La encuesta nacional, publicada en marzo, fue realizada por el National Rating Group, la mayor organización independiente de investigación en Ucrania.
Con todo, queda mucho trabajo por hacer. Los ataques rusos destruyeron o dañaron más del 40 por ciento de la infraestructura energética del país, y su reparación costará miles de millones de dólares, según un nuevo informe del Banco Mundial.
No solo fueron misiles.
En los pueblos y ciudades donde las fuerzas rusas se vieron obligadas a retirarse, las infraestructuras fueron destruidas a propósito mientras los invasores huían. Estos cubrieron el terreno con miles de minas, lo que hizo que las tareas de reparación fueran lentas y traicioneras. Y a lo largo de todo el frente, ciudades y pueblos en ruinas se quedaron sin electricidad durante meses.
La primera oleada de misiles dejó estupefactos a los trabajadores del sector eléctrico ucraniano.
“Todo el mundo estaba muy sorprendido”, afirmó Ihor, ingeniero jefe de una subestación crítica.
Pero al cabo de dos o tres semanas, dijo, el patrón de los ataques aéreos rusos quedó claro para los ucranianos y los trabajadores de la compañía eléctrica aprendieron medidas para proteger algunos de los equipos más vitales.
“Los siguientes ataques nos asustaron, pero ya sabíamos qué hacer”, declaró Ihor. “Nos sentíamos mucho más seguros”.
The New York Times logró visitar varias subestaciones que habían sufrido repetidos ataques con la condición de no revelar su ubicación ni los nombres completos de los empleados, por motivos de seguridad.
En el corazón de cada subestación eléctrica hay enormes autotransformadores de alta potencia. Se utilizan para convertir la electricidad de alta tensión durante la transmisión a baja tensión para la distribución a los consumidores.
Las autoridades ucranianas sospechan que los misileros rusos, ayudados por ingenieros eléctricos y mapas detallados de la red ucraniana, sabían con precisión dónde atacar. Los transformadores nuevos cuestan unos 2 millones de dólares y pesan cientos de toneladas, y Rusia destruyó decenas de ellos.
Pero los ataques rusos contra la red eléctrica también fueron un tanto contraproducentes, pues impulsaron a los partidarios de Ucrania a acelerar la entrega de los sistemas de defensa antiaérea que Kiev deseaba desde los primeros días de la guerra.
Sin embargo, fue al visitar una de esas centrales unos meses después que Galushchenko, ministro de Energía, se convenció de que Ucrania sobreviviría al invierno. Descubrió que las reparaciones, que habrían llevado 260 días de trabajo, habían concluido en tan solo 40.
Para millones de ucranianos, la batalla por la energía se hacía sentir cada vez que se iba la luz.
“Fue una época de locura”, contó Julia Shpyg, gerente del anfiteatro Electric Cinema. “Un día me desperté y no tenía electricidad. Fui a trabajar pensando que aquí habría electricidad y también se había ido. Entonces, me di cuenta de lo grave que era”.
“Ir al cine es como unas vacaciones, unas horas para olvidarse de la guerra”, expresó Shpyg. Ahora, eso se estaba poniendo en duda.
Pero el cine, como muchos negocios, encontró la manera de seguir abierto, con generadores para ofrecer proyecciones limitadas.
Ahora, ya no necesita los generadores y la única interrupción que sufre el público son las alarmas antiaéreas casi diarias, un recordatorio de que Rusia no ha cejado en su empeño por someter a Ucrania.
“Esperemos que nunca tengamos que pasar otro invierno como el que acabamos de vivir”, manifestó Shpyg.
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