Durante millones de años, este ha sido un lugar tranquilo y sin complicaciones: miles de kilómetros cuadrados de tierra cubiertos de arbustos y tierra rojiza. El sol se aproxima al ocaso y el viento sopla con fuerza.
Esas son justo las características que hacen que esta remota porción del outback de Australia cumpla los requisitos para experimentar una transformación inminente. Un consorcio de empresas petroleras encabezadas por BP planea cubrir una extensión de tierra ocho veces más grande que la ciudad de Nueva York con hasta 1.743 turbinas eólicas, cada una de ellas casi tan alta como el Empire State, junto con casi diez millones de paneles solares y más de 1.600 kilómetros de carreteras de acceso para conectar todo.
Pero ninguno de los 26 gigavatios de energía que se tiene planeado producir en este sitio, equivalentes a una tercera parte de lo que requiere en la actualidad la red eléctrica de Australia, será para uso público. Más bien se usará para fabricar un nuevo tipo de combustible industrial: el hidrógeno verde.
Este trozo de desierto, a más de 160 kilómetros de distancia del pueblo más cercano, se ubica junto a lo que representa el problema más grande que el hidrógeno verde podría ayudar a resolver: las enormes minas de mineral de hierro que están llenas de máquinas impulsadas por cantidades considerables de combustibles fósiles sucios. Tres de las cuatro mineras más grandes del mundo manejan docenas de minas en este lugar.
Los promotores esperan que el hidrógeno verde no solo sanee la industria minera, sino también otras al sustituir el uso de combustibles fósiles en la siderurgia, el transporte, el cemento y otras industrias.
El hidrógeno verde se genera mediante electricidad renovable para separar las moléculas del agua. (Hoy en día, la mayor parte del hidrógeno se hace usando gas natural, un combustible fósil). Posteriormente, el hidrógeno se quema para servir como combustible de vehículos o realizar otro tipo de trabajos. Gracias a que la quema de hidrógeno solo desprende vapor de agua, el hidrógeno verde elimina las emisiones de dióxido de carbono de principio a fin.
En la región de Pilbara, en el oeste de Australia, y en docenas de sitios en todo el mundo donde hay mucho sol y viento, los inversionistas están viendo una oportunidad de generar una electricidad renovable tan barata, que usarla para producir hidrógeno verde se vuelve algo asequible. Incluso si solo algunos de los proyectos llegan a buen término, enormes franjas de tierra serían transformadas de manera adecuada.
Este proyecto es un ejemplo de una apuesta de cientos de miles de millones de dólares a nivel global que están haciendo inversionistas de algunas de las industrias más contaminantes del mundo.
El año pasado, los subsidios gubernamentales aceleraron las acciones en la Unión Europea, la India, Australia, Estados Unidos y otros países. La Ley de Reducción de la Inflación, la ley emblemática del gobierno de Biden para combatir el cambio climático, tiene por objetivo reducir, en menos de una década, el costo interno del hidrógeno verde a una cuarta parte de lo que es ahora mediante incentivos fiscales y 9500 millones de dólares en subsidios.
“Estamos a punto de pasar de la línea de salida”, señaló Anja-Isabel Dotzenrath, quien fue directora de la empresa más grande de Alemania en energías renovables y ahora dirige las operaciones de bajas emisiones de carbono y gas en BP. “Creo que el hidrógeno se desarrollará todavía más rápido de lo que lo han hecho la energía solar y eólica”.
No todos lo ven así. Los retos se vislumbran en todos los niveles, desde el molecular hasta el geopolítico.
Algunos especialistas en energía afirman que el fundamento empresarial del hidrógeno verde es más bien publicidad. Los escépticos acusan a sus defensores de tener intereses personales o incluso de autoengañarse. Otras personas consideran que el hidrógeno desvía inversiones que son indispensables en tecnologías más seguras para la reducción de emisiones y plantea una amenaza a las medidas para combatir el cambio climático.
Sin embargo, si se mantienen las proyecciones prometedoras, dentro de la industria pesada el hidrógeno verde podría reducir 5% las emisiones de carbono a nivel global, si no es que el doble o el triple de eso. En esos escenarios, los cuales no son nada seguros, el hidrógeno tiene una participación fundamental para disminuir el calentamiento global.
Fatih Birol, el economista turco que encabeza la Agencia Internacional de Energía, comentó que pocas veces conoce personas que no creen que el hidrógeno verde sea fascinante con su refinada elementalidad. Su organización pronostica que para el año 2050 el hidrógeno verde llenará el 10% de las necesidades energéticas mundiales.
Birol señaló que las expectativas de la agencia se basaban en el hecho de que, si el mundo desea limitar el calentamiento a 1,5 grados Celsius, “el hidrógeno verde tiene que ser parte del juego”.
Un ‘reto gigantesco’
Para que el hidrógeno verde tenga un impacto importante en el cambio climático, su uso más básico será en la siderurgia, una industria enorme que produce casi una décima parte de las emisiones de dióxido de carbono a nivel global, más que todos los automóviles del mundo.
En términos del cambio climático, las emisiones de esta industria son “difíciles de mitigar”. Los altos hornos, los trenes y los barcos cargueros, así como los gigantescos camiones que se usan en la minería requieren combustibles pesados como el carbón y el petróleo. Incluso si se pudieran electrificar (y, por razones prácticas, no es posible para muchos en la actualidad), afectarían considerablemente las redes eléctricas.
De día y de noche, salen de Christmas Creek hacia Port Hedland trenes de minerales de tres kilómetros de largo con un peso de más de 40 millones de kilogramos. Una fila interminable de buques cargueros (que también queman combustible pesado) sale del puerto hacia Asia Oriental, donde el mineral se convierte en acero en plantas que queman carbón.
Casi el 40% del mineral de hierro del mundo procede de Pilbara. Es probable que, cuando miremos hacia el mundo desde cualquier lugar donde nos encontremos, parte de lo que vemos esté hecho de materiales extraídos de Christmas Creek y sus alrededores.
No sería una exageración calificar al propietario de las minas, Andrew Forrest, como el más optimista de los promotores del hidrógeno. Cuando hace dos año dijo que iba a cambiar con rapidez las operaciones de extracción de su empresa, Fortescue Metals Group, y a trabajar por completo con baterías eléctricas, hidrógeno y amoniaco verde, un combustible derivado del hidrógeno, lo “recibieron con regocijo”, comentó en fechas recientes.
“En ese entonces había un característico y evidente horizonte de escepticismo de que el mundo en realidad pudiera cambiar”, señaló Forrest, quien es también una de las personas más ricas del mundo. Él está convencido de que hay un mercado, aun cuando otras personas lo consideran una locura.
Tanto Fortescue como BP se imaginan disputándose el liderazgo en el negocio del hidrógeno verde y han anunciado sus planes de invertir cientos de miles de millones de dólares en proyectos en una docena de países fuera de Australia, desde Omán hasta Mauritania, Brasil y Estados Unidos, los cuales seguirían representando solo una pequeñísima parte de los cientos de millones de toneladas que la Agencia Internacional de Energía y otros afirman que se necesitarían para abrir un mercado en el cual el hidrógeno verde sea lo suficientemente barato como para que los fabricantes de acero y concreto se convenzan de hacer una conversión de sus sistemas.
A pesar de que ambas empresas son sumamente rentables, durante los dos últimos años, el gobierno australiano ha puesto a su disposición cientos de millones de dólares a través de subsidios y asignación de tierras, sobre todo en Australia Occidental, la cual tiene seis veces el tamaño de California, pero donde solo hay dos millones de habitantes.
“El diésel ha tardado 120 años en volverse abundante y asequible”, comentó Jim Herring, quien supervisa el desarrollo de la industria ecológica de Fortescue. “Queremos aumentar el hidrógeno en una décima parte de ese tiempo. La verdad es que es un reto gigantesco”.
El problema del ‘cero absoluto’
Para licuar el hidrógeno para su transporte debe enfriarse a -252,87 grados Celsius, apenas por debajo del cero absoluto, la temperatura a la que, en teoría, los átomos se quedan totalmente quietos. Además, el hidrógeno es muy inflamable, lo cual dificulta su almacenamiento.
Esos son solo dos de los muchos obstáculos.
Saul Griffith, un destacado inventor en el área de energías renovables que comenzó su carrera en una planta siderúrgica de Australia, no cree que el hidrógeno verde vaya a tener una gran importancia. Si queremos sustituir los combustibles fósiles, comentó, “la electricidad que se use para hacerlo tendría que ser tremendamente barata. Y si la tenemos, ¿por qué usarla para generar hidrógeno?”.
Griffith dice que “no es un combustible que vaya a salvar el mundo”. Él y otros sostienen que es mejor gastar el dinero en disminuir los costos de la electricidad renovable para que casi todo pueda ser electrificado.
Forrest aseveró que los escépticos sencillamente no cuentan con el conocimiento científico. Fortescue, señaló, mezclará hidrógeno con dióxido de carbono de tal modo que sea lo suficientemente parecido en consistencia al gas natural licuado para transportarse en los mismos buques petroleros.
“Es tan simple como suena”, puntualizó.
Forrest comentó que él pensaba que, para fines de la década, les ahorraría a sus accionistas al menos 1.000 millones de dólares anuales al convertir el funcionamiento de la minería a hidrógeno verde y que, a fin de cuentas, su empresa produciría hidrógeno en una docena de sitios en todo el mundo. BP señaló que, para ese entonces, también estará exportando grandes cantidades de amoniaco e hidrógeno verdes.
Con un plan para cubrir con unos diez millones de paneles solares y hasta 1743 turbinas eólicas una extensión de tierra en el oeste de Australia que es ocho veces más grande que la ciudad de Nueva York, se fabricaría hidrógeno verde, un combustible que remplazaría los combustibles fósiles sucios empleados en las operaciones de minería de mineral de hierro.
© The New York Times 2023