C. K. Prahalad fue reconocido como uno de los referentes globales y referencia obligada en temas de estrategia empresarial. Compitiendo por el futuro, el libro que publicó junto a Gary Hamel a mediados de los ‘90 fue traducido a más de 25 idiomas y muchos nos hemos formado leyéndolo. Pero este “profesor distinguido” de la Universidad de Michigan, nacido en la India, tiene un artículo publicado en 2010 —pocos meses antes de su temprano fallecimiento— que en solo una página sintetiza algunas de sus ideas más profundas sobre la responsabilidad que debe asumir todo profesional y cómo debe encarar su trayectoria laboral.
Escrito post crisis financiera —y moral— de 2008, el texto puntualiza que durante los 33 años previos en todos sus cursos como profesor de maestrías y programas de educación ejecutiva le dedicó un espacio a impulsar la responsabilidad profesional de los participantes, tema pocas veces presente en los planes de estudios. Lo más interesante es que destaca que sus notas iniciales sobre el tema fueron escritas en 1977 y no tuvo que modificar ni una sola palabra durante esas tres décadas.
Prahalad sintetiza sus ideas con una propuesta: la comprensión de que somos los guardianes de instituciones muy importantes de la sociedad (las organizaciones, tanto privadas como públicas) y, por lo tanto, establecer los estándares más altos nos permitirá enfocarnos. Lo llama “éxito con responsabilidad” y apunta a los valores en los que deben sustentarse cada uno de los actos.
Veamos entonces una síntesis de sus sugerencias y cómo aplican a nuestros días, a casi 45 años de su primera versión y a 11 de su publicación.
Inconformidad: el liderazgo implica cambio, esperanza y futuro. Manejar la soledad que muchas veces tiene el líder y la ambigüedad que implica su rol es un arte que se aprende.
Compromiso con el auto-aprendizaje: hay que invertir en uno mismo. Así como si uno está enfermo, no puede ayudar a otros enfermos, solo si nos esforzamos en aprender todo el tiempo podemos inspirar a que otros se desarrollen.
Poner el desempeño en perspectiva: tener humildad en los éxitos y coraje en los fracasos nos permite mantener el eje.
Disposición a desarrollar a otros: esforzarse siempre que sea posible por ayudar a colegas y colaboradores para desplegar sus potencialidades.
Relacionarse con los menos afortunados e incluirlos: aunque sea un gran desafío, ya que son pocos los que integran a los que no son como ellos.
Preocuparse por el proceso adecuado: la expectativa de las personas es ser escuchados y que se haga justicia, no que se le hagan favores. Esperan procesos justos y transparentes.
Lealtad a la organización, a la profesión, a la comunidad, a la sociedad, pero fundamentalmente, a la familia: sin el apoyo de nuestras familias ninguno de nuestros logros sería posible, es clave tenerlo siempre presente.
La responsabilidad se refiere tanto a los resultados como a los procesos y a las personas con quienes trabajamos: el camino que elegimos para llegar a los resultados nos moldea como seres humanos y también representa un resultado en sí mismo.
Considerar que somos parte de una minoría privilegiada que accede a este círculo de favorecidos y a estas oportunidades -el logro debe acompañarse con compasión y el aprendizaje, con comprensión hacia los que no acceden, aún al mismo.
Seremos juzgados por aquello que hacemos y cómo lo hacemos, no por nuestras palabras. Lideramos con actos, no a través dediscursos.
La predisposición a la acción debe equilibrarse con la empatía y preocupación por las personas. La consciencia por el rol que uno ocupa también implica interesarse por los menos protegidos como los pobres y las personas con alguna discapacidad. Ello nos ayuda a desarrollar la humildad, la modestia y la humanidad. No jugar a creernos dioses.
En términos de Fred Kofman, podríamos decir que se hace referencia al concepto “El éxito más allá del éxito”. Cuando actuamos desde nuestros valores más profundos y con responsabilidad incondicional, el éxito lo tenemos asegurado, más allá de los resultados circunstanciales que obtengamos.
Ya hace varios años que podemos observar cómo en los más variados rincones del mundo ejecutivos teóricamente exitosos, formados en las mejores universidades del planeta, con calificaciones académicas sobresalientes, un recorrido por diferentes empresas aspiracionales y suculentas fortunas en sus cuentas bancarias terminan alojados en celdas carcelarias por haber cometido diferentes tipos de fraudes y luego gastarse todas sus fortunas en abogados penalistas que los ayudan a transcurrir sus días, como mejor escenario, en prisión domiciliaria. ¿No deberíamos juzgar también a quienes los formaron y a las instituciones que los habilitaron para desarrollar sus actividades?
Una manera simple de medir si estamos transitando el camino apropiado sería asegurarnos que cualquier decisión que tomemos pueda ser compartida con cualquier integrante de nuestras familias sin que eso implique ponernos colorados. O, como escuché señalar a uno de los emprendedores más reconocidos: asegurarnos que cada noche podemos apoyar la cabeza en la almohada sin culpas.
Hace más de 25 años que enseño en la universidad a futuros profesionales en ciencias económicas próximos a recibirse. Cuando les planteo el texto de Prahalad (que desde hace mucho tiempo lo propongo como bibliografía obligatoria), veo caras de sorpresa e inquietud. Me transmiten que en ningún momento de toda la carrera se les plantea ninguno de estos temas. Una explicación posible es que no se consideran prioritarios en los planes de estudio, cuando son realmente clave. No alcanza con formar buenos técnicos, también hay que desarrollar personas íntegras que hagan el bien, además de bien las cosas. No es un aspecto o el otro, sino uno a partir del otro, sinergizándose y potenciándose entre sí.
Si bien C.K. Prahalad no desarrolló sus ideas y propuestas en épocas de pandemia – y posiblemente jamás se imaginó que viviríamos una en este siglo—, está claro que su pensamiento cobra una dimensión mucho mayor en estos tiempos. Y si el COVID-19 algo nos ha enseñado es que, más allá de que nos llamemos Boris Johnson, Donald Trump o Jair Bolsonaro, el virus nos puede atacar de la misma manera. Con lo cual, la humanidad – definida como fragilidad o flaqueza propia del ser humano— es la cualidad que nos permite darnos cuenta de que, más allá de cualquier lugar circunstancial que ocupemos, somos personas. Reconocernos vulnerables nos permite tomar consciencia de que no somos más ni menos que otros. ¡Somos humanos!
Inconformidad, inversión en nosotros mismos, humildad, coraje, ayuda a otros, preocupación e inclusión de los más necesitados, justicia, transparencia, lealtad multifocal, la familia como eje rector, la importancia del proceso, actos más que discursos y empatía. Son todas ideas y valores que, si bien son clave en el éxito de las personas y organizaciones, pocas veces aparecen en los planes estratégicos de negocio y a los que se les dedica muy poco tiempo en las agendas de los directivos. ¿No deberíamos empezar por ahí?
Tal vez llegó el momento de empezar a pensar en el concepto de responsabilidad y sustentabilidad profesional, desarrollando personas que puedan generar alto impacto positivo en el tiempo actual sin hipotecar su propio futuro ni el de las empresas en las que, circunstancialmente trabajan. Sin dudas, es un escenario en el que todos saldríamos beneficiados, generando personas, empresas, comunidades y sociedades mucho más humanas.
Alejandro Melamed es Doctor en Ciencias Económicas (UBA), speaker internacional y consultor disruptivo. Autor de varios libros, entre ellos Tiempos para valientes (2020), Diseña tu cambio (2019) y El futuro del trabajo y el trabajo del futuro (2017).
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