Si bien hemos naturalizado el trabajo remoto en los últimos meses, previo a la pandemia eran muy pocas las personas que utilizaban esa modalidad con habitualidad. De hecho, una investigación publicada por la Comisión Europea destacó el crecimiento casi nulo que tuvo en la última década hasta principios de este año, manteniéndose en valores cercanos al 10% de los empleados en relación de dependencia y no más de 1 cada 3 de los autónomos.
De igual manera, un estudio presentado por Bumeran recientemente destaca que antes de la aparición del COVID-19, solo 1 de cada 3 empleados en Latinoamérica podía trabajar en sus hogares (tanto dependientes como cuentapropistas). Y es tan así, que hasta mediados de marzo solo un selecto grupo empresas tenía como beneficio - muy valorado y diferencial- la posibilidad de que sus colaboradores trabajasen fuera de las oficinas y lo hacían generalmente como máximo un par de veces por semana. Era una de las ventajas competitivas que resaltaban los mejores empleadores y un aspiracional para los jóvenes y no tan jóvenes talentos.
Sin embargo, desde esa fecha, la mayoría de las empresas lo han implementado de manera mandatoria y acelerada como su única opción, en aquellos casos en lo que era posible, para poder seguir desarrollando muchas de sus actividades. De lo que eran estrategias de home office, planificadas e implementadas con una serie de políticas, aspectos de infraestructura, tecnología, prácticas y cultura que permitían una adopción paulatina a una activación intempestiva y repentina, de un día para el otro.
El director de tecnología de uno de los bancos líderes en la región destacó que durante el mes de marzo compraron miles de laptops para permitir que sus ejecutivos comenzaran a trabajar fuera de las sucursales y de las oficinas, por primera vez en la historia. En esa dirección, el mismo reporte de Bumeran señaló el crecimiento exponencial que ha tenido la adopción de esta modalidad y que dos de cada tres colaboradores piensan que son más productivos en sus casas que en la oficina.
Evidentemente, está claro que la aparición del Cisne Negro denominado COVID-19 generó otro Cisne Negro en las empresas: la necesidad de que sus colaboradores comiencen a trabajar fuera de la propia locación de la organización. Las denominaciones a esta forma de trabajo son variadas, entre ellas trabajo remoto, teletrabajo, trabajo a distancia, home office, telecommuting, trabajo virtual, working from home, trabajo distribuido.
Desde ya, para todos aquellos que ya tenían incorporada previamente esta manera de interactuar no solo no fue una sorpresa, sino que implicó una continuidad y una potenciación. Sin embargo, para todos los que se resistieron a utilizarla durante todos estos años, lamentablemente muchos en nuestras latitudes, el esfuerzo para implementarla fue y sigue siendo muy superior. Consideremos que, en esta oportunidad, al verse forzadas por las circunstancias y no provenir de la propia voluntad, no tenían preparada ni la infraestructura, ni los procesos ni la cultura requerida.
¿De qué hablamos cuando nos referimos a home office? Toda actividad laboral que se realiza fuera de las instalaciones de una empresa mediante la utilización de tecnologías. Si bien no todo trabajo se puede hacer de esta forma, está corroborado que cada vez se incrementan más las opciones. Lo que antes parecía imposible, hoy se está demostrando que es factible, desde maestros a muchas áreas de la medicina. Un aspecto para considerar es que el lugar físico para realizarlo no necesariamente es la casa de trabajador, que es donde la mayoría lo realiza hoy , sino cualquier espacio que no pertenezca a la empresa. Por eso, la denominación más genérica es trabajo remoto, virtual y distribuido.
Más allá de que en esta oportunidad estuvo impulsado por la emergencia sanitaria, hay que tomar en cuenta las múltiples ventajas que puede ofrecer para todas las partes involucradas:
-Aumento de la productividad personal y organizacional (sobre todo a mediano y largo plazo)
-Incremento de la motivación y satisfacción (en la mayoría de los casos)
-Optimización en la utilización de los recursos
-Se evitan tiempos y costos de traslado hacia y desde el trabajo
-Contribución al cuidado del medioambiente y disminución del tránsito
-Es inclusivo para aquellos que son más vulnerables
-Atracción del talento de las nuevas generaciones
-Fomento a vidas integralmente balanceadas
Si bien inicialmente fue pensado para responder a situaciones personales particulares (como por ejemplo el regreso de una licencia prolongada, ante ciertas dificultades para movilizarse o la maternidad) se fue expandiendo para impulsarse como una manera de interactuar mucho más ágil, dinámica y flexible.
Desde ya, no todos pueden adaptarse ni tienen las comodidades en sus hogares para poder llevarlo a la práctica con la plenitud que aspirarían, pero momentos como el que estamos transitando nos permiten probarlo y encontrar la oportunidad para sostenerlo en tiempo.
Viendo la otra cara del home office
Sin embargo, no todo es color de rosas. Una investigación llevada a cabo por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPECC) reveló que para el 40% de los trabajos es crítica la presencia física y no hay manera de realizarlos de forma remota.
Por otro lado, ya se están visualizando algunas de consecuencias de no realizarlo de manera programada, paulatina y organizada.
Hasta inicios del 2020, cada uno de nosotros solía tener por lo menos tres planos diferentes en los cuales llevaba adelante su vida: el laboral/profesional, el social y el personal/familiar/íntimo. Hoy en día, los tres conviven en un solo espacio, nuestra casa (que nunca fue pensada para tener que incluir a los otros dos). Si a ello le adicionamos que en muchos hogares hay más de una persona que trabaja, que en muchos hay niños que estudian también de manera remota, que no son menos en los que hay adultos mayores al cuidado, que hay que la limpieza se realiza sin ninguna ayuda externa, cocinar, lavar vajilla, ropa, entre otros todo al mismo tiempo y en el mismo lugar.
De igual manera, hasta el mes de marzo, las personas “íbamos al trabajo” y estábamos en él varias horas, para luego regresar a nuestros hogares. Ese tiempo de traslado no sólo era físico, sino que también mental y emocional. Hoy estamos a solo unos pasos de distancia. Pero, además, estamos en el lugar de trabajo las 24 horas, no hay pausas, trabajamos todo el tiempo. Y como no hay división clara entre el trabajo y el no trabajo, estamos laborando mucho más.
Según un reporte que emitió el National Bureau of Economic Research, el análisis realizado por las Universidades de Harvard y New York sobre 3.1 millones de personas, de más de 21.000 compañías de 16 ciudades de diferentes lugares del mundo, nuestras jornadas tienen una duración adicional en promedio de 48.5 minutos, lo que hace un total de más de 16 horas mensuales. Apuntan que el número de reuniones se incrementó un 13% y que enviamos y recibimos muchos más mensajes por los diferentes canales. Si bien apuntan que la productividad aumentó, el tiempo personal aparentemente sería el principal factor que lo estaría subsidiando.
En China, lo sintetizan como la evolución del ’996′ al ’007′. De trabajar de 9 de la mañana a 9 de la noche y 6 días a la semana , a hacerlo desde el primer minuto del día hasta el último, los 7 días.
Y para completar el panorama, en los últimos meses hemos conocido a un nuevo fenómeno: la fatiga de la videollamada. El estrés que nos genera estar todo el día conectados a las diferentes plataformas, participando de reuniones permanentes por esta vía con las más diversas audiencias, mirándonos nuestra propia cara todo el tiempo y con los temores que se nos caiga la red, nos interrumpa un pariente o el timbre con algún delivery.
Evidentemente, debemos tener en cuenta, que el home office bien programado y ejecutado, puede incrementar la productividad, el compromiso y los resultados, pero mal hecho, puede generar ineficiencias, dañar las relaciones laborales, desmotivar e impactar negativamente en la calidad de vida.
Es una excelente modalidad que trabajo y traerá innumerables beneficios, pero para que ello sea realidad debemos considerar la estrategia apropiada, contar con la infraestructura y tecnología adecuada, asegurarnos tener la conectividad requerida y, fundamentalmente basado e impulsado por una cultura coherente y consistente, que respete las individualidades y que comprenda la innumerable cantidad de situaciones personales que atraviesa cada colaborador en ciertas situaciones, como estos tiempos de COVID-19.
Muy posiblemente, estemos transitando, cuando el COVID-19 ya se haya controlado, hacia un híbrido, donde algunos días de la semana aprovechemos todas las ventajas que nos brinda trabajar de manera remota y distribuida y capitalicemos los espacios de colaboración presencial otros, de manera ágil, flexible y sensata. Y ahí sí, todos saldremos ganando.
*Alejandro Melamed es Doctor en Ciencias Económicas (UBA), speaker internacional y consultor disruptivo. Autor de varios libros entre ellos Diseña tu cambio (2019) y El futuro del trabajo y el trabajo del futuro (2017).
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