Días atrás, Dave Ulrich, el gurú global de gestión del talento, sostenía en una charla virtual frente a muchos colegas de diferentes lugares del mundo que, cuando se incrementa la presión, disminuye proporcionalmente la tolerancia, y es ahí donde debemos focalizar nuestras energías en este momento.
Nos sentimos agobiados, aburridos, cansados, acelerados, preocupados, irascibles, algo o muy desesperados, en tensión. Sí, pero al mismo tiempo también estamos empáticos, dispuestos, curiosos, solidarios, híper activos, movilizados, comprometidos, en tensión creativa, sintetizando, estamos sensibles. O, más concretamente, híper sensibles.
En tiempos de incremento exponencial de la tensión las organizaciones requieren líderes con coraje, que reconozcan sus vulnerabilidades, se rodeen y apalanquen con lo mejor para enfrentar con grandeza y todos juntos las grandes dificultades que enfrentamos.
Es que la disrupción a la que estamos expuestos, fundamentalmente, provoca tensión e intensidad emocional. Un estado de excepción que nos sitúa en modo de alerta y esto nos exige un esfuerzo adaptativo extraordinario. Nada de nuestras trastocadas rutinas está asegurado, y nadie sabe a ciencia cierta cuánto de lo que estamos experimentando llegó para quedarse o cuánto es un fenómeno transitorio. Entonces es muy difícil planificar y anticiparse. El tema central es que hay un doble no saber: ni qué va a pasar, ni cuándo. Y ello detona una desesperación, perder la paciencia y perder la esperanza. para alcanzar la tan ansiada nueva normalidad.
Adoptamos una gran cantidad de nuevos hábitos, aunque no necesariamente estos sobrevivirán una vez relajados los controles y habiendo menguado el miedo al contagio. Es difícil asegurar cuáles de las costumbres y rutinas prevalecerán en el futuro.
Hacia adelante se proyecta que la crisis sanitaria irá coexistiendo con la crisis económica y la crisis social y ello trascenderá en una de las dimensiones más complejas de la crisis: la psicológica. La que concierne al estado emocional de todos los integrantes de la sociedad. Y un concepto, empieza a debatirse en profundidad: el de la angustia, un emergente de las tensiones que nos impactan y nos habitan. Ese estado de intranquilidad, de inquietud, cada vez más intenso, causado por lo desagradable de la situación que estamos atravesando, por la amenaza y el peligro del COVID-19 y sus consecuencias.
Y no estamos angustiados en soledad, en ningún lugar del mundo hay certidumbres, porque toda la humanidad está bajo los efectos de la amenaza y de la pérdida. Perdidas de vidas, de trabajo, de rutinas. Pérdida de asistencias a lugares donde no se puede faltar, nacimientos, cumpleaños, casamientos, entierros. Y toda la humanidad está más frágil.
¿Es lo mismo fragilidad que vulnerabilidad?
Cómo el horizonte cambia muy rápido y nada es previsible, todos necesitamos robustecer nuestras capacidades de respuesta. Porque la misma dinámica del contexto que es más volátil, incierta, compleja e indeterminada nos embate día a día con nuevos requerimientos y exigencias.
Entonces necesitamos actuar con más agilidad para resolver en velocidad. En el deporte esta habilidad la reconocemos como capacidad de repentización: la destreza que tiene un jugador para cambiar de manera vertiginosa el devenir esperado de una jugada. Esta disrupción repentina en el sentido del juego genera un efecto de sorpresa que desequilibra al rival y permite superarlo.
En nuestra vida cotidiana en pandemia estamos todo el tiempo recibiendo nuevos estímulos, estresantes en tanto que presentan amenazas que nos exigen velocidad de respuesta, pero como estamos en zona de jamás visto, vamos improvisando. Y las improvisaciones nos exponen a fallar, a equivocarnos, a no ser perfectos.
Por eso la otra gran dimensión a la que nos expone la crisis es al encuentro con nuestro propio sentido de la vulnerabilidad. Y si tratamos de desconocerlo, negarlo o pelearnos con ello, es muy probable que entremos en mecanismos de sobreactuación perfeccionista, operacionalizados a través de negaciones, desestimaciones, obsesiones, agresividad y culpa en lugar de serenidad, distancia, perspectiva, ecuanimidad. La vulnerabilidad en este sentido es debilidad, fragilidad e incompetencia.
En cambio, si producimos un movimiento de apertura, sucede eso que se propone en esa frase adjudicada a Albert Einstein: “la mente es como un paracaídas, que solo funciona cuando se abre”. ¿Y por qué la apertura concierne a la vulnerabilidad?
La apertura es la aceptación e incorporación de la diferencia. Empieza por la tolerancia a lo extraño sobre lo que no se hace juicio sino que se despliega la pregunta de la curiosidad, la inquietud del misterio. La apertura nos predispone al modo aprendizaje y entonces podemos apreciar lo emergente sin someterlo a lo conocido ni intentar doblegarlo a lo que quisiéramos que sea.
Para poder hacer este movimiento de apertura al aprendizaje tenemos entonces que asumir que no sabemos todo. Que no podemos todo. Y aquí tocamos nuestra propia vulnerabilidad, esta que nos hace apreciar que somos incompletos, que no tenemos certezas, que las cosas que pasan nos afectan. Y todo este conjunto de vivencias nos despierta. Y despertar a lo emergente es vital cuando se trata de agudizar el ingenio y servirnos de la imaginación a la manera creativa, para despejar la mente de fantasmas catastróficos. Porque la mente es un campo de disputa de los fantasmas y las fantasías y hace a la función de liderazgo tramitar, procesar y despejar los fantasmas, para enfocar la energía de manera creativa hacia la nueva realidad por construir.
La condición de vulnerabilidad cuando se despliega bajo la empatía con nosotros mismos nos hace más tolerantes, apreciativos, sensibles y comprensivos, y entonces podemos transitar lo desconocido de manera no vergonzante, ni culpógena, sino sensibles y emocionalmente comprometidos. Y cuando algo nos despierta nos energiza en tanto nos hace posible ilusionarnos con eso que nos proponemos “salir” a buscar.
En definitiva, el estado de búsqueda es un estado de gracia porque es un estado deseante. Y el estado deseante no es sin sentimiento de vulnerabilidad. Cuando estamos expuestos al modo deseante desarrollamos agilidad emocional en tanto nos disponemos de manera más receptiva e imaginativa. De manera activa y con determinación. El deseante es un aprendiz que siente, registra, toma distancia, actúa, aprecia los efectos y retoma la iniciativa.
Las opciones siempre están ahí. Tomarlas requiere de coraje para poder jugarse por ellas. Coraje viene de la palabra “cor” y dice de eso que se hace con el corazón. Y coraje implica el valor, la decisión y apasionamiento con que se afronta un peligro o una dificultad. Actuar con el corazón es hacerlo desde la vulnerabilidad y todos sabemos que nada tiene más fuerza que aquello que encaramos desde el corazón, ni la mente ni el cuerpo lo pueden superar.
*Alejandro Melamed y Fabián Jalife son co-autores de Diseña Tu Cambio
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