Cuando Martin Luther King sobrecogió al mundo con su famoso discurso "Tengo un sueño", no estaba dando información meramente intelectual sobre sus proyectos futuros. En una sociedad que todavía no aceptaba la igualdad racial, y contra la lógica de la época, Martin Luther King soñó un mundo que creía posible. ¿Qué lo movilizaba? La esperanza.
La esperanza es un sentimiento que casi siempre estuvo limitado a la esfera religiosa y parecía una experiencia reservada a las personas de fe; en el marco de la fe, la esperanza es considerada una virtud y se focaliza en el anhelo de una vida eterna más allá de esta existencia terrena, en la que se gozará de la presencia de Dios.
Más cerca de nosotros, el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española, la define como "el estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos". Esta representación de lo deseado como posible es el motor que mueve a líderes, hombres y mujeres de fe y a millones de personas que, aún sin sentimientos religiosos, encuentran en el fondo de sí mismas una fuerza trascendente que las impulsa a crear y a soñar cada día, a veces en contra de la razón y frente a las situaciones más adversas.
Una experiencia contagiosa
Todos los grandes líderes y auténticos transformadores no sólo experimentaron la esperanza como una filosofía de vida, sino que supieron inculcársela a otros. El psicólogo clínico C. R. Snyder lo describe con claridad: "Es estimulante encontrar personas altamente esperanzadas –dice–. La forma en que piensan acerca de la vida es infecciosa. Dejan estelas de energía y sentimientos positivos donde quiera que vayan".
Este poder "contagioso" de la esperanza puede observarse en los líderes más destacados de la historia: Nelson Mandela, luchando contra las injusticias del apartheid; la Madre Teresa, convirtiendo en esperanza (aunque más no sea la de morir con dignidad) la desesperación de millones de seres humanos en la India; Muhammad Yunus, creando un sistema económico revolucionario, el de los microcréditos, confiando sólo en la palabra de los más pobres y en la fuerza de las ilusiones de estos para salir de la miseria; o el propio Martin Luther King, con su sueño de unidad, que lo sobrevivió más allá de su muerte temprana.
Es lo que le hizo decir al doctor Rieux, el personaje central de La peste, la novela de Albert Camus, que representa con una alegoría los horrores de la Segunda Guerra Mundial: "Hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio". Y es, también lo que llevó a Anna Frank a escribir un diario en el que soñaba con un futuro sin guerra, en el cual pudiera ser periodista.
Pero ¿cómo utilizar este impulso positivo de la esperanza en la vida cotidiana, cuando uno no es un gran líder y sólo quiere buscar formas de vivir mejor y cultivar diversos aspectos de la propia persona?
La terapia de la fe
Jennifer Cheavens, investigadora de la Ohio State University, está desarrollando una nueva modalidad de terapia, llamada hope therapy (terapia de la esperanza), basada en el poder transformador de este sentimiento. "La terapia de la esperanza –señala Cheavens– busca acrecentar las fortalezas que tienen las personas, o les enseña cómo desarrollar esos puntos fuertes. No se centra en lo que está mal, sino en cómo las personas pueden desarrollar su potencial".
Cheavens llevó a cabo un estudio en el que 32 personas participaron de horas semanales de terapia de la esperanza, durante ocho semanas, y fueron controladas antes y después de la experiencia, y comparadas con un grupo de control que no había recibido las sesiones de terapia.
La investigadora encontró que quienes participaron de las sesiones de terapia manifestaban cambios significativos (positivos) en su autoestima y en su idea del sentido de la vida; además, mostraban menores niveles de ansiedad e, incluso, disminución de síntomas asociados a la depresión.
Este tipo de terapia representa un giro de 180 grados con respecto a la terapia tradicional, más centrada en aquello que está mal y debe ser cambiado; incluso en la mirada que vuelve casi siempre
al pasado. La terapia de la esperanza brinda herramientas transformadoras aquí y ahora, y mejores expectativas para afrontar el futuro.
Personas esperanzadas
¿Qué caracteriza a las personas que tienen un fuerte sentimiento de esperanza?
Jennifer Cheavens señaló algunos:
-Tener objetivos.
-Inspiración para concretarlos.
-Habilidades para llevarlos a cabo.
-Pensamiento autoestimulante: las personas con esperanza se alientan a sí
mismas constantemente.
Cheavens destacó la diferencia entre optimismo y entusiasmo. El optimismo
es el sentimiento de que algo bueno sucederá, no importa cómo ni cuándo; la esperanza involucra un compromiso personal: "Si sentís que sabés cómo obtener lo que querés de la vida y tenés el deseo de hacer que eso suceda, eso es esperanza", afirmó la especialista.
Como dato adicional, Cheavens cree que la esperanza puede enseñarse. Ayudar a las personas a trazarse objetivos y a buscar en su interior las formas de cumplir con aquello que sueñan es el aprendizaje de vida que propone esta nueva terapia.
La propuesta que brinda la esperanza como filosofía de vida, si querés adoptarla, es que los sueños son posibles si estás dispuesto a comprometerte y a trabajar por ellos. En el poder transformador de la esperanza encontrarás motivación, energía y sentido para ver lo posible, incluso, cuando está escondido detrás de las nubes grises de las dificultades. ¡Contagiate vos también de la inspiración que ofrece la esperanza!
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