Marcan un antes y un después en la vida. Todos tenemos la experiencia de haber atravesado tempestades que nos sacan de eje, pero hay algunas para las que podemos prepararnos.
De este modo, podemos hablar de dos grandes tipos de crisis: las vitales y las circunstanciales. Dentro del grupo de las primeras, encontramos estas: el casamiento, los nacimientos, la ida de casa de cada hijo, la jubilación. Y algunas de las crisis circunstanciales pueden ser las siguientes: los accidentes, el divorcio, la pérdida del trabajo o uno nuevo, la mayor ausencia o presencia en la casa de uno de los cónyuges.
Si bien la mayoría de estos quiebres pueden impactar sobre nuestra sexualidad, hay momentos de la vida en los que la afectan de manera más significativa. Una crisis sexual puede ser circunstancial o vital. En ambos casos, cuando no es superada en forma positiva, es probable que arrastremos el problema y se afecte nuestra calidad de vida íntima y se limiten profundamente nuestras posibilidades de disfrutar.
Pingüinos en la alcoba
Una de las crisis vitales que ya mencionamos es la del nido vacío, que atraviesan los padres cuando los hijos abandonan la casa paterna para comenzar una nueva etapa.
A medida que los chicos crecen, nos vamos encontrando con nosotros mismos, con nuestros silencios, con nuestras frustraciones, con lo que construimos y, sobre todo, descubrimos que ya no tenemos la excusa perfecta para no hacer lo que realmente queremos. Además, nos encontramos con la persona que compartió con nosotros los últimos 20 o 30 años, pero que repentinamente aparece como un extraño.
Está claro que no somos los mismos de hace más de dos décadas, y esto, obviamente, se refleja en la sexualidad. Sin embargo, lo interesante es que parecería no haber conciencia del paso del tiempo. El cambio nos sorprende sin saber cómo llegamos hasta esa etapa. Así, este quiebre sexual que aparece entre los 40 y 50 es lo que muchos especialistas denominamos la crisis de la cama vacía.
Lo que sucedió es que el ser madre o padre ocuparon todo nuestro tiempo y nuestra energía, y el hombre o la mujer parecieron desaparecer, y con ellos, la sexualidad.
De este modo, la intensidad de la crisis dependerá de la estructura de cada familia, de los espacios de intimidad de la pareja y de la calidad de la comunicación, pero lo fundamental es que el reencuentro con la compañera o compañero pone en evidencia un problema que se vino gestando durante años.
En esta etapa nos encontramos con que la cama está vacía: vacía de erotismo, de caricias, de abrazos, de ternura y, como consecuencia, llegan las consultas por falta de deseo, problemas de erección, falta de lubricación y todo lo que genera este desencuentro, producido lenta y gradualmente en el devenir de la relación.
Si los hijos aún son chicos, la sugerencia es no olvidarse de que además de padre o madre, de marido o esposa, uno es hombre
o mujer, y que, amén de los proyectos familiares, no hay que postergar los sueños personales y los de la pareja. Las crisis implican cambios, y los cambios son oportunidades. De lo que se trata es de aprovechar las nuevas oportunidades.
Entonces, la construcción de una relación renovada se hará a partir de la búsqueda de otros proyectos, encuentros y de mucha intimidad. Uno no es el que era, pero nadie pierde la capacidad de dar y recibir caricias, besos y afecto. La clave es no paralizarse, no desesperar, no quedarse anclado en lo que se perdió, sino en todo lo que hay por descubrir y construir. Habrá que cimentar una nueva relación, pero sin presiones y respetando los espacios de cada uno.
Nuevas bases
En esto no hay recetas, pero lo fundamental es que exista un clima de buena comunicación desde donde generar espacios de encuentro, pensar en actividades que enriquezcan a la pareja, y no olvidarse de llenar la cama de besos, caricias, abrazos, de disfrutar los silencios y los orgasmos. Si bien no hay claves ni secretos, la mejor aliada es sin duda la creatividad. Es la que ayuda a no caer en la demoledora rutina matrimonial.
Cuando la sexualidad se empobrece, no lo hace sola, de su mano se pierden dos capacidades que son fundamentales y que la retroalimentan. Una es la creatividad y, la otra, la capacidad de jugar. Recuperarlas es fundamental para poder llenar la cama. No hay dudas de que se puede, lo único imprescindible es tener ganas de hacerlo.
¿Por dónde empezar? A través del juego. Cuando uno deja de jugar, deja de disfrutar, y esto sucede cuando el estrés y las preocupaciones empiezan a ocupar la vida de las personas. En algún momento se creyó que era poco serio que los adultos pusieran en práctica la actividad lúdica. Hoy sabemos que no es así: los problemas sexuales solo se resuelven jugando.
Los espacios personales de ocio son fundamentales para estimular la creatividad y alimentar la imaginación. Es importante encontrar ese delicado equilibrio entre estar con el otro sin asfixiarlo y poder estar solos sin desconectarnos completamente de la pareja.
Es fundamental entender que la sexualidad se aprende, y que en cada etapa de la vida hay una nueva lección para incorporar. Una crisis solo tiene sentido si atravesarla enriquece y se la aprovecha como una oportunidad. La intimidad, entonces, entra dentro de estos parámetros.
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