A principios de 1900, un hombre de origen húngaro impresionó al mundo entero con sus trucos de magia e ilusionismo. Se lo conoció como Harry Houdini y su capacidad de escapar hasta de las situaciones más inverosímiles lo lanzó de inmediato al estrellato. Un siglo después, volvemos a ser testigos de un hábito de escabullirse, pero en este caso sentimentalmente. Y todos, en mayor o menor grado, somos víctimas de este mal.
Vivir huyendo
El síndrome de Houdini, más que una enfermedad, es la tendencia a evitar sistemáticamente cualquier tipo de implicación en el ámbito relacional, ya sea por miedo a sentirse sometido o por una inseguridad aparentemente injustificada.
Aunque todos en algún momento nos desvinculamos de nuestros afectos, ya sea a propósito o inconscientemente, para el creador de este término, el psicólogo y escritor Pablo Palmero, hay evidencias que permiten identificar a los escapistas.
El especialista, que indaga sobre el síndrome en su libro Los Pilares del Corazón, considera que la principal característica del houdinismo es la dificultad para mantener sanas y duraderas las relaciones, ya sea de amistad o amorosas.
La fluctuación constante entre el enamoramiento y el rechazo, y entre la idealización y la decepción también es una cualidad de los escapistas. Como no pueden establecer un contacto honesto con la otra persona, la relación se vive desde la imaginación, por lo que se crea un patrón cíclico de atracción, excitación, duda, miedo y fuga.
Pero esta huída no siempre es física y en muchos casos se remite al plano solamente anímico. El trato con los que lo rodean se vuelve cada vez más frío hasta que llega un punto donde no hay rastro alguno de la relación que antes existió.
Por otro lado, también existe otro tipo de escapismo que pasa aún más inadvertido. Es aquel en que, a pesar de tener una vida social normal, no se comparte la vida privada; entonces, los demás nunca llegan a conocerlo realmente. Lo único que saben es lo que el propio escapista deja mostrar o inventa para ocultar los defectos.
No todos se fugan por igual
Cada persona tiene su personalidad única e irrepetible, por lo que el grado y la forma en que el síndrome de Houdini puede llegar a desarrollarse también tienen un estilo propio. Algunos de los que se suelen observar son los siguientes:
– Los extremadamente tímidos que utilizan esta característica como coraza.
– Los que viven buscando defectos en los demás que invaliden sus sentimientos.
– Los intelectualizadores, que provocan discusiones y conflictos constantemente.
– Los erotizadores, que ponen el deseo en primer lugar y dejan el cariño en último plano.
– Los sumisos, que ceden ante los demás para no mostrar lo que realmente quieren.
– Los artistas cómicos, que tapan los sentimientos con el humor.
Frená tu fuga
Con el tiempo, el houdinismo produce un aislamiento cada vez más grande que rápidamente puede desembocar en una soledad no deseada. Junto a ella suelen venir la amargura, la decepción y el resentimiento inevitables.
Para realizar un cambio en la forma en que nos relacionamos es imprescindible reconocer y aceptar la soledad y la tristeza que albergamos, ellas nos servirán de brújula para orientarnos hacia lo que es realmente necesario para nosotros. Las transformaciones profunda no suceden por la vía de la urgencia, el deseo o el empeño, sino que empiezan por un acto de amabilidad y respeto hacia uno mismo.
Según Palmero, por la naturaleza del conflicto no hay que hablar de curarse, sino más bien de retornar al camino de ser uno mismo, la opción más saludable posible. A veces, este proceso no es nada fácil, por lo que la ayuda de amigos, familiares y, dependiendo el caso, terapeutas, puede facilitar el retorno a la ruta de la honestidad, tanto con el resto como con nosotros.
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