Hay quienes piensan que mantener a un bebé cerca de la madre mucho tiempo durante los primeros años deriva, necesariamente, en un niño consentido o malcriado. Sin embargo, la teoría de la "crianza con apego" –o "crianza respetuosa"– data de mediados del siglo XX y fue desarrollada por el psiquiatra John Bowlby.
La premisa es que el bebé tiene la necesidad biológica de estar próximo a su madre, de ser acunado y protegido entre sus brazos, para luego poder desarrollar una personalidad segura y confiada.
En medio de las distintas visiones sobre la maternidad, el apego propone fortalecer los vínculos profundos que se forjan entre padres e hijos durante el nacimiento y los primeros años de vida. Esta cercanía le brinda al niño la salud emocional que necesita para volverse independiente en el futuro.
Con ese fin, es recomendable promover un cuidado cariñoso, a través del contacto permanente, las caricias y otras prácticas que nos acercan al bebé, como dormir en la misma cama, no dejarlo llorar y tenerlo en brazos el mayor tiempo posible.
Según explica la licenciada Rosina Duarte, psicóloga especializada en crianza, "la primera infancia es una etapa caracterizada por la indefensión, donde prima la necesidad. Es fundamental que los adultos sean los encargados de satisfacer esas necesidades básicas de manera satisfactoria e inmediata, para establecer en el niño sentimientos de seguridad y confianza en sí mismo y respecto del entorno".
La especialista señala que el estado de seguridad, ansiedad o temor que pueda tener un niño está determinado por la capacidad de respuesta que reciba de sus padres. Por eso, cuando mantiene durante la infancia una relación sólida con ellos, en el futuro presentará una mayor facilidad para vincularse con otros. Por el contrario, si tiene una crianza menos afectuosa, podría experimentar luego problemas emocionales y vinculares.
Fortalecer el vínculo. Existen algunos elementos esenciales a partir de los cuales podemos desarrollar el apego y, así, acercarnos más a nuestros hijos.
Mirada. Mirar detenidamente al bebé, reconocerlo, buscar sus ojos, para que vaya forjando su personalidad, sintiéndose seguro y confiando en sí mismo.
Sostén. Las caricias, los abrazos y los mimos hacen que el bebé se sienta contenido. Todo pequeño necesita de un otro que lo sostenga y le brinde apoyo.
Contacto. A los niños hay que transmitirles calor corporal. Al besarlos, mecerlos, bañarlos y alimentarlos, les infundimos tranquilidad.
Sonrisa, juegos y movimientos rítmicos. Los padres funcionan como espejos para los niños. Entonces, lo que ellos le otorgan a través del cuerpo, el bebé lo aprende, lo copia y lo internaliza. Es importante compartir risas, cantar o bailar con los chicos.
Comunicación. Hay que prestar atención a los sonidos que emite el bebé, porque son su manera de comunicarse con el exterior y, especialmente, con los padres. Mediante la palabra transmitimos afecto: por eso es importante aprender a decodificar las señales del niño y responderles.
Como en casi todos los aspectos de la crianza, no existen fórmulas matemáticas: la alegría de ver crecer a un hijo se nutrirá de las experiencias que vayamos descubriendo en el camino, siempre que lo hagamos con amor y a conciencia.
Dormir juntos
Se conoce como colecho la costumbre de que el bebé duerma con los padres en la misma cama, o bien, en una cuna adosada. Quienes lo practican afirman que es una experiencia de crianza muy positiva, tanto para los padres como para los hijos, siempre que se tomen los recaudos de seguridad para evitar cualquier peligro de asfixia.
Algunos especialistas observan que el bebé alcanza un sueño más profundo y relajado cuando duerme con alguno de sus padres. Además, el inconsciente de la madre permanece atento a que está compartiendo el lecho con el hijo y suele responder de forma más efectiva a sus necesidades.
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