"Sé que me estoy muriendo porque, bueno, simplemente lo sé. Estoy seguro. Lo siento. Porque ese dolor al costado de mi estómago todavía persiste, la ecografía no fue concluyente y tampoco lo fueron la última tomografía, la colonoscopía ni incluso la resonancia que le exigí al doctor, que tan convencido me dice que 'seguro que no es nada'. ¿Cómo no va a ser nada si a mí me duele la panza? Todos se equivocan: el médico, el amigo que me aconseja que ignore ese síntoma menor, y los que me dicen una y otra vez que estoy exagerando. Me encantaría creerles, pero sé que no es así. Sé que estoy enfermo".
Así piensa y siente una persona que padece hipocondría, que vive muy a menudo con la inevitable y fuerte certeza de que la muerte está demasiado cerca. Un hipocondríaco se convence a sí mismo, más allá de la razón (más allá de la tranquilidad, más allá de cualquier cosa), que un corte no es únicamente un corte o una tos tiene que ser algo más que una tos. No se limita a pensar que siente un dolor, sino que literalmente lo padece físicamente.
¿Cómo darse cuenta?
Comienza inocentemente. Una persona se despierta una mañana cualquiera y descubre que tiene la visión borrosa en el ojo izquierdo. Se frota los ojos. Intenta con gotas lubricantes. Con el paso de los días, no puede pensar en otra cosa que no sea esa molestia en el ojo, que sin querer, crece. La mente, descontrolada, empieza a vagar. "¿Hay algo de malo en ese lado de mi cerebro? ¿Por qué duele el cuello? ¿Debería consultar al médico?".
Pero lo primero que hace una persona asustada, confundida y ansiosa es ir hasta la computadora y escribir en algún buscador "Visión borrosa + tumor". Probalo: increíblemente, frente a nosotros aparecen 313.000 resultados, muchos de los cuales confirmarán nuestras peores pesadillas, nuestras más trágicas e irreales sentencias.
El término se estableció en el siglo XIX para significar 'enfermedad sin una causa específica'. Para el 2010, el concepto es más confuso y angustiante que nunca. La hipocondría es considerada un trastorno mental de tipo somatomorfo (los que presentan síntomas físicos que sugieren una patología, pero que no pueden explicarse por la presencia de una enfermedad). Es definida por la Organización Mundial de la Salud como "la preocupación y el miedo a tener, o la idea de que otro tenga, una enfermedad grave, basados en una interpretación errónea de los síntomas corporales. Esta preocupación debe haber estado presente durante al menos seis meses y persistir a pesar de la adecuada intervención médica".
No tan extraño
Se estima que uno de cada diez argentinos que van al médico no tiene nada, y que probablemente uno de cada 20 padezca este trastorno. En efecto, la hipocondría es uno de los mayores desórdenes psíquicos de nuestra época. Esto se da, en parte, porque puede presentarse en distintos niveles, en un amplio espectro de personas.
En los casos más graves, los pacientes pueden desarrollar profundos grados de depresión y miedo a lo desconocido. Pero más allá de la seriedad con que este trastorno debe ser considerado, la mayoría de los hipocondríacos suelen ser tratados con menosprecio y falta de respeto. Como se trata de una obsesión, y los demás no tienen ni ganas ni paciencia para escuchar obsesiones, tienden a burlarse y ridiculizar lo que siente quien padece este problema.
Lo cierto es que la hipocondría es un trastorno de ansiedad serio y muchas veces está vinculada a otros padecimientos. La mayoría de los pacientes luchan, además, contra la ansiedad, la depresión o contra ambas. Cuando uno se siente ansioso por creer que tiene una enfermedad, su nivel de estrés aumenta notablemente, y esto deriva en dolores de cabeza o problemas digestivos. Porque la ansiedad puede causarnos dolor, y si a eso se le suma nuestra tendencia hipocondríaca, el resultado puede ser caótico.
Cuando la mente mete la cola
Hablar de enfermedades psicosomáticas ya resulta familiar en la actualidad. De hecho, hasta los médicos más ortodoxos van incorporando la noción de que nuestras emociones y pensamientos repercuten en nuestro estado de salud general. Todas las enfermedades involucran al cuerpo y a la mente, lo que sugiere que, más allá de que la hipocondría es un trastorno serio, todos tenemos comportamientos que se le asemejan, ya sea en mayor o menor medida. Ninguno de nosotros somos sólo un cuerpo, sino que tenemos creencias, personalidades, esperanzas y miedos: todo eso repercute en nuestra propia noción de salud.
¿En qué punto la falta de racionalidad de una persona respecto de la salud se convierte en algo patológico? No existe una línea firme y clara. Sin embargo, cuando la sensación de muerte se vuelve una idea reiterativa, obsesiva e incontrolable, es tiempo de ver a un profesional.
Causas y efectos
Al igual que su sintomatología, las causas de la hipocondría no son demasiado concretas. Algunos especialistas aseguran que esta condición podría ser genética. Otros afirman que es un comportamiento que se adquiere. Es probable que un hijo, que ha sido criado por una madre siempre temerosa de que enferme o le pase algo, de adulto tenga una preocupación irracional por lo vinculado a su salud.
Lo cierto es que, aunque las causas no han sido determinadas, sus efectos son más que conocidos. Quien padece ansiedad, poco a poco va volviéndose obsesivo, cerrándose a sus ámbitos sociales y cayendo en una depresión cada vez mayor.
Todavía hay esperanza
Los profesionales de la salud luchan por comprender cómo funciona la hipocondría y por encontrar los tratamientos más adecuados. Este trastorno debe y puede ser tratado como una enfermedad psicológica, por lo que la ayuda de un especialista idóneo es central. Si notás que alguien que querés está demasiado preocupado por cualquier síntoma que le surja, o vos mismo, incluso, sin padecer ninguna enfermedad seria, sentís demasiada ansiedad y preocupación en torno a la muerte, no dudes en buscar ayuda. Con un asesoramiento y un tratamiento responsables, las posibilidades de salir adelante y asumir la vida con salud y optimismo son infinitas. ¡Animate a aprovecharlas!
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